CÍRCULO DE TEOLOGÍA DEL SENTIDO COMÚN PRESENTA:

 

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EL CIRCULO DE TEOLOGÍA DEL SENTIDO COMÚN

Es una Página Web de JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ,

en la que el Autor-Editor de libros de investigación

relacionados con el Jesús histórico

da a conocer las novedades de sus trabajos

y de su proyección editorial y comercial.

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ZAFENAT   PANEAJ

 

LA VERDAD OCULTA DE JESÚS-ESTEBAN

 

Por José Luis Suárez Rodríguez

 

Cuando el Mártir de Jerusalén, Coronado, moría apedreado y colgado en un madero, de acuerdo con la ley judía, en el año 32 de la Era común, a manos del sanedrín judío, presidido por el sumo sacerdote José Caifás, y con la presencia activa de Saulo de Tarso, invocó:

·        Hechos 7,59-60: “Señor Jeshuá, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas clamó en voz alta: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y diciendo esto, durmió”.

·        Lucas 23,34.46: “Y Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” … “Y clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”.

Son textos escritos por el mismo autor, en momentos distintos, pero según nuestra suposición, sobre el mismo personaje.

Pero es Lucas el único evangelista que pone en boca del Mártir la categoría ética del perdón: “no les tomes en cuenta este pecado” … “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Pasaje que nos remite a la situación dada en Gen. 50,18-19, en la que Jacob-Israel encargaba a José, Señor de Egipto, antes de morir: “Te ruego que perdones la maldad de tus hermanos y su pecado, porque ellos te trataron mal…”. José, el heredero de la primogenitura, el elegido nether, sin embargo, les devolvió el bien.

Ese legado de perdón y conciliación se convirtió en tradición evangélica para los samaritanos, los israelitas “guardianes” de la religión original como verdad nazorea, hecha religión del hombre entre las tribus del reino del Norte, el auténtico Israel. Los samaritanos se hacían llamar “bnei Israel”, hijos de Israel.

En torno al Monte Garizim se instaló un cuerpo de doctrina favorable a la amistad, la tolerancia, la no exclusión, la hospitalidad y el cuidado del “otro”, el semejante, próximo o extranjero. Ideología, filosófica y religiosa, que se oponía a la del rechazo de los gentiles (goyim), que practicaban los judíos de Jerusalén.

Allí, cerca de la “ciudad refugio” de Siquem (Jos. 21, 20-21) se adoraba, junto al Dios tribal del A.T. Eloim-Yavhé (Deut. 27,4) al Padre Zeus, “Dios hospitalario” y “Amigo de los extraños”. En aquel mismo lugar, junto al Pozo de Jacob, donde yacían los restos de José, traídos de Egipto, Josué hizo “pacto” con las Doce Tribus de Israel (Jos. 24, 26-27).

Pero los de Judá hacían énfasis en la identificación extranjera de las tribus samaritanas, cuyas prácticas de tolerancia permitían los matrimonios mixtos, prohibidos por el judaísmo religioso imperante en Jerusalén desde el Segundo Templo de Esdras-Nehemías, del fanatismo de los Macabeos y del imperialismo mesianista davídico propuesto en los Salmos de Salomón, de espíritu fariseo y zelote (17,21-30), a las puertas del siglo I:

Míralos, Señor, y suscítales un rey, Hijo de David, en el momento que tu elijas, oh Dios, para que reine en Israel tu siervo”… “Rodéale de fuerza para quebrantar a los príncipes injustos, para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola”…, “para machacar con vara de hierro todo su ser, para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca”… “para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia”… “El emigrante y el extranjero no habitarán ya más entre ellos” … “obligará a los pueblos gentiles a servir bajo su yugo…”.

Los samaritanos (shomrim) creían, en un cierto tiempo, que Josué, de la tribu de Efraím, el hijo de José, era el profeta fundador de Israel, y era el “hijo de Dios” que había sido anunciado por Moisés como “portador de la palabra (logos) de salvación” (Deut. 18, 15.18-19). Y en el s.I, en el tiempo del Jesús histórico del N.T., esperaban la figura mesiánica de un “Restaurador” (Taheb), que revelara la verdad (nazara) de salvación del mundo.

Ese Mesias esperado por los samaritanos, como “Mesias Ben Yoshef” o Mesías Ben Efraím”, y también “Mesías Sufriente”, estaba amparado por el secreto, de ahí que, además, era conocido como el “Mesías Oculto”.

Hay una hipótesis válida que nos revela el secreto. Es de carácter semántico, y apunta a un nombre sacro: el que dio a José el Faraón de Egipto, como “interprete de salvación” de su pueblo: “Por tu palabra se salvará todo mi país” (Gen. 41,40). “Y Faraón dio nombre a José: Zafenat Paneaj” (Gen. 41,45).

El nombre significa, según la hermenéutica egipcia, recogida en la Septuaginta, “Salvador del mundo”. Los intérpretes hebreos tradujeron “tsafan panea”, como “rostro escondido”, interpretación en la que se basaba la tradición espectante de los samaritanos del “Mesías oculto”.

Tsafania fue el nombre que llevó un profeta “menor” de Israel, con el significado de “aquel a quien Dios oculta”. De ahí que los samaritanos creyeron que su Mesías se ocultaba tras el nombre Tzphan: “Zephan-yah” es “el arcano de Dios”. En versiones alejandrinas de la Septuaginta, Tzephniah se tradujo Stephanian, “el exaltado o coronado por Dios”.

Jesús-Esteban, profeta samaritano (Jn. 4,19; 8,48), conocía bien las costumbres y tradiciones de los notzrim, los que representaban la primigenia Casa de Israel y eran “guardianes” y conservadores del código secreto de “la verdad”, nazara, que les transmitió la estirpe de José, cuyos restos había depositado en Siquem el patriarca y fundador Josué (Jos. 24,32).

El evangelista Mateo era sabedor de ese legado de “la verdad”, por lo que dió testimonio: “… Y fue a vivir a una ciudad (ahora) llamada Nazaret, para que se cumpliese el oráculo del profeta: será considerado (klethesetai) nazoreo”.

El lugar lo llamará Mateo, propiamente, Nazará (Mt. 4,13.-V.t. Lc. 4,16).

¿De dónde venía el Mesías Jesús antes de establecerse en Nazará de Galilea? Lo dice el mismo evangelista Mateo, apelando al profeta Oseas (11,1): “De Egipto llamaré a mi hijo”.

Egipto era el lugar “de salvación” en el que había actuado José Zaphenat Panea, el Netzer, así considerado por el faraón de Egipto (Gen. 41, 41-42), que le entregó su anillo y le impuso el collar de oro, “poniéndolo sobre toda la tierra de Egipto”.

Igual que hizo Jacob, concediéndole la primogenitura como su elegido (Gen. 49,26). Paralelismo que indicaba el linaje josefino, efraimita y samaritano del Mesías.

Los Nazoreos, israelitas del Norte, guardianes y observantes del legado de José y sus hijos egipcios (de Asenat) estaban vinculados a la “Corona” (Stphanian) mesiánica de un Israel espiritual, inaugurado en Egipto, y estaban expectantes de la “salvación del mundo”. Por eso, en Jn. 4,42, “decían: …sabemos que en verdad este es el Salvador del mundo”. Porque veían en el Nazoreo al “Mesías Oculto”, tal y como después lo definió el evangelista de Samaria, Felipe: “El Nazoreo es lo que se revela de lo que está oculto” (Ev. Fel. 19). Porque: “El Nazoreo significa, pues, la Verdad” (Ev. Fel. 47).

Y es que, según afirmaba E. ZOLLI, biblista y filólogo hebraísta, cuando la verdad histórica se apoya en fuentes semánticas es difícilmente rebatible.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 EL MISTERIO DE JESÚS, DESVELADO

EL NAZOREO STEPHANO

ANTEHISTORIA DE JESÚS

 

Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

En el Evangelio gnóstico de Felipe, 19.51, se lee: “Jesús es un nombre oculto (apócrifo)… El Nazoreo es el nombre que se revela en el oculto…” …” Nazara es la verdad y nazoreo es el veraz.

El Dr. W.B. Smith, postulador de un precristianismo como religión gnóstica; autor, entre otros, de Ecce Deus: El Jesús precristiano (1894), propuso la teoría del “Jesús Nazar-ya”, haciéndolo equivalente a “Zephan-yah”, con el significado de “aquel a quien Dios guarda u oculta “(el arcano de Dios).

Zephaniah o Sophonias es el nombre hebreo de uno de los llamados “profetas menores”, hijo de Cusi, del tiempo de Josías y de Jeremías. En versiones alejandrinas de la Septuaginta, con influencia aramea, se traduce como Stephanian (“el elegido de Dios”), con el criterio de transcripción st por z.

Así resulta que la verdad que se oculta en Jesús el Nazoreo es Stephano: Jesús se llamó anteriormente Esteban.

Aquí mantenemos la teoría de que Esteban, mantenido por la tradición como discípulo de Jesús y protomártir del cristianismo, históricamente existió antes que el Jesús evangélico.

El meollo de la tesis está en la invocación que el nazoreo Esteban, al final de su Discurso, y ante la ofensiva de sus acusadores: “…fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jeshuá de pie a la diestra de Dios” … “Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba al Señor y decía: Señor Jeshuá recibe mi espíritu” (Hech. 55-59). Añadiendo: “Señor, perdónales este pecado” (Hech. 7,60).

¿Quién era el Señor Jeshuá, al que invocaba Esteban? Para quienes sostienen la tradicional historia de un “diácono” protomártir, discípulo del Jesús evangélico, se trata de Jesús Cristo. Pero, aquí adoptamos la teoría de un “Coronado” nazoreano preexistente a la redacción de los evangelios canónicos, admitiendo la posibilidad de que el Mártir de Jerusalén, invocaba y entregaba su espíritu al Señor Josué, guía del pueblo israelita, heredero de Moisés en la Tierra prometida de Canaán.

El nombre Josué (Yehosuah) conlleva la idea y cualidad de “el Salvador”, nombre impuesto por Moisés (Num.13,16). Se señalan como rasgos de su tipificación mesiánica: Era “hombre en quien está el Espíritu (Num.27,18); firmó un pacto nacional con las doce tribus de Israel (Josué 4,9; 24,26); escogiendo a doce hombres, uno por cada tribu (Jos. 4,4) e hizo grabar la ley sobre doce piedras (Jos. 8,32-35); realizó milagros de salvación de su pueblo: abrió las aguas del rio Jordán, cruzándolo frente a Jericó (Jos. 3,14-16), detuvo el sol y la luna (Jos. 10, 12-13). El fue considerado por la tradición israelita “Señor y guía de la tierra prometida”, conforme a lo declarado por Yahvé: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida…” (Jos. 1,5).

Los israelitas, desde tiempos remotos, habían establecido una relación entre Josué y el Mesías Salvador, conforme se dice en Deut. 18,15.18: “Un profeta, como yo, levantará el Señor tu Dios de entre tus hermanos. A él oiréis”, refiriéndose, indudablemente, al “Jesús antiguo”, Jeoshuá, “hijo de Nun”, lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos en él, y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés” (Deut. 34,9).

La leyenda hizo de Josué un “dios protector solar”, adorado por la tribu de Efraín, Señor y precursor de un Salvador futuro, que en Samaria era llamado “el Taheb” o “Mesías revelador” (En el Ev. de Juan, Jesús le dice a la mujer samaritana: “Ese soy yo, el que está hablando contigo” (Jn. 4,26).

El nazoreo samaritano Esteban (“Coronado de Dios”), conocedor de la tradición israelita (los notzrim o shomronim, “guardianes” de la verdad), después de defenderse en su Discurso (Hech. 7, 2-53), achacando al pueblo judío traición a la ley de Dios, “traída por ángeles”, invocaba al profeta y patriarca Josué, “el Salvador de Israel”, en el cielo, “junto a Dios, a la derecha” (Hech. 7, 55-59).

Esteban, invocador del espíritu de Josué, cambió de nombre por intervención evangélica, adoptando el nombramiento de Iesou (gr. “Salvador”: “… y le llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo…” (Mt. 1,21), de acuerdo con la metodología prefiguratíva del NT.

Sentado lo cual, resulta que el “relato de Esteban” hubo de escribirse antes que los “evangelios de Jesús”. Hipótesis que se valida al confirmarse que la redacción lucana de Actas hubo de tener lugar antes del año 70, cuando sucedió el asalto romano de Jerusalén.

Destacados biblistas (entre ellos, M. SHNACKENBURGER, 1929; A.J. MATTIL JR; J.W. MAUCK, 2001; ELORDUY, 1965) consideran que el propósito de la redacción de Actas fue un informe testimonial presentado en Roma por Lucas con motivo de la defensa del Apóstol Pablo, “ciudadano romano”, que sufría juicio en la corte romana. Acaecida la muerte de Pablo en torno al año 63, suceso que no se narra en los Hechos, queda comprobada la redacción de este libro anteriormente a la de los evangelios sinópticos, entre ellos el Tercero de Lucas, cuyas fuentes están datadas después del año 75.

El relato de Esteban en Hechos, capítulos 6 y 7, es considerada por varios tratadistas como una pieza independiente, recogida por Lucas de alguna crónica o tradición samaritana, elaborada por los nazoreos, que hubo de ser el capitulo inicial del libro, y que después sufrió dislocación. Resulta significativo que en el cap. 8, siguiente al relato de Esteban, se comience: “Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén” (Hech. 8,1). Afirmación no pronunciada por ningún evangelista con motivo de la muerte de Jesús.

Por otra parte, Saulo de Tarso, participante activo en la muerte de Esteban, supuesto ausente en la muerte de Jesús y en su juicio, en sus escritos alude a su conocimiento “carnal”: “… y aunque a Cresto le hemos conocido según la carne, ya no lo conocemos de esa manera” (2Cor 5, 16-17).

El fondo nuclear del Discurso de Esteban, motivo religioso de su condena por el sanedrín judío, está en su oposición al Templo de Jerusalén como lugar artificioso de las relaciones con Dios, en forma de culto y costumbres legales. Así lo declararon los falsos testigos presentados en la causa:

Y presentaron testigos falsos, que dijeron: Este hombre habla continuamente en contra de este lugar santo y de la ley. Porque le hemos oído decir a este nazoreo (Jesús, añadido) que destruirá este lugar y que cambiará las tradiciones que Moisés nos legó” (Hech. 6,13-14).

Este testimonio, recogido en Hechos por Lucas, se repite en el evangelio de Marcos: “Y algunos se levantaron dando falso testimonio contra él, diciendo: Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este templo, hecho por manos humanas, y en tres días edificaré otro, no hecho por humanos” (Mc. 14,57-58).

Este discurso tiene completitud en boca de Esteban: “Sin embargo el Altísimo no habita en casas hechas por manos de hombres, como dice el profeta (Cita a Is 66,1): “El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies; ¿Qué casa me edificareis? -dice el Señor-, ¿O cual es el lugar de mi reposo?” (Hech. 7,48 ).

Argumento que el autor de Hechos pone también en boca de Pablo, en Atenas: “…porque el Señor de cielo y tierra no mora en templos hechos por manos de hombres, ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que El da a todos vida y aliento… (Hech. 17,24-25). Predicando Pablo, así, la necesidad de una religión interior: “Porque sabemos que, si la tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, sino que es eterna en los cielos” (2Cor. 5,1).

Pensamiento que el evangelista Juan pone en boca de Jesús: “Es la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad… Dios es espíritu, y los que le adoren han de adorarle en espíritu y con verdad” (Jn.4,23-24).

La crítica que el nazoreo hacía del Templo estaba personalizada en el sacerdocio corrupto de Jerusalén, lo que es remarcado por Pablo, porque Dios -afirma el apóstol de los gentiles- “ni mora en templos hechos por manos de hombres ni es servido por manos humanas…” (Cit. Anterior. V. t. Hebreos 7,27-28).

El nazoreo Esteban terminaba su Discurso de justificación ante el Sanedrín judío apelando a “la ley que recibisteis por medio de ángeles y no guardásteis” (Hech. 7, 51-53). En ese momento, “ellos se abalanzaron contra él, y arrastrándolo fuera de la ciudad, se pusieron a apedrearlo” (Hech. 7,57-58).

Históricamente, se supone que, siendo Esteban discípulo de Jesús, su martirio fue inmediato al de su maestro, quizás en el año 34. La historia eclesiástica sitúa el juicio de Esteban ante el Sanedrín en el tiempo del sumo sacerdote José Caifás, que ejerció el cargo siendo gobernador de Judea Poncio Pilato. Se da la incongruencia de que a Jesús Pilato le condenó a muerte de cruz, suplicio romano, y que el prefecto, seguidamente, permitió que el Sanedrín judío condenara a la máxima pena y apedreara ilegalmente a Esteban, sin penalidad para el Sumo Sacerdote, presidente del Sanedrín.

Además, la tradición eclesiástica constata, por medio de Hechos, que en la muerte de Esteban estaba presente, y ayudaba al martirio, Saulo de Tarso, el cual, a continuación, se puso a perseguir a la iglesia de Jesús, al que el apóstol de los gentiles se supone que no conoció personalmente, pero se convirtió a él en el camino de Damasco.

Hay revisiones históricas que corrigen los datos así expuestos. El Mártir de Jerusalén, Esteban-Jesús, sufrió muerte deuteronómica, y fue colgado de un madero, hacia el año 32.

En Octubre del año anterior, el 31, había sido ejecutado en Roma, según Tácito, el conspirador contra Tiberio, Elio Sejano, que había nombrado a su amigo Poncio Pilato Gobernador de Judea.

A Judea se desplazó, por aquellas fechas, el Legado de Oriente, Lucio Vitelio, requerido por denuncia del senado samaritano a Roma contra Poncio Pilato. Los samaritanos, según Flavio Josefo (Ant. XVIII, 4, 1-3) habían sido convocados en el Monte Garizim por un profeta, y allí fueron reprimidos brutalmente por Pilato. Vitelio lo destituyó, y lo envió a Roma, sin que allí se presentara inmediatamente; y seguidamente, Vitelio se desplazó a Jerusalén, donde sustituyó, como sumo sacerdote, a José Caifás.

El fariseo Saulo de Tarso, discípulo de Gamaliel, como Esteban-Jesús (Hech. 23,3; Ev. Armenio de la Infancia 20) que formaría parte del Sanedrín Judío y participó activamente en la muerte del Mártir de Jerusalén, sería acusado de pertenecer a los nazoreos, como líder de la secta, por los judíos ante Félix, en Cesaréa del Mar (Hech. 24,5). Convertido a la causa de Jesús, en “visión celestial”, predicó a Chresto, en oposición al mensaje de los “judaizantes”, que lo tuvieron como el Mesías davídico, el Cristo (V.Ef. 3,16-17; Cor. 2,3; Gal. 4,19; 5,22; Fil. 3).

El Cristo (Jesucristo) fue figura repudiada por el nazoreo: “Y el dijo: Mirad que no seáis engañados, porque muchos vendrán diciendo, en mi nombre, que yo soy el Cristo… No los sigáis” (Lc. 28,8. V. Mt. 24,23-28; Mc. 13,21). Y cuando Pedro le declaró, interesadamente, el Cristo, Jesús le increpó: “Apártate de mí, Satanás” … “Y les conminó a que no hablaran a nadie en ese sentido de él” (Mc. 8, 27-33).

La entrada evangélica de Jesús en Jerusalén “como el Cristo” es un constructo de la iglesia judeo-cristiana (“judaizante”, “los circuncisos”) de Jerusalén, la de Santiago, el cual, con sus otros hermanos, le habían pedido: “Sal de aquí y vete a Judea para que también allí tus discípulos vean las obras que tú haces…, muéstrate al mundo” (Jn. 7, 3-5).

Era una propuesta mesiánica, temporalmente interesada, que Jesús, una vez más, rechazó: “Pero cuando sus hermanos subieron a la fiesta, entonces también él subió, pero no lo hizo públicamente, sino en secreto” (Jn. 7,10).

El secreto mesiánico de Jesús no hay que buscarlo sólo en Marcos, sino también en Juan. Este apunta a la existencia de discípulos secretos, que se entrevistaron a solas con él, que intervinieron en el entierro, y en la resurrección de Jesús: José de Arimatea, Nicodemo, el “discípulo amado”, quizás Abibo (V. Jn. 19,38-39; 20,2; 21,2-7; 20-24. Uno de ellos, “dio testimonio de estas cosas, y escribió de ellas, y sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn. 21,24).

Los discípulos “escondidos” de Jesús-Esteban, en cuanto “nazoreos” eran los “guardianes de la más primitiva y auténtica tradición salvadora, la que Jehoshuá, el “Jesús antiguo”, portó a Canaán y depositó en Siquem de Samaria (la Casa de Israel), con los restos del patriarca José (Jos. 24,32), cumpliendo los deseos del Nether (Deut 33,16; Gen 50,25; Ex 13,19). Cumplimiento al que se refería Esteban en su Discurso (Hech. 7,16).

Pertenecían a la secta de los “nazorayas”, que Juan el Bautista había liderado y que luego siguió al Nazoreo Jesús. Eran los continuadores del movimiento reseñado por EPIFANIO en su Panarion Haereses con el nombre de “nazoreanos”, y que, según él, existía en Palestina antes de Cristo y que no conocieron al Cristo de los evangelios. Eran bautistas emparentados con esenios, terapeutas egipcios y sabeos zaratustrianos, el núcleo de cuya fe era el conocimiento de un Dios interior, que no necesita templos, ni ministros de culto, ni predicadores proselitistas.

Formaban un movimiento espiritualista y filantrópico, y sus prácticas ético-culturales eran: la huida del mundo, la soledad meditativa, el estudio de la sabiduría, la pobreza voluntaria, la humildad, la comunidad de bienes, el celibato, la piedad hospitalaria, la fraternidad universal… costumbres de una “raza” (genos) bien descritas por el judeo-alejandrino FILON, y que practicaban oponiéndose, al culto templario, a las leyes arbitrarias impuestas socialmente por intereses de grupos privilegiados, a la riqueza adquirida mediante explotación humana, a la esclavitud y la cárcel de los vencidos en guerras, a la opresión de las mujeres y niños, al separatismo con los extranjeros…

Era una mentalidad con raigambre en la tradición del amor a la sabiduría y de la denuncia profética, con representantes en el helenismo clásico y en el profetismo hebreo: Sócrates, Platón, Aristóteles, Pitágoras… Jeremías, Sofonías, El Deutero-Isaias, el Maestro de Justicia… Con exponentes significados en el s. I: Hillel, Gamaliel, Zacarias, Juan el Bautista, Filón, Simón Mago, Apolonio de Tiana, Séneca…

En el Jesús evangélico se expresa sabiamente el contenido religioso de ese “culto interior a Dios” y “religión del hombre”:

·        “Cuando ores, entra en tu cámara interior; y cerrada la puerta, reza al Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que vé en lo escondido de tu alma, te recompensará” (Mt. 6, 5-7).

·        “Si estuvieres presentando tu oferta ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo en contra de ti; deja tu ofrenda pendiente, y vete a reconciliarte con tu hermano antes de dar culto a Dios. Y reconcíliate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino…” (Mt. 5, 23-25).

·        “Dios es espíritu, y los que le adoran deben darle culto en espíritu y en verdad” (Jn. 4, 24).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL MÁRTIR DE JERUSALÉN

 

POR JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

En el siglo I de nuestra Era, hacia el año 32, tuvo lugar en Jerusalén un crimen alevoso, de enorme trascendencia histórica y religiosa.

Un hombre “revestido de poderes espirituales, que obraba grandes prodigios de curación y era muy apreciado por el pueblo”, que tenia por nombre Kelil, nominación aramea que significa “Coronado”, y en un documento de la época se le tituló Stephanos (Hech. 6-7), trabajando en Jerusalén en tareas solidarias de salud social, se enfrentó a círculos religiosos del judaísmo ortodoxo por cuestiones de interpretación de la ley moral y del uso del Templo de Dios. Acusado de blasfemia y de querer destruir el “lugar santo”, fue llevado ante el Sanedrín, que lo juzgó merecedor de muerte deuteronómica. Echado fuera de la ciudad, fue apedreado y colgado, mientras el mártir invocaba: “Señor Josué (Yoshuá), recibe mi espíritu. Añadiendo: “Señor, perdónales este pecado” (Hech. 7,59-60).

La tradición judaica guardó memoria del trágico suceso, que fue recogido en el Talmud: Sanedrín 43a, pero llamando al protagonista Jeshu ha Notzri. El documento dice:

En la víspera de la Pascua, ellos colgaron a Jeshu, y el heraldo estuvo anunciando, delante de él, durante 40 días: Jeshu ha Notzri va a ser lapidado, pues practicó la hechicería y la seducción, y llevaba a Israel por mal camino. Todo el que sepa algo en su defensa que se presente y abogue por él. Pero no encontraron nada en defensa suya y fue colgado en víspera de la Pascua”.

En este texto resalta la mala conciencia del pueblo judío por la muerte traidora del mártir Coronado, que ellos titularon Notzri y los cristianos Nazoreo, con igual significado.

La palabra nazoreo (también, nezereo, del hebr. netser, “corona”) figura en Hechos de los apóstoles, libro escrito en griego y atribuido al evangelista Lucas, amigo del apóstol de los gentiles, Pablo, y que seguramente recogió el episodio de una fuente helenística-samaritana de habla aramea. En Hechos 6, 13-14 se lee:

Entonces, (los acusadores de Esteban) persuadieron en secreto a algunos para que dijeran: Le hemos oído hablar a éste palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Ellos mismos alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él lo arrebataron y lo llevaron a presencia del concilio. Y presentaron a los testigos falsos que decían: ese hombre habla continuamente en contra del lugar santo y de la ley. Le hemos oído decir a ese nazoreo, Jesús, que destruirá este lugar y que cambiará las tradiciones que Moisés nos legó”.

Esta es la prueba testifical decisiva, críticamente verificable por expertos lingüístas, de la identificación de Jesús Nazoreo y Esteban.

A pesar de las muchas manipulaciones sufridas por el texto primitivo de Praxeis ton Apostolon (titulo griego original del documento), en el siglo II, según demuestra el historiador y lingüista Alfred Loisy (Les Actes des Apôtres, 1925), y de las traducciones canónicas interesadas, dando lugar a tergiversiones lingüísticas y confusiones históricas, la historia critica, con ayuda del sentido común, impone los principios de realidad y de coherencia.

En la tesis que aportamos se maneja con rigor un argumento jurídico incontestable: la traducción que aquí ofrecemos, lingüísticamente la más correcta, busca también el apoyo de un estricto examen del proceso judicial.

Recogiéndose en el pasaje mencionado de Hechos, una imputación testifical contra el acusado, no tiene sentido interpretar que “ese hombre”, el nazoreo Jesús, sujeto al que se enjuicia, allí presente, no sea el autor del delito imputado, sino que éste se traslade a un ausente, por tanto, inimputable y no condenable en aquel juicio.

A este argumento critico, por mi ya defendido en ocasiones anteriores, ahora añado otro, que tiene mucho que ver con el nombre que la tradición evangélica dio, teológicamente, al personaje, y que figura titularmente en el mismo documento: Jesús.

La invocación que el Mártir hace a Josué (Jehoshua, “Jesús antiguo”, que la LXX recoge Iesou), y que ya antes hemos mencionado (Hech. 7,59-60), ha sido remitida por la tradición cristiana al supuesto Jesús histórico, invocado por Esteban y distinto de Esteban.

Observemos que, en su Discurso ante el Sanedrín Judío, oración justificativa de su fe, el Mártir de Jerusalén no hace referencia histórica y doctrinal a su supuesto maestro, Jesús de Nazaret. Siendo Esteban, como se asegura, seguidor y discípulo del Nazoreo, y primer Mártir de la fundación cristiana, nunca es nombrado en los evangelios sinópticos, ni lo menciona el evangelista Juan, ni le alude por su nombre, directamente, Pablo en sus epístolas, ni se tiene mención de él en los evangelios apócrifos, excepto el tardío Apocalipsis de Esteban.

El comentarista de prestigio de Hechos, G. Ricciotti, ha afirmado que: “En todo el Discurso (de Esteban) no se nombra nunca al sujeto principalísimo en quien converge todo el razonamiento, a saber, Jesús (Los Hechos de los Apóstoles. Luis Miracle, Barcelona, 1957, pp. 149-150).

El único vinculo documental supuesto entre Esteban y Jesús, en la hipótesis de tratarse de dos personajes distintos, se encuentra en Hechos, en los lugares señalados: 6,13-14, de traducción tergiversada, y en 7,59-60, pasaje éste en el que tratamos de demostrar que se alude al líder y profeta Josué, citado por el autor de Hechos en 7,45 (Joshua).

En la tradición hebrea, Josué fue “siervo de Moisés” y fue líder, guía y Señor de Israel. De ahí que merezca, para el autor de Hechos, la alusión que se da de él en 7,59-60.

Josué, “hombre lleno del espíritu de sabiduría” (Deut. 34,9); “hijo de Nun, hombre en quien está el Espíritu” (Num. 27,18), fue, según su nombre, el Salvador de Israel, declarado por Moisés: “Y a Oseas, hijo de Nun, le puso Moisés el nombre de Josué” (Num. 13,16). La profecía estaba corroborada en Deut. 18,15.18: “Un profeta, como yo, te levantará el Señor tu Dios de entre tus hermanos. A él oiréis” … “Y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande”. Se refería, indudablemente a Josué (Jehosúa, el “Jesús antiguo”).

La idea de salvación mesiánica estaba también en el Nazoreo, el Salvador del Nuevo Testamento. Pero no tiene sentido que Coronado aluda en su invocación agónica a si mismo, sino que él memore al “Jesús antiguo”, el que transportó la “tienda de Dios” a la Tierra prometida, “conforme al modelo divino” … y “hasta los días de David” (Hech. 7,44-46) … “Pero fue Salomón quien le edificó una casa. Sin embargo, el Altísimo no habita en casas hechas por manos de hombres, como dice el profeta…” (Hech. 7,47-49).

Esta era la doctrina proferida por el profeta Isaías 66,1, y que se repite también en Marcos, en la causa de Jesús, y en boca de éste: “Yo destruiré este templo, hecho por manos, y en tres días edificaré otro, no hecho por manos” (Mc. 14,58). Testimonio evangélico incomprensiblemente no recogido en el Evangelio de Lucas, autor de Hechos, donde sí consta, y hay que preguntarse acerca de la malversación o expolio.

En el Nazoreo Jesús-Esteban se repite el signo de Salvación, con igual nombre que en Josué, “Salvador de Israel”. Y en éste ve la Patrística un tipo o figura del Mesías Salvador, con la misma idea que los samaritanos esperaban, según Juan, al Salvador del mundo, como Taheb o “Restaurador”.

La idea teológica del nombre se describe en Mat. 1,21, cuando el ángel anuncia el nacimiento del héroe, unido a su nominación religiosa: “y le llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo…”. Profecía que se enlaza teológicamente con el anuncio de Moisés, referido a Josué, en Deut. 18,15.18, y retomado en Hechos, en el segundo Sermón de Pedro, 3,20-22, con alusión a Jesús.

En Hechos 7,55-57 se afirma: “Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijo los ojos en el Cielo, vio la gloria de Dios, y a Josué (Jeshou) de pie a la diestra de Dios, y entonces dijo: veo los cielos, abiertos al hijo de hombre, y su derecho (dexion) está firme junto a Dios”.

Con estas palabras, el mártir de Jerusalén proclamaba la religión del hombre junto a Dios, puesto “a su derecha”, o sea, en el lado “correcto” (dexion), el lado de su dignidad y de los derechos naturales, dados originalmente, que le igualan a la Divinidad. Logion que se repite en Lucas 22,69: “De ahora en adelante, el hijo de hombre estará sentado en el lado correcto (dexion) junto al poder de Dios”.

Dice Lucas, en su Evangelio, que, al oír esta equiparación, del hombre con Dios: “Dijeron todos: ¿Entonces tú eres hijo de Dios? Y el les respondió: Vosotros decís lo que yo soy” (Lc. 22,70).

El mismo autor, en Hechos 7,57-58, afirma: “Entonces, ellos gritaron con gran voz, y tapándose los oídos arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, comenzaron a apedrearle…”.

 

Y, apedreado, el Mártir fue colgado de un árbol (xylon), como prescribía la ley judía: “Cuando uno que comete un crimen digno de muerte, sea ejecutado, cuélguesele de un madero… maldito por Dios es el colgado” (Deut. 21,22-23) (Véanse: Gal. 3,13; Hech. 5,30).

 

 

 

 

 

EL CONSTRUCTO MESIÁNICO DEL

 

“HIJO DE DAVID”

  

 

POR JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

 

La credibilidad testimonial de un texto sagrado que se afirma “Palabra de Dios” se funda en la coherencia de las tradiciones que transmiten la fe histórica. La razón ética descubre, críticamente, las intenciones espúreas de los escribas interesados, tal como ya lo advirtió antiguamente el profeta Jeremías (8,8).

 

Hijo de David”, como tal título atribuido a Jesús, no se sostiene cuando es señalado como “el que había de venir” como “Salvador del mundo”. La falsación se constata leyendo las fuentes bíblicas que anunciaron, en boca de Israel y de Moisés, las distinciones testamentarias que señalaban a las tribus de Judá y de José: para el uno, el “cetro” y la “vara”; para el otro, las titulaciones de primogénito: el “Bendito” entre sus hermanos, y portador del Netzer o Coronasobre su cabeza” (Gen 49,10; 49,26; Deut 33,7; 33,16).

 

Por eso, Caifás, el sumo sacerdote judío que juzgó a Jesús le preguntó, como prueba para condenarle: “¿Eres tú el Bendito?”. Jesús le contestó: “Yo soy”. Jesús era “el Bendito” anunciado por Moisés, según el testamento de Israel.

 

 

 

El mesianismo hebreo fue una constante en el desarrollo histórico de una nación semita nómada y sometida a grandes avatares de trasiego y asentamientos, obligada a la definición de su solar y con enorme ansia de conquista. Emigraciones, éxodos, asedios, victorias, rechazos, persecuciones…, formaron el carácter de un pueblo diferente, que quiso siempre acentuar su identidad singular, recurriendo a un dios propio y Único, del que se sentía “pueblo elegido”, y que siempre le acompañó en su trayectoria, dándole leyes de vida, apoyándole con ángeles, profetas y caudillos en su peripecia entre las naciones.

 

Sus grandes héroes y patriarcas, conducidos siempre por el dios guerrero Yahvé Sebaot, fueron: Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Josué…, hasta el rey emperador David, el “elegido de Dios”, que nació en torno al año 1040 a. de C. y reinó como caudillo imperial sobre el Gran Israel durante cuarenta años, hasta 966 a.C. Como todo héroe, su figura está sometida a grandes alabanzas, críticas, dudas, recuerdos, nostalgias…

 

Pero le cabe a David la prerrogativa de ser “El elegido de Dios”. Él encarna la tradición del mesianismo semítico, seguido por judíos y musulmanes, con expansión de la idea mítica y profética que apela al “hijo de David”, como “el que ha de venir”, al final de los tiempos, como señal de la Victoria del Dios Altísimo para juzgar a la Humanidad y decidir el Destino eterno del Mundo y la Historia.

 

La religión cristiana, nacida en la iglesia de Jerusalén, donde murió el asumido “Cristo”, como secta del judaísmo (el judeo-mesianismo), después universalizado como religión oficial del imperio de Roma, adoptó en su Credo la idea del Mesíasllamado Cristo” en la figura de Jesús de Nazaret, proclamando que en su persona se cumplen las promesas proféticas de ser el representante histórico del “Hijo de David”, esperado como salvador del “Pueblo de Dios” en la Era mesiánica.

 

Mitológicamente, “el hijo de David” forma parte de un constructo escatológico, cuyo relato, con fundamento en la Biblia, en el Corán y en el Dogma cristiano, declara al Mesías “Hijo de David” como la figura clave de una religión monoteísta, fundada por Abraham y constituida en promesa de “linaje de salvación” en el rey David y su descendencia.

 

La promesa que el dios El-Elohim, en Gen 12,1: “Yo haré de ti una nación grande, y te bendeciré… y en ti serán benditas todas las naciones de la tierra”, se entiende exegéticamente, por el mesianismo cristiano, que se plasmó, política y soteriológicamente, en su descendiente David, Rey de Israel, de la tribu de Judá. Así se plantea en el relato del Nuevo Testamento, en seguimiento de la Torá judía.

 

La promesa se repite en Gen 16,17: “Por lo que has hecho…, te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que invade la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos”. Promesa en la que se introduce la violencia como sostén del dominio hebreo en el mundo.

 

Esta promesa del dios tribal Eloim Sebaot, el “dios de la Guerra”, con compromiso de ayuda divina en la empresa de señorío imperial sobre las naciones, venciendo a sus enemigos (los gentiles o paganos, que no adoraban al dios “Único” y “Todopoderoso”), se cumplía, según los judíos, en la progenie de Judá, con el Rey David.

 

El linaje del Rey David, de la tribu de Judá, es la tradición que se recoge en el evangelio del Nuevo Testamento, en seguimiento de la Torá judía, que funda en el Cristo Jesús el Mesianismo Cristiano.

 

Este mesianismo basa la titulación “Hijo de David”, que atribuye a Jesús de Nazaret, en promesas proféticas del Antiguo Testamento, según el libro de la Torá, que fue reescrito por los escribas judíos.

 

Sin embargo, en los relatos proféticos de la Biblia, recogidos por la tradición cristiana, se observan, estudiados críticamente, datos y contraseñas que ponen de manifiesto dudas y contradicciones sobre el constructo “Hijo de David” en varios pasajes.

 

Hagamos algunos expurgos de la cuestión profética que el mesianismo davídico plantea, con ínfulas de fanatismo religioso, y cuya médula es el odio y la dominación universal mediante la violencia, como rémora de la “Ira de Yahvé” en el “Dia del Señor”, luego transmitido al “Elegido de Dios”:

 

·        Is 13,9: “He aquí que viene el Día del Señor, con crueldad, con furia y ardiente ira, para convertir en desolación la tierra y exterminar de ella a sus pecadores”.

 

·        Is 66,16: “Porque el Señor Yahvé juzgará con fuego y con espada a toda carne, y serán muchos los muertos que haga el Señor”.

 

·        Ez 39,17: “Congregaos y venid, juntaos de todas partes para asistir al sacrificio que voy a preparar para vosotros, un gran sacrificio sobre los montes de Israel. Y comeréis carne y beberéis sangre. Comeréis sangre de poderosos y beberéis sangre de los príncipes de la tierra”.

 

·        Sal 2,9: “Tú los quebrantarás con una vara de hierro, los desmenuzarás como vasos de alfarero”.

 

·        Sal 110,5-6: “El Señor está a tu diestra. El quebrantará Reyes en el Día de la Ira. Juzgará a las naciones, las llenará de cadáveres, machacará cabezas sobre la ancha tierra”.

 

·        Zac 14,1-21: “He aquí que viene el Dia del Señor Yahvé… Y será un día único, conocido sólo por el Señor… Y el Señor será Rey sobre toda la tierra…

 

·        Dan 7,14: “Y le fue dado dominio, gloria y reino; y todos los pueblos, naciones y reinos de la tierra le servían; su dominio es una soberanía eterna, que nunca terminará, y su reino no será derrotado”.

 

·        2 Sam 7,12-17: “Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas… Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre…

 

·        Dan 7,27: “Y el reino, el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es un reino eterno; y todos los dominios le servirán y le obedecerán” (V.t. Dan 2,44).

 

·        Sal 109,2 “El Señor Yahvé extenderá desde Sión el poder de su cetro: someterá a tus enemigos en la batalla”.

 

·        Sal 45,4-6: “Ciñe tu espada sobre el muslo, oh valiente, en tu esplendor y tu majestad… Tus saetas son agudas, los pueblos caen debajo de ti; en el corazón de los enemigos del rey están tus flechas”.

 

 …   …   …

 

El Mesías davídico, el esperado “Hijo de David” queda bien representado en las décadas anteriores al siglo I en los fervorosos versos de los Salmos de Salomón 17, 26-46:

 

. “Míralo, Señor, y suscítale un rey, un hijo de David, en el momento que tu elijas, oh Yahvé, para que reine en Israel, tu siervo”.

 

. “Rodéale de fuerza, para que quebrante a los príncipes injustos y purifique a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola…, para machacar con vara de hierro a todo ser…, para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia…”

 

. “Él reunirá un pueblo santo, al que conducirá con justicia…; el emigrante y el extranjero no habitarán más entre ellos… Obligará a los pueblos gentiles a servir bajo su yugo…”

 

. “Y santificará Jerusalén con su santificación; como al principio, para que vengan las gentes desde los confines de la tierra a contemplar su gloria”.

 

. “Él será un rey justo, instruido por Yahvé, no habrá injusticia durante su reinado, porque todos serán santos, y su rey será el Ungido del Señor (El Mesías, el Cristo). El Señor es su Rey”.

 

. “Golpeará la tierra continuamente con la palabra de su boca, pero bendecirá al pueblo del Señor con sabiduría y gozo… tal es la majestad del Rey de Israel”.

 

. “Felices los que nazcan en aquellos días, para contemplar la felicidad de Israel cuando Yahvé congregue sus tribus. Apresure Dios sobre Israel su misericordia, líbrenos de inmundicias de enemigos impuros”.

 

. “El Señor es nuestro Rey para siempre jamás”.

 

En estos textos se sintetizan las esperanzas y elogios del Mesías “Hijo de David”, como culminación de toda una tradición vetero testamentaria, cuya estampa estaba presente en las expectativas mesiánicas de los albores del cristianismo, reflejándose en los textos de Qumram y de los Evangelios”.

 

El Mesías Hijo de David esperado en el Siglo I en Judá era el descrito, como Ungido-“Elegido de Dios”, en este plan profético del judaísmo.

 

Diecisiete versículos del NT describen a Jesús con el título “Hijo de David”, con propuestas acordes con las promesas proféticas del AT, redactadas por los escribas judíos a los que Jeremías reprendió (Jer 8,8).

 

Mateo 1 expone la prueba genealógica: José, “padre de Jesús”, era descendiente directo del Rey David, a través de la línea de Salomón. Lucas 3 también hace a Jesús descendiente de David, pero a través de su madre María, “por sangre” y mediante adopción legal de su marido José, y a través de la línea de otro hijo de Salomón, Natán (Vide. t. Lc 1, 32-33). Marcos 1,1 dice, sin embargo: “Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”.

 

Pero este programa argumental entraba en contradicción con la tradición mosaica, cuya profecía en Deut 18,15 y 18 no se refería a un rey sino a un profeta: “El señor tu Dios levantará para ti un profeta como yo (Moisés) entre vosotros, al que deberéis escuchar”. Repetido en Hech 3, 20-22: “Moisés dijo: el Señor Dios levantará para ti un profeta como yo, de entre vuestros hermanos; a él deberéis prestar atención en todo lo que diga”.

 

La tradición samaritana (shomrim, “los conservadores o guardianes de la más antigua tradición religiosa de Israel”) la tribu de Efraím y Manasés, los hijos del patriarca José, el primogénito de Jacob-Israel, a la que perteneció Josué (el Jesús antiguo), evocaba esa profecía mosaica, refiriéndola al Taheb, esperado en el tiempo de Jesús, como el mesías-Profeta, como Salvador. Lo que se constata en el evangelista Juan:

 

Jn 4,26: “el que había de venir” … “Ese soy yo”, le dijo Jesús a la mujer samaritana.

 

Jn 6,14: “Entonces aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había hecho: Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo”.

 

Jn 4,42: “…Y sabemos que este (Jesús) es en verdad el Salvador del mundo”.

 

Todo esto sucedió en Samaria, la “Casa de José”, a la que perteneció Josué, el discípulo y continuador de Moisés, a quien éste se refería, y a su descendencia, en la mencionada profecía de Deut. 18, 15 y 18. Josué, al volver de Egipto como caudillo en la conquista de Canaán, llevó consigo los “huesos” de José, el “Príncipe primogénito” (Nezer) de Jacob-Israel, y los depositó en Samaria (Josué 24,32).

 

Frente al Mesías “Hijo de David”, de la Casa de David, esperado por los judíos como libertador político y con afán de dominio temporal, en el siglo I surgió en Samaria la expectativa espiritualista de la llegada escatológica del Profeta de los últimos tiempos, teniendo como base la profecía de Moisés, y al que denominaron el Taheb, que significa el “Restaurador”, con idea universalista y soteriológica de instauración de la Paz, la Justicia y el Progreso de la Humanidad. Se le conocía también como “el Salvador del mundo”.

 

El “eón” venidero, en visión ecuménica, se identificaba con “el reino de los cielos”, de sentido ético, que también predicaba Juan el Bautista: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se acerca” (Mt. 3,2); “… el reino de los cielos sufre violencia”, dijo Jesús (Mt 14,12).

 

El Bautista, que también era del reino del Norte (que sería enterrado en Sebaste, Samaria), preguntado si él era “el Cristo” (el Mesías “Hijo de David”) (Jn 1,20), contestó: “Yo no soy el Cristo”. Y Jesús, de la progenie de Juan, de la Casa de José, también de la estirpe de Josué, Profeta de Galilea, por lo tanto, shomerim (samaritano, Jn 8,48), discutiendo con los escribas y fariseos de Jerusalén, les requirió, irónicamente, que le explicaran: “¿Por qué los escribas dicen que el Cristo es hijo de David? El mismo David le llama Señor. ¿En qué sentido es, pues, su hijo?” (Mc. 12,35-37).

 

Planteamiento indicativo de que Jesús se desmarcaba de la titulación “el Hijo de David”, tal como quiso designarle el mesianismo judeo-cristiano.

 

Jesús rechazó la atribución de rey mesiánico e “Hijo de David”. A Simón Pedro, que le confesaba: “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”, cuando él inquiría a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16, 15-16). Respondió a Pedro evasivamente, y alabando su intención. Y concluyó: “Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que el era el Cristo” (Mt 16,20).

 

Y profetizó taxativamente: “Mirad que nadie os engañe. Vendrán muchos diciendo, en mi nombre que yo soy el Cristo, y engañarán a muchos” (Mc 13,6; Mt 24, 5-6; Lc 21,8).

 

En el juicio de Jesús ante el sanedrín judío de Jerusalén, el sumo sacerdote Caifás le preguntó: “¿Eres tú el Mesías, Hijo del Bendito?” Y Jesús le respondió: Yo soy” (Mc 14,61; Par. Mt 26,62-64; Lc 22,70).

 

En el reino del Norte de Judea, Samaria, de acuerdo con la tradición mosaica y efraimita, y tomando como fuente documental las “Bendiciones de Moisés” en el cap. 33 del Deut “el Bendito “era José, que había recibido de su padre Jacob-Israel la primogenitura, siendo, por ello, el portador de la diadema (Netzer), según Gen 49,26: “Bendiciones de Jacob”.

 

Las palabras de Moisés bendiciendo a José, fueron (Deut 33, 13-17): “Y de José dijo: Bendita de Dios sea su tierra, con lo mejor de los cielos… Descienda la Bendición sobre la cabeza de José como el consagrado entre sus hermanos. Su majestad es como la del primogénito del toro, y sus cuernos son los cuernos del búfalo…”, mencionando a continuación a sus descendientes, Efraím y Manasés, de cuya descendencia eran Josué, el sucesor de Moisés (Núm. 26,28), hijo del Bendito y, finalmente, Juan el Bautista y Jesús Coronado.

 

Por la última perícopa, al Mesías esperado en el Reino del Norte, como profeta Salvador se le apodaba “el Cornudo”, Mesías rey-profeta, y también “el Sufriente”, que había de morir (S.MOWINKEL, El que ha de venir. Mesianismo y Mesías).

 

A Jesús se le llamaba “el nezereo” (gr. nazoraios) porque era del linaje de “José ben Israel” patriarca profeta portador del nézer. Lo reconoció Nathanael: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Jn , 1,49) y el mismo evangelista lo reafirma en el pasaje triunfal de entrada a Jerusalén, en el que la muchedumbre gritaba: “¡Hosanna al Bendito, que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel!” (Jn 12,13).

 

Por eso, Caifás “profetizó que Jesús había de morir por la nación” (Jn 11,50-51). Y por eso en el juicio le preguntó, presidiendo el Sanedrín: “¿Eres tú el Mesías Hijo del Bendito? (Mc 14,61).

 

El judaísmo fervoroso que volvió del exilio en Babilonia, dirigido por Esdras-Nehemías, el macabeismo, el celotismo y el fariseísmo nacionalista, postergaron la tradición mesiánica del Bendito de Israel (progenie nezerea de José-Efraim) y remarcaron la esperanza del nacionalismo davídico de Judá, el reino del Sur, que profetizaba la liberación de Judea, sometida por pueblos paganos.

 

El mesianismo del tiempo de Jesús, ampliamente descrito por Flavio Josefo, estaba en esta línea davídica, dominada por el zelotismo. El movimiento que en Jerusalén encabezó Jacobo, el “hermano del Señor”, denominado Judeo-mesianismo, al que se enfrentó el converso Pablo, reivindicaba la llegada inminente del criminalizado y “colgado” Jesús Coronado, Profeta samaritano de Galilea, que se autodenominaba “Hijo del Padre” (Bar Abba).

 

Esta expectativa mesiánica del davidismo se exasperó después de las derrotas de Jerusalén del año 70 y la del mesías bar Kochba) el “hijo de la Estrella”), que encabezó la rebelión contra Roma del año 132, y produjo la diáspora judía del Asia Menor, con sus “Siete iglesias”, que inventaron el Apocalipsis, el montanismo y el ireneismo, especulando con la especie teológica de la “Segunda Venida”, precedida de grandes catástrofes y con la esperanza de un Milenio de vida santa en la “celestial” Jerusalén reconquistada.

 

El triunfo de Constantino y el cierre conciliar del Dogma permitieron la instauración definitiva de la Gran Iglesia y su Credo mesiánico del “Hijo de David”, impuesto ecuménicamente, pero proclive a la persecución religiosa que había sufrido, fenómeno culminado en la infabilidad cristológica del Concilio de Calcedonia, que se refirió a la Persona de Jesús con el constructo prosopon griego, que se traduce “máscara”, y dando lugar al gran cisma cristiano y la persecución fanática de los declarados “herejes”, entre ellos, Hipatia de Alejandría, cristiana crítica, víctima de cristianos fanáticos, seguidores de la intolerancia y la persecución religiosa surgida con motivo del Edicto de Tesalónica (380 d.C.), en el cual se declaró a los no “cristianos católicos”, la religión oficial, “dementes y locos, sobre los que pesará la infamia de la herejía…; “primero serán objeto de venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa, que adoptaremos siguiendo la voluntad divina”.

 

Los Padres de la Gran Iglesia, como religión oficial del Imperio, seguían manteniendo la expectativa del Apocalipsis: la llegada, una vez vencidos los “infieles”, de la Era mesiánica del Hijo de David, según el plan y propuestas de “La revelación de Jesucristo”, como fue titulado el libro de un “tal Juan”, culminación del mesianismo davídico, en el cual se leen textos como estos:

 

Apoc 5,5: “No llores; mira que el león de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido. Miré, y vi a un Cordero, de pie, como inmolado, que tenia siete cuernos y siete ojos, que son los Siete Espíritus de Dios, enviados por toda la tierra”.

 

Apoc 6,2: “Miré y vi un caballo blanco; y el que lo montaba tenia un arco; se la dio una corona, y salió conquistando y dispuesto a dominar”.

 

Apoc 19,11: “Y vi el cielo abierto y, he allí, un caballo blanco. El que lo montaba se llamaba el Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y hace la guerra. Sus ojos son una llama de fuego, y sobre su cabeza hay muchas diademas, y tiene un nombre escrito que no conoce nadie sino El”.

 

Apoc 19, 17-18: “Y vi a un ángel que estaba de pie frente al sol. Y clamó con gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, congregaos para la gran cena de Dios: en ella comeréis carne de reyes, carne de comandantes y carne de poderosos; carne de caballos y de sus jinetes, y carne de todos los hombres, libres y esclavos, pequeños y grandes”.

 

Apoc 19,13: “Y está vestido de un manto empapado en sangre, y su nombre es el Verbo de Dios”.

 

Apoc 14,1: “Miré y vi que el Cordero estaba de pie sobre el Monte de Sion, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de Él, y el nombre de su padre Yavhé escrito en la frente”.

 

Esta estampa heróica del “Cristo de la Ira”, Mesías Davídico, representante de “Yahvé Sebaot”, cuya doctrina seudo-joanica se incorporó al Credo de la Iglesia Triunfante, vencedora del mundo pagano, con bastión en Sion de Jerusalén, ejerciendo el poder, la soberanía y la gloria sobre las naciones gentiles e idolatras, fue el crudo retrato que construyó, en los primeros siglos, un cristianismo desprendido del judaísmo pero filial de su mesianismo fanático, también imitado por la ideología islámica, que tanto daño ha producido sobre la imagen del Profeta mártir de Galilea, Jesús, el “hijo de hombre”, “Hijo del Padre que está en los Cielos”, Mesías espiritual, Revelador de la religión del “Hombre junto a Dios”.

 

Del análisis del Mesías davídico, impregnado de ideología bíblica judaica (la corregida por Esdras-Nehemías), se desprenden las ideas de Pureza étnica, Integridad excluyente, Dominio supremacista, Separación selectiva, Odio al extranjero, Justicia remunerativa, Victoria de “los Elegidos” … Si esas ideas permanecen imperecederas habremos olvidado, sin añoranza, los noúmenos ético-religiosos, predicados por el “linaje de los Profetas”, en el siglo I, representados por el nazoreismo bautista, religión de “salvación de las gentes” (los gentiles), el hombre plural, que se identifica con la Humanidad (“todo hombre que es hijo de Dios”).

 

Esta fue la ideología que revolucionó el mundo en el Siglo I, de la que fueron protagonistas hombres sabios y espirituales de la “prole josefina”: Hillel, Simeón, Zacarias el Justo, Juan el Bautista, Natanael, Gamaliel, Nicodemo, Abibo, Felipe, Pablo de Tarso, Bernabé, Juan Marcos…, emparentados con humanistas heleno-romanos, como Filón de Alejandría, Apolonio de Tiana, Lucio Anneo Séneca, Epicteto…, todos ellos conocedores de una religión ética, la que practicaban los esenios, y que tuvo su plenitud en Jesús Coronado, el Profeta samaritano de Galilea, que, oponiéndose a la ideología judaica, plasmó en doctrina de salvación las virtudes del samaritanismo: amor fraterno, servicio, hospitalidad, tolerancia, solidaridad, conciliación, convivencia, desprendimiento, entrega, cura y cuidado del otro, acercamiento al extranjero, perdón al enemigo, misericordia de los pecadores, pobres y marginados…

 

Los discípulos de Jesús Nezereo, que adoptaron este programa de vida, y lo practicaron con benevolencia, fueron llamados crestianos. Su bondad plasmó el modelo religioso que superaba y se oponía al purismo de los “santos” del judaísmo, fundado en la supremacía, el odio al gentil, la violencia, la intolerancia de costumbres extrañas, el rechazo de los paganos que no adoraban a su Único y excluyente Dios Yahvé en el Templo de Salomón, en Sión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El conocimiento de la verdad escondida sobre el misterio de Jesús: su proceso, su muerte deuteronómica, su “levantamiento”… se encuentra fehacientemente en el “Evangelio de la verdad”.

En el Papiro 17. Codex I, de los documentos gnósticos hallados en Nag Hammadi en 1945, se contiene el Evangelio de la Verdad (NHC I, 3). Es una copia de un protoevangelio siriaco del siglo I, escrito en Antioquia por seguidores “crestianos” (Hech. 11,26; Ef. 4,32). Eran los que, con Pablo, predicaron y escribieron “otro evangelio” (Gál 1, 6-9; 2Cor 11,4), diferente al canonizado por el mesianismo cristiano en el Siglo II.

El Evangelio de la Verdad fue el “Primer Evangelio” gnóstico. En él se inspiraron los testimonios que relataron los momentos cruciales del juicio, muerte y resurrección de Jesús: Los Evangelios de Pedro (escrito en Antioquia), Nicodemo, Santiago, Bernabé, Judas, Gamaliel… Estos protoevangelios fueron las fuentes del “primer Marcos”, escrito en Egipto, donde estuvo con Bernabé, y del canónico de Marción, que también tuvo como referente el Lucas auténtico y sus Hechos.

A estos “gnósticos”, evangelios del “conocimiento” de la Verdad, se han de añadir las Acta Pilati, conocidos y testimoniados por Justino (1 Apol. 35,9) y Tertuliano (Apol. 21,24) en el Siglo II. Tertuliano se refiere a Poncio Pilato, “siendo cristiano en lo íntimo de su corazón”.

Últimamente se entiende el fenómeno de la posverdad en referencia a relatos adulterados de sucesos relacionados con personas singulares o colectivos, cuyo contenido se aleja de la realidad, poniéndose la veracidad de lo contado en entredicho por intervención en el testimonio de impresiones subjetivas o impregnaciones contextuales de la noticia expuesta, que parten de premisas falsas o intentan alterar la realidad de los hechos acaecidos.

Pero el fenómeno de la posverdad no solo es cotidiano, relativo a la comunicación y relato de noticias de actualidad, sino que atañe, desde siempre, a las crónicas, mensajes, narraciones históricas y opiniones, que, intencionadamente, mezclan testimonios orales de niveles diversificados, con fuentes apócrifas, con mitos, leyendas o ideológicas interesadas, actuantes por motivos de fe religiosa, utopías políticas o esperanzas equivocadas.

El relato evangélico de Jesús de Nazaret, considerado como persona histórica elevada a objeto de fe, está incurso, quizás con exceso, en un constructo de posverdad, por múltiples motivos, principalmente por falta de unidad narrativa, siendo varias y desiguales las exposiciones que presentan los hechos biográficos de un personaje complejo por su carácter de transcendencia, que rebasa la realidad de su momento histórico.

El más relevante y complicado de los sucesos relatados con pretensión de verdad sobre Jesús es el hecho de la resurrección, que rebasa la historia en su definición estricta y entra en el ámbito de lo supra- histórico o de la fe sobrenatural. Aunque los evangelistas y los exégetas del mensaje tratan de describir el hecho como fenómeno de “auto-surgimiento”, superador de la muerte física padecida, especulan, debatiéndose entre el misterio y la realidad natural, con las “apariciones” de Jesús, ofreciendo su propio cuerpo terrenal a situaciones de ambigüedad vital.

Pero desde el punto de vista historiográfico, como exposición narrativa objetivamente valuable, el hecho más significativo resulta ser el muy discutido proceso de su juicio religioso-civil, cuyo examen se desarrolla aporéticamente en terrenos insalvables cuando se intenta saber lo acaecido con rigor y fiabilidad.

No ofrece duda la condena realizda por el Sanedrin judío, de 23 miembros, de Jerusalén, en el que José Caifás le sentenció a pena de muerte, por blasfemo. Esa pena había de ejecutarse, según la ley judía, mantenida rigurosamente por el judaísmo del Segundo Templo, mediante apedreamiento y colgamiento de un árbol o “madero”.

He aquí el meollo de aquel acontecimiento historiable, que se constata en Hechos de los Apóstoles, 6, 8-8,2, y que luego recordó la tradición del Talmud de Babilonia (Sanh. 43a):

Un “hijo de hombre”, famoso hacedor de prodigios, de nombre Coronado (arameo Kelil; gr. Stephanos), “lleno de gracia y poder, que realizaba grandes milagros y señales entre el pueblo” (6,8); escogido por los “helenistas” de Judea (samaritanos, galileos, Decápolis) para el servicio de los pobres y necesitados, habiéndose mostrado rebelde al judaísmo religioso y sociológico de la época, fue conducido ante el Sanedrín, acusado por testigos falsos, que atestiguaban: “Este hombre no para de hablar contra el Templo y contra la Ley… Le hemos oído decir, a este Jesús nazoreo, que él derribará el lugar santo y cambiará las costumbres que Moisés nos legó” (Hech. 6, 13-14).

El mártir pronunció un largo discurso ante los miembros del Sanedrín, de carácter antijudío, refiriéndose a la constante desobediencia a la ley de Dios por parte de los dirigentes, fundándose en el testimonio de los Profetas, que había culminado en la presencia del “Justo”, al que los judíos habían traicionado y asesinado (Hech. 7,52, con correlato en Lc. 11, 48-52; Mt. 23, 35-36). Testimonio que provocó la ira fanática de los jueces.

Fue, entonces, cuando Coronado tuvo la “visión” que los sanedritas interpretaron como blasfemia: “He aquí que contemplo los cielos abiertos y veo al hijo del Hombre de pie, a la derecha de Dios” (Hech. 7,55-56; con correlato en Lc. 22,67-69: “Díjoles… A partir de ahora estará el hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios”).

Entonces, se precipitaron sobre él, lo sacaron de la ciudad y lo apedrearon hasta la muerte, en aplicación de su ley (Hech. 7,57-58).

Apedreado, “lo colgaron de un madero”, según la misma ley, y así quedaba expuesto hasta el atardecer (Deut. 21,14-16).

Cuando moría, perdonó a sus verdugos (Hech. 7,60), invocando: “Señor, recibe mi espíritu” (Hech. 7,59). Gentes piadosas le enterraron e hicieron “gran duelo” sobre él (Hech. 8,2).

El mismo acontecimiento histórico, registrado en Hechos, con Coronado (Esteban) como protagonista del martirio, fue recogido por la tradición judaica en el Talmud de Babilonia, con Ieshu como protagonista:

En la víspera de la Pascua, ellos colgaron a Ieshu, y el heraldo estuvo proclamando ante él, durante 40 días: Ieshu ha Notzri va a ser apedreado, pues practicó la hechicería y la seducción, y llevaba a Israel por mal camino. Todo el que sepa algo en su defensa que se presente y abogue por él. Pero no encontraron nada en su defensa, y fue colgado la víspera de la pascua”.

Las fuentes anteriores constataban que Ieshu ha Notzri (tradición judaica), Coronado (tradición samaritano aramaica) fue un personaje historiado (Chresto, según Tácito, Suetonio y Plinio el Joven), cuyo martirio ha quedado reseñado documentalmente que se realizó según el modo de ejecución practicado por los judíos: apedreamiento y colgamiento.

También en Hechos se confirma el procedimiento, en el Discurso de Pedro: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros (los judíos) matásteis, colgándole de un madero” (Hech. 5,30). Y Pablo, en Gál. 3,13, lo confirma: “Porque maldito por Dios es el colgado”, citando Deut. 21,23.

Este personaje rebelde al judaísmo de la época y condenado por el Sanedrín de Jerusalén, llamado Jesús-Coronado, fue muerto en el año 32.

La versión evangélica sobre el juicio y muerte de Jesús “el Nezereo” (Coronado) difiere sustancialmente de la anterior, que es más sencilla y sucinta, y fácilmente creíble por su grado de veracidad, con base en sucesos cotidianos, dejando aparte su transcendencia por motivos ético-religiosos.

La narración evangélica de Jesús culmina, en los cuatro relatos canónicos, y en fuentes apócrifas conocidas, en el célebre proceso de enjuiciamiento y muerte del Mártir, después de un juicio sumarísimo y rápido, habido ante el Gobernador romano de Judea, en Jerusalén, que terminó con sentencia penal de crucifixión a la romana.

Una intentada exégesis correcta, con visos de verosimilitud, afronta, en la lectura critica de los relatos, incontables dificultades relacionadas con anacronismos, anatopismos, datos biográficos equívocos, prodigios irrealizables, situaciones de naturaleza ilegal, naturalmente aceptadas, confusión entre actuaciones temporales transformadas en sobrenaturales, etc…

En el episodio “Ante Pilato” se produce el mayor anatopismo o desubicación de la sede legal en la que hubo de tener lugar el juicio de Jesús. Y también, el más grande anacronismo o falso momento cronológico en el que ocurrió la muerte del Nezereo. Rémoras que descontextualizan los parámetros de localización y temporalidad de un hecho considerado decisivo en la historia de la humanidad, generando los más variados y desconcertantes comentarios exegéticos.

Apresado Jesús, y habiendo sido juzgado en la madrugada del día de pascua (acto judicial ilegal), tenia que ser remitido al Gobernador de Roma para que éste confirmara la sentencia de muerte dada por el Sanedrín de Jerusalén. Momento que el evangelista Mateo expone así: “Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Y, después de atarle, le llevaron y le entregaron a Pilato, el Gobernador” (Mat. 21,1-2).

Pero no dice el evangelista dónde estaba Poncio Pilato, Juez romano en Judea. Se sobreentiende que el prefecto estaría en su sede habitual administrativa de justicia, situada en Cesarea del Mar, la capital de Samaria. Esta estancia parece confirmarla el evangelista Juan: “Llevaron, pues, a Jesús de Casa de Caifás al pretorio”. Añadiendo: “era de madrugada, y (a la llegada) ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y así, comer la Pascua” (Jn. 18,28).

Por “pretorio” se entiende el lugar en el que el pretor o prefecto ejercía, desde la tribuna pública, la actuación propia del juez, representante de Roma, y a quien, en exclusiva, le correspondía el ius gladii o sentencia de muerte. En la administración romana de justicia no era posible ejercer, ocasionalmente, juicios de pena de muerte, en cualquier lugar que no fuera el apropiado, el pretorio, en el que el presidente del tribunal era asistido por magistrados expertos en jurisprudencia, en una actividad cuya praxis suponía varios días de tarea judicial, hasta alcanzar la sentencia, con presencia de testigos (dos al menos), y cabiendo al reo la posibilidad de defensa.

No hay ninguna referencia evangélica que confirme que en el juicio de Jesús el Pretorio fuera un lugar ocasional, en el que el gobernador de Judea actuara como juez en el caso de pena de muerte para el reo, y menos aún, en un juicio rápido, fuera de lugar, en este caso en Jerusalén.

El juicio sumarísimo de Jesús en Jerusalén, por causa penal, en un “pretorio” ubicado, según unos en la Torre Antonia; según otros, en el Palacio de Herodes, ubicaciones imaginadas y nunca demostradas, ha resultado ser una especie ficticia. De donde resulta que, sin sede jurisdiccional probada, decae todo supuesto de juicio legal y muerte inmediata de un Jesús, crucificado por orden romana, a las afueras de Jerusalén.

La tradición cristiano-mesiánica, que mantiene la existencia del juicio civil contra Jesús en Jerusalén, a mano de Poncio Pilato, en un pretorio improvisado, viene a ser ficticia y obedece a especulaciones interesadas.

En el evangelio de Juan se dice (Jn. 19,13), que Pilato “… sacó de nuevo a Jesús y se sentó en el tribunal en un lugar llamado “enlosado” (“gr. Lithostroto”) y en hebreo “gábatha”.

La palabra gábatha es aramea, y su raíz ‘gb’ significa “elevación”, “lugar elevado”. Se deduce que el tribunal del prefecto romano, como sitio desde el cual el Gobernador, sentado sobre terreno pavimentado, pronunciaba sus sentencias, estaba “en lugar alto”, fuera del palacio de la prefectura.

Se han dado enormes esfuerzos discursivos por parte de comentaristas (exégetas, arqueólogos, historiadores), intentando describir este  lugar y las características del tribunal de Poncio Pilato en Jerusalén, en el juicio de Jesús. Pero la única tipificación evangélica, débil y fugaz, no coincide con los testimonios de fuentes antiguas, como Flavio Josefo, sobre los datos transmitidos de la Torre Antonia o del Palacio de Herodes en Jerusalén, ambos edificios exterminados con motivo de la Guerra Judía del año 70.

En el Palacio de Herodes de Cesarea del Mar (Samaria), sede de la prefectura romana en Judea, estaba situado el lugar de jurisdicción administrativa de la justicia romana en la sub provincia de Judea, perteneciente a la Provincia de Oriente (Siria). Allí fue juzgado Pablo de Tarso, compareciendo ante los procuradores Félix y Festo y el Rey Agripa (Hech. 25 y 26), aunque no tuvo sentencia porque, como ciudadano romano, apeló al César. Pero allí, Pablo, dijo: “Ante el tribunal de César estoy, y debo ser juzgado” (Hech. 25,10). Y Festo contestaba a los ancianos y sacerdotes de Jerusalén (en el caso de Pablo): “…no es costumbre de los romanos entregar a alguien a la muerte antes de que el acusado tenga delante a sus acusadores y pueda defenderse de la acusación” (Hech. 25,16).

Poncio Pilato hubo de escribir en Cesarea del Mar las Actas del juicio que allí se celebraría contra Jesús “Bar Abbas”, y haría constancia de su muerte, a cargo de los judíos, aunque él diera sentencia de “Inocente” para el presentado como “Jesús Barabbas”, y dijera: “Crucificadlo vosotros” (los judíos) en el caso del que éstos presentaban como “Jesús el Cristo”.

El Barrabás que aparece en los evangelios canónicos, en la versión cesariense de “Mateo” lleva por nombre Jesús Barabbas, y así Mt. 27, 16-17 hubo de tener esta redacción: “Había entonces un preso famoso, llamado Barabbas. Y entonces, a los allí reunidos, díjoles Pilatos: ¿Queréis que os suelte a “Jesús” conocido como Barabbas? (dirigiéndose a un grupo de concentrados, los samaritanos). ¿”Queréis que os suelte a “Jesús”, presentado como el Cristo”? (dirigiéndose, después a otro grupo, el de judios). Los unos pidieron la liberación del Profeta Bar Abbas; los otros, reclamaron: “¡Crucifícale!”

En el evangelio de Marcos, más primitivo, hay indicio de la supresión de “Jesús”: “Estaba en prisión un tal (…), apodado Barabbas…”, enunciado en el que la supresión reclama el nombre de “Jesús”.

Que Jesús y Barabbas eran la misma persona nos lo prueba el propio Jesús, que se auto titulaba “Hijo del Padre” (Bar Abba). Y fue ese el pretexto de acusación de blasfemia, que los judíos le imputaban: “Por eso, los judíos tenían ganas de matarlo: porque él llamaba a Dios su Padre, haciéndose así igual a Dios” (Jn. 5,17-18).

“Dios Padre”, referido a Zeus: “Zeus Páter”, era una expresión helenística, adoptada por los samaritanos, que en su templo de Garizim, junto a Adonáis rendían culto a Zeus Soter. Y esperaban a un Mesías Profeta como Salvador, en cumplimiento de la profecía de Moisés.

 

Para la búsqueda de la verdad ocultada de Jesús, la anteverdad de los mensajes recibidos como evangelios ortodoxos, se han de remontar las dualidades, convertidas en dualismos, de su personalidad; entre ellas, Jesús “Bar Abba” y Barrabás, como figuras rebeldes a la ley-“costumbres de los mayores” y al dominio cesariano  despótico, ambos dirigidos contra la religión del hombre, que es “hijo del Padre”, sentado “a su derecha” (Hech 7,55-56; Lc 22, 67-69).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SIMEÓN, HIJO DE HILLEL

 

Y LA RELIGIÓN DEL HOMBRE

 

 

 POR JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

Según el evangelista Lucas: 2,22-40, los padres de Jesús el Nezereo, a los cuarenta días de su nacimiento llevaron al Niño a la capital del reino de Herodes, en Jerusalén, para presentarle al Señor en el Templo.

 

Allí, en Jerusalén, estaba entonces un hombre sabio importante, llamado Simeón. Se trataba, seguramente, de Simeón Ben Hillel, de la tribu de Manasés y sucesor, como Nasi, del Sabio por antonomasia de Israel en aquel tiempo, Hillel Ha-Zaken.

 

El evangelista califica a Simeón como “hombre justo (dikaios) y religioso (eulabes) (Lc. 2,25). La expresión “hombre religioso” se repite en el libro de Hechos: 2,5; 8,2; 10,22; 22,12. Referido a Simeón, y acompañado de dikaios, indica una religiosidad practicada con rectitud y verdad (nazara, Ev. de Felipe 47), como la practicaban los nazoreos o notzrim, los de “vida recta” o “camino recto” (Hech. 24,14-16).

 

Cuando la religión se practica con rectitud y autenticidad, como lo hacia Simeón Ben Hillel, porque “en él moraba el Espíritu de Dios”, la religiosidad se hace virtud de vida, acorde con la voluntad de uno mismo, convirtiéndose en “sabiduría de una religión humana”, como apuntaba el nazoreo Pablo (Col. 2,23), con igual valor que la virtud de “la fe que salva” (Lc. 7,50) en boca de Jesús.

 

Este planteamiento de una “religión humanizada”, ética e intimista o espiritualizada, fue un criterio de sabiduría moral que surgió en la Escuela de rabinismo liberal que fundó Hillel Ha-Zaken, El Sabio, padre y maestro de Simeón, y que siguieron los nazoreos Gamaliel, Saulo y Jesús Stephano.

 

Este criterio religioso de la Escuela hilelista indicaba que la semejanza del hombre con Dios, al que adoramos como Creador y Padre, debe llevarnos a un ejercicio, también virtuoso y constante, de respeto y veneración a los semejantes, de lo que resulta una religión del hombre con el hombre, y nos hace divinales (Sal 82,6; Jn. 10,34: “Sois dioses”).

 

La dulia, como entrega generosa y servicial al otro, altruista y hospitalaria al extraño (goyim), no fue virtud para el judío ortodoxo, excluyente de los nacionales de otras razas, pero si para el samaritano (shomerim), que adoptó la pietas romana y sentó el fundamento de la Regla de oro de Hillel, que dice: “No hagas a tu prójimo lo que no quieras que hagan contigo”. Pensamiento (recogido en Shabbat 31a), en el que “prójimo” no era el próximo o “vecino de tribu” sino el semejante, en cuanto hombre, conmigo y con Dios.

 

Esta regla de “vida recta”, de Hillel, conlleva la necesidad del “buen trato” (chrestiano, en habla helenista) entre los hombres que, siendo diferentes (por raza, cultura, clase social…), son todos igualmente hombres, con idéntica dignidad y los mismos derechos. Regla o principio de religiosidad o religazón que reclama la mutua veneración piedosa entre los racionales, tal como aprendió el romano estoico Lucio Anneo Séneca del hebreo Hillel Ha-Zaken, cuando afirmaba: “El hombre es una cosa sagrada para el hombre” (Carta a Lucilio 95,33).

 

Hillel, de la tribu samaritana de Manasés, el hijo del patriarca José y de Asenat, adquirió su carácter religioso de los shomerim, que practicaban, desde muy antiguo y por semejanza con el Netzer José, la hospitalidad, el cuidado solidario del otro, la misericordia generosa, la conciliación pacificadora. Condición cultural que se conoció como samaritanismo.

 

La concepción del mundo y de la gente que Hillel y su Escuela rabínica tenían, facultaba a aquellos sabios carismáticos para ejercitar un cumplimiento de la ley, civil y religiosa, suave, tolerante, benéfica para el hombre común y la satisfacción de sus necesidades vitales cotidianas, interpretando la Escritura según el “espíritu de la ley”, que superaba la literalidad estricta y rígida, tal como mantenían los rabinos de la Escuela de Shammai. El hilelismo significó una visión innovadora a favor del hombre de la calle: los am-aharets sencillos, marginales, campesinos, pecadores, enfermos, esclavos… Era el triunfo de la dignidad de todos, proclamando la universalidad de los derechos humanos, la humanización civilizada y religiosa de la sociedad, que promovía el beneficio de los individuos olviddos y favorecía el bien común en una cultura ecuménica.

 

El universalismo religioso y legal, propugnado por Hillel y su Escuela impregnó la Palestina del comienzo de Era, a través de la Decapolis helenizada, y haciéndose fuerte en la Samaria romanizada con capital en Cesarea del Mar.

 

Allí, en el reino del Norte (Samaria y Galilea) se esperaba, entonces, un Salvador de la Humanidad (Jn. 4,42), como Taheb o “Restaurador”, profetizado por Moisés (Deut. 18,18), mientras que en Judá (reino del Sur) estaban expectantes de la Venida del Ungido “hijo de David”, como libertador político, con ansia imperialista de los “elegidos”, según la doctrina de los rabinos y fariseos “puristas”, seguidores de Shammai, continuadores del judaísmo de los Asmoneos-Macabeos y de la tradición ortodoxa de Esdras-Nehemias, transida de mesianismo imperial.

 

Suele distinguirse el rabinismo de la época dividido en ambas Escuelas (Hillel y Shammai), en razón de la exégesis que cada una de ellas hacía de la halakah de la Torá, interpretando ésta liberal o literalmente. Si fijamos la atención en un criterio antropológico, diremos que Shammai buscaba una definición del hombre religioso en virtud de su pureza de vida, entendida ésta como fidelidad a la legalidad marcada por la autoridad de “los mayores” del judaísmo (Esdras-Nehemias y la tradición macabaica), mientras que Hillel, en línea con el helenismo de Filón y los Sabios alejandrinos, introdujo como revolución religiosa la concepción espiritualista de fidelidad del hombre a sí mismo, como recta intención del hombre interior, con capacidad de hacer su vida personal y construir la colectiva con sentido de formar Humanidad. En tal sentido, el Sabio ofrecía máximas de vida como estas:

 

·        No te apartes nunca de la comunidad” (Pirké Avot 2,5).

 

·        No juzgues al prójimo hasta estar en su lugar”.

 

·        Si yo no hago las cosas por mí mismo, ¿quién las hará?

 

·        Si solo vives para ti, ¿quién eres tú?

 

El hilelismo pensaba siempre a favor del hombre común y singular, el hombre concreto y sencillo de la calle. Construyó una religión ética dirigida al hombre que ha de actuar atento y respetuoso con su vida propia y comprometido con la de los demás, siendo servicial, indulgente, entregado a las causas humanas, y cuya mayor virtud ha de ser la humildad, como Hillel decía de sí mismo: “Mi humildad es mi exaltación, procuro que lo que me diferencia sea mi modestia”.

 

Le interesaba la dignidad de la gente común, las ayudas que necesitaban el pobre, el desvalido, el marginado, por la aplicación estricta de la legalidad o por las circunstancias sociales de vida.

 

Su objetivo era la Paz. Decía: “Ama la paz y procura la conciliación; ama a los hombres y acércalos al conocimiento de la Torá”. “Cuanta más conciliación, más paz”.

 

El hombre al servicio de la Humanidad era para Hillel el ideal de vida social y religiosa. El planteaba un humanitarismo solidario y global como religión del hombre en el mundo, y la solución de todas las diferencias, superando la palabra “extranjero” (goyim).

 

La humanidad, caída, debe ser salvada. Todo hombre necesita salvación: “Todo aquel que arruina el alma de un hombre ha de considerársele como si hubiera destruido el mundo entero. Y todo aquel que salva una vida humana actúa como salvador de todo el mundo”.

 

La paz del mundo se logra mediante el amor: “Cuanto más amor haya, más paz habrá en la sociedad de los hombres”.

 

Y, como Presidente del Consejo (Nasi), Hillel dictó normas relativas a la justicia social, con el fin de conseguir “un orden justo para la mejora del mundo” (Gi IV, III). Era el triunfo de la humanización de la vida social sobre el legalismo autoritario y clasista de los “puros” y los poderosos, que excluían a los “pobres de la tierra”, considerados “pecadores”.

 

Y la critica religiosa de Hillel se extendió a las tradiciones fundamentales de “los mayores”, como la observancia rigurosa del sábado, el culto sacrificial del templo, en línea con los profetas.

 

Así construyeron los nazoreos: Hillel, Simeón, Gamaliel, Juan el Bautista, Jesús el Nazoreo, Pablo, Felipe… la religión del hombre que había de traer la “Salvación del mundo”, tal como la esperaban los shomerim y la difundieron los notzrim o “crestianos”.

 

Ese fue el objetivo conseguido en la visión profética que tuvo Simeón Ben Hillel en el Patio de los Gentiles del Templo de Jerusalén, cuando se encontró a María con el Niño en brazos, llevándolo a la Presentación.

 

El Espíritu de Dios había prometido al Nasi Simeón que no dejaría este mundo sin tener ocasión de ser testigo ocular de la Venida del Salvador, que Moisés había profetizado: “Un Profeta, como tú, levantaré de entre tus hermanos, y pondré mis palabras en su boca, y él predicará todo lo que yo le mande” (Deut. 18,18).

 

Simeón Ben Hillel “…tomó al niño en brazos, y bendijo a Dios, y dijo: Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz, conforme a tu palabra, porque mis ojos han visto ya la Salvación, la que tú has preparado en presencia de todos los pueblos, luz de revelación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.

 

Y Jesús el Nezereo, formado con los doctores (Lc. 2,4,5 ;Ev. Armenio Infancia, 20), se hizo Palabra, y habló con el pensamiento religioso que Hillel y su Escuela habían hablado sobre el hombre, completando su doctrina, y culminando la profecía de Moisés:

 

·        Os doy un mandamiento nuevo: Que os améis unos a otros. Como yo os he amado, así habéis de amaros los unos a los otros” (Jn. 13,34).

 

·        En esto os conocerán como discípulos míos, en que os tenéis amor los unos con los otros” (Jn. 13-35).

 

·        Así que: todas las cosas que queréis que los hombres hagan con vosotros, hacedlas vosotros con ellos; Porque eso es la Ley y los Profetas” (Mt. 7,12).

 

·        Si tu hermano peca contra ti, entiéndete con él a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano” (Mt. 18,15; Lc. 17,3-4).

 

·        No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc. 6,37).

 

·        Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen” (Mt. 5,44).

 

·        Bendecid a los que os maldicen, orad por los que os aborrecen” (Lc. 6,28).

 

·        Si estás presentando tu ofrenda a Dios en el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar y vete, primeramente, a reconciliarte con tu hermano; hecho esto, presenta tu ofrenda a Dios” (Mt. 5,23-24).

 

·        El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 23-28; Mt. 12,1-13).

 

·        El Espíritu de verdad… mora con vosotros y estará en vosotros” (Jn. 14,17).

 

·        He aquí que el reino de Dios está entre vosotros, los hombres” (Lc. 17,21).

 

·        Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es Misericordioso” (Lc. 6,36).

 

·         “Id, y aprended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt. 9,13).

 

·        A partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la derecha de Dios Todopoderoso” (Lc. 22,69).

 

Según Simeón dijo en palabras dirigidas a su madre María, Jesús llegaba “para la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y así ser señal de contradicción”. Efectivamente, con Jesús el Nezereo el Amor, la Bondad y la Amabilidad de la religión universal de los hombres se impondría sobre la idea mesianista de odio al enemigo, de exclusión nacionalista y de Salvación exclusiva para los judíos.

 

Así lo entendió la bonhomía crestiana de Simeón Ben Hillel.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

JOSÉ DE ARIMATEA,

PERSONAJE SEUDÓNIMO

Por José Luis Suárez Rodríguez 


 

 

Hay en los Evangelios del NT un personaje, referenciado en los cuatro testimonios canónicos del cristianismo, de nombre José, cuya enigmática figura resultó decisiva en el último acontecimiento humano de Jesús, su entierro.

La única nota identificativa individual de José en los evangelios es de carácter toponímico: era oriundo “de Arimatea”. Los demás rasgos que señalan su personalidad son de tipo social, atributos compartidos con otros personajes de la época, algunos singulares, que nos ayudarán a encontrar su identificación.

No existe ningún personaje histórico conocido que reciba el nombre de “José de Arimatea”. Lo que hace pensar que pudiera tratarse de una figura simbólica tribal, relacionada con José, el patriarca de las tribus de Efraím y Manasés, o que se trate de un personaje anónimo que encubra a una personalidad real de la época, ocultada por los evangelistas.

Si no se tratara de un “tapado” o personalidad prominente, tal como se la describe (Mt. 27,57; Mc. 15,43: Lc. 23,50), podría deducirse que se trata de un personaje “ex machina”, o sea, maquinado por los evangelistas para justificar con su figura el patrocinio de un entierro importante, el que correspondía a un héroe y no a un “maldito de Dios”, según la mentalidad judía que juzgó y condenó a Jesús. Hay exégetas e historiadores que apuntan en esta dirección; hipótesis que, de confirmarse el fraude, daría al traste con todo el proceso de la historia de la fe centrada en el misterio de la “resurrección” física de Jesús, “aparecido”, tras su muerte, y tornado a una vida terrena continuada hasta la “ascensión” (Hech. 1,9-11; Lc. 24, 50-53).

El relato de José de Arimatea, poniendo en práctica su intención de conseguir el cuerpo de Jesús, una vez muerto, pidiéndoselo a Pilato, y el hecho de darle sepultura, es narrado por los cuatro evangelistas: Mc. 15, 43-46; Mt. 27, 57-60; Lc. 23, 50-55; Jn. 19, 38-42.

Se le describe como: “un hombre rico” (Mt. 27,57), “un hombre ilustre del sanedrín” (Mc. 15-43), como “persona buena y honrada” (Lc. 23,50). Mateo dice que “era discípulo de Jesús”; Juan añade que lo era, pero “clandestinamente, por miedo a las autoridades judías” (Jn. 19,38). Tanto Marcos como Lucas (Mc. 15,43; Lc. 23,51) señalan que José “esperaba el reino de Dios”. Marcos y Lucas lo significan como un bouleutes, “miembro del Consejo o Senado” (Mc. 15,43; Lc. 23,50). Se trata del Tribunal Supremo de Justicia de la provincia de Judea, que estaba en Cesarea del Mar y conciliaba las sentencias de los sanedrines locales. Lucas advierte que él no había participado o consentido en el acuerdo tomado por la mayoría del Sanedrín, ni en los hechos emprendidos por los líderes judíos contra Jesús (Lc. 23,55).

Marcos afirma que “Pilato… dio el cuerpo a José”, el cual …” lo puso en un nicho que estaba cavado en una peña, e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro” (Mc. 15,42-46. -Véanse Mt. 27,60; Lc. 23,53; Jn. 196,41-42).

Es Mateo el que se refiere a la propiedad del sepulcro: “Y lo puso en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que había labrado en la peña; Y después de hacer rodar una gran peña, a la entrada del sepulcro, se fue” (Mt. 27,60).

Hay una tradición según la cual José era hermano de Joaquín, el padre de María, la madre de Jesús, lo que le convertía en tío-abuelo del Nazoreo, a cuya muerte se hacía tutor de María. Esta parentela fue la que le movió a pedir a Pilato el cuerpo del ajusticiado, que él bajó del madero, acompañado por Nicodemo, que le acompañó en la preparación del entierro (Jn. 19,40).    

En el apócrifo Evangelio de Pedro, se describe a José como un amigo personal de Poncio Pilato, el gobernador romano. Y en el Evangelio de Nicodemo, también apócrifo, se narra su encarcelamiento por las autoridades judías, tras la desaparición del cuerpo enterrado de Jesús, hecho misteriosos que dio lugar al fenómeno creyente de la “resurrección”, de sus “apariciones” y de la expectativa de su “vuelta” escatológica.

Milagrosamente liberado de su prisión, se marchó, según la tradición, a tierras de Occidente, acompañado por María Magdalena, Marta, María Salomé y Lázaro. El apóstol Felipe lo envió, desde Samaria, a predicar en Gran Bretaña. En el “País del Oeste”, el Rey Arbirago le concedió tierras en la “Isla Blanca”. Se le hizo participar en la leyenda del Ciclo del Rey Arturo, y fue protagonista portador del Santo Grial, relacionándosele con el catarismo, los Templarios y el Camino de Santiago.

Dada la enorme ambigüedad que rodea la figura evangélica de José de Arimatea, hay autores que han aportado razones, plausibles, a favor de que José de Arimatea sea considerado como un personaje novelado y legendario.

J. D. Crossan, Jesus: A Revolutionary Biography. Harper Collins, 2009, está seguro de que se trata de un personaje “inventado”. Alega, entre otras razones, que es improbable la historia según la cual uno de los miembros del Sanedrín judío, además importante, tuviera un gesto de piedad hacia el ajusticiado Jesús, una vez fallecido, y cuando, por ley, debió ser un “maldito de Dios” (Deut. 21,23; Gal 3,13) y echado a una fosa común, exponiéndosele a ser devorado por las bestias. Aunque hay un mandato de la ley mosaica, recogido en Deuteronomio 21, 22-23, según el cual se ordena enterrar a los reos ejecutados antes del atardecer del mismo día de la ejecución, Crossan duda de que esto haya ocurrido así en el caso de Jesús, cuyo cadáver hubo de estar custodiado por los romanos, que habían ordenado y realizado la ejecución, siendo muy dudoso que concedieran permiso para rescatarlo. Según él, el relato de José de Arimatea, junto con Nicodemo, introducido por Juan, forman parte de una “artimaña evangélica”, y son figuras ficticias. Afirma que Jesús, sin sepultura, no pudo ser objeto de relatos que acabaran en un “sepulcro vacío”. Mas bien, Jesús hubo de ser depositado en una fosa común junto a los otros criminales ejecutados con él, por los mismos ejecutores. Esta conclusión contradice lo dicho en Hech. 13, 29-30: “lo bajaron de la cruz y lo pusieron en un sepulcro”.

Por otra parte, la que se considera fuente más temprana, el testimonio de Pablo (Hech. 13,29), al referirse a que el cuerpo de Jesús fue enterrado, no menciona nada relacionado con José de Arimatea, personaje citado en los cuatro evangelios. Se dice que esto podría ser un indicio de que la historia sobre José hubo de ser un añadido posterior, apareciendo por primera vez en el Evangelio de Marco, que se escribió unos 20 años después de las epístolas de Pablo, y este relato fue recogido por los otros evangelistas.

El cadáver de Jesús, ausente de un “sepulcro vacío”, no pudo ser objeto de honores funerarios, lo que sí se dice de “Coronado” (Esteban): según Hech. 8,2: “unos hombres piadosos” (sus discípulos secretos, huidos los apóstoles) le dieron sepultura. Y, se supone que luego lo trasladaron, en secreto, a un monumento funerario de Gamaliel (José de Arimatea), de donde pasó a Kafar Gamala, donde fue encontrado en el año 415, junto a los restos de Gamaliel, Nicodemo y Abbibo.

Si José de Arimatea resultara ser un personaje ficticio o imaginario, cuya única base de credibilidad son los Evangelios, interpretándose el relato sobre él y Nicodemo literalmente, ese simple relato de fe pone en entredicho el misterio de la “resurrección”, como levantamiento de Jesús realizado por propia virtud, seguido de un proceso de “apariciones” fenoménicas hasta su “ascensión” al cielo.

Resultaría increíble el constructo de la doctrina oficial de la Resurrección. ¿Debemos creer que el cuerpo de Jesús (el “cuerpo de Cristo”), surgido de una “tumba vacía”, se transformó en “cuerpo de luz”, que anduvo fantasmagóricamente por un tiempo en la tierra, hasta que adquirió la facultad de “subir al cielo”?

El Evangelio de Marcos, la primera fuente, es ajena a estos relatos de fe. En el último episodio, Mc. 16, cuando las “santas mujeres” llegaron al sepulcro, después del día de reposo, con intención de ungirle (cosa que sólo en el último Evangelio, el de Juan, hacen José de Arimatea y Nicodemo, antes de enterrarle), se encuentran a “un joven”, que les dijo: “ya no está aquí, ha sido levantado (pasivo egerthe)”. El Evangelio añade: “Mirad el lugar en donde le pusieron”. La traducción correcta no es “en donde le habían puesto”, sino: “en donde ha sido puesto”. Lo cual indica un nuevo posible lugar de depósito.

En la película The Body (“El Cuerpo”) se plantea la posibilidad del descubrimiento de los restos corporales de Jesús en las inmediaciones de Jerusalén. La hipótesis coincide con el reciente descubrimiento en Jerusalén de unos osarios, realizado por un grupo de arqueólogos, sospechándose la posibilidad de encontrarse entre ellos  los de unos presuntos familiares próximos de Jesús. En el reportaje, realizado por “Discovery Chanel”, participó Jhon Dominic Crossan, el cual afirmó que esos “restos de Jesús”, si lo eran, en nada alteraba la fe en “la Resurrección”, porque ésta es una “fe espiritual”. En esto coincidimos con Crossan.

En lo que no estamos de acuerdo con él es en el supuesto de un absoluto ficticio del relato de José de Arimatea.

“José de Arimatea” es un nombre seudónimo, utilizado originalmente por el evangelista Marcos para designar oculta o clandestinamente a un “miembro prominente” del Concilio de Judea o Sanedrín de los 71, con residencia en Cesarea del Mar, donde también estaba el Pretorio del gobernador romano de la provincia, cuyo tribunal se denominaba “Lithóstroto” o “Gábata” (Jn. 19, 13-14).

Hemos averiguado que ese hombre ilustre del Concilio, secretamente ocultado por Marcos, y los demás evangelistas, era el Rabban Gamaliel el Viejo. El era el nieto de Hillel e hijo de Simeón, el anciano profeta, “justo y piadoso” que, según Lucas 2,25-35, predijo, cuando Jesús niño fue presentado en el templo de Jerusalén, que él sería el Salvador: “Luz de Revelación a los gentiles y gloria del pueblo de Israel” (Lc. 2,32) (Vide A. Cutler).

Tanto Gamaliel, como Simeón y Hillel, emparentados con Zacarias el Justo, con Juan el Bautista y con Jesús el Nezereo, formaron parte de la Saga Salvadora de Israel, en el fin y comienzo de Era, cuando en Palestina surgió la prole de los nazoreos como movimiento social y soteriológico, que en Antioquia recibió el nombre de crestianos (Hech. 11,26, con el significado de “hombres benéficos”, porque practicaban el mandamiento de Jesús: “Amaos los unos a los otros” (Jn. 13,34; Mc. 12,31), que también Pablo predicaba en Antioquia, siguiendo la Escuela de Hillel, que introdujo la Regla de Oro: “Lo que no es bueno para ti, no lo hagas a tu semejante”.

 

El obscuro “José de Arimatea” perteneció a esa prole crestiana de creyentes bondadosos, compasivos, solidarios de la religión del Hombre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GAMALIEL “EL VIEJO”

DISCIPULO SECRETO DE JESÚS, PIEDRA DE ESCÁNDALO

 

Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

En el Evangelio de Gamaliel, formado de fragmentos apócrifos coptos, preparados por A. BAUMSTARK en 1906, texto que se sitúa a comienzos del S. V, supuestamente relacionado con el descubrimiento en Kafargamala de las reliquias de Coronado y de sus discípulos ocultos, Gamaliel, Nicodemo y Abbibo, el autor pone el relato evangélico en boca del propio Gamaliel Ha-Zaken, que aquí identificamos con el personaje seudónimo de los evangelios, “José de Arimatea”, el cual se apropió del cuerpo de Jesús y lo enterró en una tumba de su propiedad, donde tuvo lugar el “levantamiento”, transformado en anastasis divina. Este trabajo significa el descubrimiento de un gran escándalo sacro.

 

Cuando Jesús “ el Nezereo” o “Coronado” fue apresado en Getsemaní, entregado por Judas, enjuiciado y condenado a muerte, los discípulos más próximos, los llamados “apóstoles”, se escondieron o desaparecieron.

Fue entonces cuando surgieron, protagonizando aquel momento de crisis final, los “discípulos ocultos” que sí le fueron fieles.

Ellos urdieron una “trama sagrada” para “salvar al Salvador”. En su plan de acción actuaron discreta pero clandestinamente en la búsqueda de un resultado eficaz. Al frente de la trama actuó, con poder e influencia, un hombre muy importante de la sociedad judía de aquel tiempo. Según los Evangelios, se trataba de un “hombre rico”; era “miembro destacado del Consejo”, “varón bueno y justo”…; “se había hecho discípulo de Jesús” (Mt. 27,57), “pero, en secreto, por temor a los judíos”. (Jn. 19,38). Y como tal discípulo, “esperaba el reino de Dios” (Mc. 15,43; Lc. 23,51). Cuando tuvo lugar el juicio contra Jesús, este miembro prestigioso del Consejo de Sabios y del Sanedrín judío “no estuvo de acuerdo con el veredicto de pena de muerte” (Lc. 23,51).

Así caracterizado por los cronistas del Evangelio, sólo resta conocer su nombre y apellido. Pero ese dato identificativo, los relatores lo escondieron, y lo presentaron con un nombre seudónimo o ficticio: “José era de Arimatea, una ciudad de la Judea”, afirma Lucas (Lc. 23,50).

Ningún dato histórico-documental ha dado el nombre “José de Arimatea” a un personaje ilustre de la época, pero este “José” no solo era miembro importante del Consejo, sino que también mantenía estrecha relación con el gobernador romano.

Poncio Pilato tenía su residencia oficial en Cesara del Mar, que era capital de Samaria y de Judea como provincia romana. Allí estaba también la sede del poder judicial, a cargo del Consejo de Ancianos jurisprudentes (Sabios), compuesto de 71 miembros, que operaban como Gran Sanedrín provincial, y cuyos jueces se ocupaban de juzgar los casos penales mayores, entre ellos necesariamente la pena de muerte, que la sentencia del gobernador no podía eludir pero sí amnistiar.

Con la convicción de que “José de Arimatea”, era un nombre de subterfugio o confidencial para designar, encubiertamente, a un personaje importante de la época por parte de los evangelistas, se ha de averiguar quién puede ser ese personaje ilustre.

El primer dato para resolver la incógnita nos lo facilita el topónimo Arimatea, como lugar de procedencia de “José”. Mateo expone: “Vino un hombre rico (plousios, “importante”) de Arimatea, de nombre José…” (Mt. 27,57).

Arimathaea, “lugar alto”, nombre griego, según el Onomasticon de EUSEBIO y JERONIMO, se identifica con la antigua Ramah o Ramathain-Zophim, situada en la región montañosa de Efraím (1 Samuel 11), de la Casa de José, lugar de nacimiento y sepultura de Samuel, profeta y último juez de Israel (1Sam 1,19; 1Sam 25,1).

En aquel mismo lugar, el Príncipe Gamaliel, hijo de Pedasur, de la Casa de José, fue nombrado Jefe de la tribu de Manasés, cuando tuvo lugar el registro de las tropas de Israel, según Núm. 1,10.

El nombre de Gamaliel, cuyo significado es “Recompensa de Dios”, como epónimo de lugar y de familia, acabó dando nombre al sitio, Gamla o Gamala, que también adquirió el significado de “lugar alto” (como topónimo), aunque por su origen onomástico designaba progenie o extirpe familiar y apellidaba a los miembros sucesivos del linaje del Príncipe Gamaliel.

Desde el S. II, el sitio se denominó Kafargamala, “Villa de Gamaliel”, en alusión a la heredad o finca de Gamaliel “Ha-Zaken”.

Hay otro elemento, de tipo personal, que sirve de nudo de enlace entre José de Arimatea y Gamaliel el Viejo. Se trata de Nicodemo, otro “discípulo oculto” de Jesús. Gamaliel y Nicodemo fueron enterrados juntos en Kafargamala; Nicodemo y José de Arimatea bajaron a Jesús del madero cuando murió, y ambos lo enterraron.

Nicodemo también era un hombre importante de Judea (Jn. 3,1, siendo maestro de Israel (Jn. 3,10), estudioso de la ley e intérprete de la Escritura. No era judaita (de Judá), sino acaso de Galilea (Jn. 7,52). Había tenido un encuentro nocturno con Jesús, y dialogaron sobre la trascendencia de la vida humana (Jn. 3, 1-8).

Siendo José y Nicodemo personas ilustres, miembros prestigiosos de la élite de Jerusalén, sin que la crónica rabínica les mencione nunca como hombres decisivos en el tiempo de Jesús, su puesta en escena evangélica, clandestina y elusiva, sólo puede pretender el objetivo de mantenimiento de un gran secreto, “por temor a los judíos”, que impedía a los seguidores de Jesús “hablar acerca de su nombre” (Hechos 5, 28).

El Gamaliel citado en Hechos 5, 34-39, “un fariseo doctor de la ley, respetado por todo el pueblo”, con facultad de reunir a los miembros del sanedrín de Jerusalén y amonestarles con resultado de asentimiento y obediencia, no puede ser otro que el Nasi Gamaliel Ha-Zaken.

Él fue el nieto y continuador de la Escuela rabínica de Hillel el Sabio, de tendencia liberal, contraria a la escuela encabezada por Shammay, fariseo fundamentalista, en la línea de Esdras-Nehemías.

Fue hijo de Simón ben Gamliel (Casa de Gamaliel), como Hillel, su abuelo, ben Gamliel, y según una tradición tanaitica (Shab 15 a) fue el sucesor de ellos como “Nasi y primer presidente en el Sanedrín de Jerusalén de su tiempo, recibiendo el titulo de  Rabbam.

Fue, como Hillel, introductor de muchas reformas legales, con vistas al “perfeccionamiento del mundo” (Git IV, 1-3). Él presidió como Nasi (titulo validado por Roma) la Escuela de Jurisprudencia de Cesarea del Mar y el Consejo de 71 Sabios, que resolvía asuntos penales tramitados desde los sanedrines locales (entre éstos, el de Jerusalén, en el que también era el Presidente).

Con él, cesó la gloria de la Torá y terminó la pureza y la abstinencia” (Sota 9,15), frase que lo caracteriza en línea con la concepción helenista (con FILÓN Y SÉNECA). Además se le identifica, en algún escrito antiguo, con GALENO DE PÉRGAMO.

Pero Gamaliel el Viejo es omitido y devaluado por la tradición rabínica de la Mishnah (Abot 1,2), mientras que Johanan ben Zakkai es considerado como el continuador de la tradición de Hillel y de Shammai. Además, el nombre de Gamaliel es raramente mencionado  en la tradición de la Halakha, cuerpo colectivo de la ley judía religiosa.

Esta obliteración de Gamaliel en la tradición sabia de los judíos obedece, indudablemente, a su posicionamiento en el caso de Jesús el Nezereo, dentro de la causa de su parentela: Zacarías el Justo, Juan el Bautista, Coronado, oponiéndose a los escribas templarios y a los fariseos herodianos (Escuela de Sammai) y defendiendo a los discípulos de Jesús, enfrentado al Sanedrín de Jerusalén (Hech. 5,33-40), hecho que ya presumía su conversión.

En este último pasaje, Gamaliel el Viejo razonó ante los sanedritas de Jerusalén, que amenazaban de muerte a los apóstoles encabezados por Pedro, diciéndoles: “Si este plan (o credo) proviene de los hombres, acabará siendo destruido, pero si es obra de Dios no podréis derribarlo. En tal caso, vosotros habréis luchado contra Dios “(Hech. 5,38-39).

Según el Evangelio Armenio de la Infancia, en su cap. 20, Gamaliel enseñó a Jesús las Letras. Pablo de Tarso, “líder de los nazoreos”, acusado ante Roma, se afirmó discípulo de Gamaliel, “formado a sus pies” (Hech. 22,3). Su conversión en discípulo de Jesús, y su pertenencia al presbiterio más inmediato al movimiento de Jesús helenizado (Samaria, Antioquia, Edesa, Roma, Alejandría, Chipre…), convirtió su figura en tema de leyendas cristianas, junto a Nicodemo y el supuesto “José de Arimatea”, puestos en la nómina de los Santos. La tradición apócrifa gnóstica contiene fragmentos coptos de un Evangelio de Gamaliel (Quinto Evangelio).

Según una tradición cristiana primitiva, recogida en los “Reconocimientos de Clemente” I, LXV-LXVI, al convertirse, permaneció siendo miembro del Sanedrín, con el propósito de ayudar “secretamente” a sus compañeros de religión.

“José de Arimatea” fue objeto de despiadada persecución y represalias por parte de las autoridades judías por su conducta, según la literatura apócrifa, y sobre su figura se montó la leyenda del Santo Grial.

Su cuerpo, descubierto misteriosamente en el año 415, en su finca de Kafargamala, en compañía de Coronado (Esteban), Nicodemo y su hijo Abbibo, pasó definitivamente a Italia, conservándose en la catedral de Pisa.

La Conjura contra Jesús, con remate en su muerte injusta, planteada en Jerusalén, como causa de división nacional (Lc. 2,34-35), la decidió resueltamente el Sumo Sacerdote José Caifás, en contradicción con el presidente del Sanedrín, el Nasi Gamaliel Ha-Zaken.

Fue una conspiración Judeo-herodiana contra el linaje de la Casa Ben José, en cuyo seno estaba implicada la progenie Ben Gamla, herederos del Príncipe Gamaliel. El proceso se inició en tiempo de  Herodes Arquelao, con el martirio del profeta Zacarías El Justo (V. Protoevangelio de Santiago), continuó con Herodes Antipas, que persiguió y dio muerte a su hijo Juan el Bautista, y llegó a su culminación con la causa de Jesús el Nezereo, sucesor de Juan. Síganse sus pasos evangélicos en Mc. 3,6; Mt. 22,15-22; Lc. 9,7; 13,31; 20-24; Jn. 11,45-53.

Mateo expone: “Entonces, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del Sumo Sacerdote Caifás. Y tramaron (sinebouleusanto, “conspiraron juntos”), prender a Jesús con engaño y matarle” (Mt. 26,1-4).

El evangelista Juan explicita sobre el momento de la toma de decisión, tomada con ocasión de la muerte de Lázaro y el milagro de su resurrección: “Entonces, muchos de los judíos que habían venido a ver a María y habían presenciado lo que Jesús había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había realizado. Entonces, los principales sacerdotes y los fariseos, se juntaron en concilio y decían: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchos milagros y si le dejamos hacer, todos se convertirán a él, y vendrán los romanos y nos quitarán nuestro lugar y dominarán la nación”.

“Entonces, Caifás, Sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros nada sabéis, ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca… Así que desde aquel día llegaron al acuerdo de matarlo” (Jn. 11,45-53).

José Ben Gamla (“de Arimatea”) que, siendo el Nasi, y como presidente del Sanedrín de Jerusalén “no estuvo de acuerdo con el veredicto tomado contra Jesús” (Lc. 23,51), también tomó, desde entonces una resolución, y concibió la trama sacra.

La trama sacra fue un plan de acción silenciosa, guardado con el mayor secreto por los “discípulos ocultos” de Jesús, los elegidos: el grupo de los siete del Mar de Tiberiades (Jn. 21,1-23). Entre ellos, el “discípulo predilecto”, compañero de Pedro (Abibo), y “el otro” no nombrado (Nicodemo), junto a Pedro, Didimo, Natanael y los hijos del Zebedeo. Aunque en esta ocasión no estuvo presente el “discípulo secreto”.

Fue un arcano, una verdad profunda, sólo  conocida por unos pocos, los elegidos; luego participada, por tradición oral, confidencialmente, a los más fieles del movimiento de Jesús. Arcano que estuvo encubierto, durante siglos, al gran público de la Asamblea, difundido alegóricamente y con mensajes parabólicos.

Aquella trama o estratagema sagrada fue urdida por hombres sabios, estando al frente el “discípulo secreto”, José Ben Gamla, “de Arimatea”.

Muerto Jesús en el madero, después de “apedreado” según la ley judía, y convertido así en un “maldito de Dios”, destinado su cuerpo a ser pasto de las aves y bestias del campo, “José, miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el reino de Dios, se presentó con atrevimiento a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús” (Mc. 15,42-47). También en el par. de Lucas se dice que José “esperaba el Reino de Dios” (Lc. 23,50-56).

El mismo autor, Lucas, cuenta en Hech. 5,39, cómo Gamaliel se refiere a un “plan de Dios”. Encarándose a los miembros del Sanedrín, que perseguían a los apóstoles, para darles muerte, les dijo: “… si es un plan de Dios no podréis destruirlo”.

En el relato evangélico de Juan, los “discípulos ocultos”, José y Nicodemo, una vez que se hicieron con la propiedad del cuerpo de Jesús, pidiéndoselo a Pilato, lo descendieron del madero, cuidadosamente lo prepararon para la sepultura, y lo depositaron en una tumba abierta en una roca del Jardín, que,  aunque supuestamente estuvo vigilada, al tercer día se encontró misteriosamente “vacía”. Se habían tomado todas las precauciones para evitar que los seguidores del “maldito de Dios”, robaran el cadáver, beneficiándose del fraude (Mt. 28,11-15).

Los “discípulos ocultos” del Rabino de Galilea habían trazado un plan secreto, preparado con añagazas legales: amparados en el ejercicio del poder, que oficialmente ostentaban con autoridad reconocida; burlando las normas oficiales y consagradas establecidas por romanos y judíos, usando prerrogativas que favorecían la impunidad en el día de la parasceve, urdieron con astucia y atrevimiento un programa de actuación que favorecía sus planes preconcebidos para conseguir un hecho sorpresivo.

Cuando, al tercer día, las mujeres llegaron al sepulcro con intención de “ungir al Señor muerto” (Mc. 16,1-8), fueron recibidas por un “varón joven”, que les dijo: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el que fue colgado? Ha sido levantado (Egerthe, traducido “resucitado”); No está aquí, mirad el lugar donde le pusieron (Mc. 16,4-6).

Este es el episodio que pone fin al relato evangélico de Marcos, el más primitivo y original de los mensajes. Lo demás, forma parte de la historia de la fe.

Fijémonos en la última frase: “…mirad el lugar donde le pusieron”. Cabe la hipótesis de que el señalamiento apunte a un nuevo lugar en el que el cuerpo buscado estaría depositado.

Hipótesis que se sustenta en la propuesta de “provisionalidad” que se indica en Jn. 19,42: “Por causa del día de la preparación de los judíos, y como el sepulcro estaba cerca (“un sepulcro nuevo, en el cual todavía no habían sepultado a nadie”), pusieron allí a Jesús”. Provisionalidad y supuesto traslado que motivó la sorpresa de María Magdalena, la cual, al ver la sepultura abierta, y sin verificar nada, “corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn. 20,1-2).

Ese posible cambio de lugar en la sepultura de Jesús, hecho inopinadamente, ¿formaba parte del plan de Gamaliel y los “discípulos ocultos”? La respuesta la desconocemos, pero permite vislumbrar la solución certera de la “Invención de Coronado” en el año 415: en Kafar Gamala, apareció Esteban (“Coronado”), enterrado junto a Gamaliel, el “discípulo secreto”, Nicodemo, “discípulo oculto” y el hijo del Rabban, Abibo, el “discípulo predilecto”.

Y esa salida del laberinto nos reconduce a considerar de un modo espiritual la trascendencia de la vida humana, mas allá de una espera apocalíptica, y advertida por Jesús en el diálogo de rabinos en la noche: “Lo nacido de la carne es carne, lo que nace del espíritu se convierte en Espíritu” (Jn. 3, 3-7).

 

Andrea Mantegna. Cristo Muerto

 

 

“Nada hay oculto que no deba ser descubierto, nada hay secreto que no pueda ser conocido y divulgado” (Lc 8,17).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL TESTIGO ÚNICO DE “LA RESURRECCIÓN”: ABIBO

 En Marcos, el Evangelio más primitivo y auténtico, inspirador de los mensajes de Mateo y Lucas, se habla de un personaje extraño y anónimo, presente en la tumba de Jesús. Luego, se dedujo que se trataba de un discípulo oculto de Kelil, “el amigo de Dios”, el “profeta de Galilea”. Abibo significa “el predilecto”.

Aquel joven mozo (neaniskon), llegó a la tumba en la madrugada del día después de la Parasceve, la pascua judía. Él había de ser el único testigo de la “resurrección”, luego contada por él a Marcos, el cronista del episodio evangélico. Aunque el joven nunca habló con el evangelista de “resurrección”, este era el término que para los judíos mesianistas (macabeos y fariseos) significaba: “resurgimiento del cuerpo fallecido para vivir, en una nueva vida, en la “nueva Jerusalén”.

El joven había presenciado cómo el cadáver de su maestro amado había sido “levantado” (egerthe, voz pasiva), y observó cómo lo trasladaban. Incluso, él presumió el nuevo lugar, porque para él era un sitio conocido, tierra de su parentela.

Él llegó, vio la escena, seguramente participó  en la trama, preparada por los “enterradores”: su padre José y su tío Nicodemo, que se habían adueñado del “cuerpo”, pedido al gobernador romano por ellos para la sepultura, y depositado en un monumento funerario de su propiedad, excavado en la roca y sellado por sus hombres serviles (Mc. 15, 43-46).

Cuando el sol empezaba a verse en el horizonte del oriente, “sentado a la derecha” del dintel de la tumba, el muchacho vio llegar a las tres mujeres que venían “a ungirle” (Mc. 16,1). “Y ellas, entrando en el sepulcro, vieron a un mancebo, sentado al lado derecho, cubierto con una larga ropa blanca, y se espantaron” (Mc. 16,5).

El pánico de aquellas piadosas mujeres estaba motivado por el espectáculo de una tumba abierta, que antes había estado cerrada con una gran piedra, que ellas consideraban imposible de remover por aquel muchacho, que ni  hubiera podido ayudarlas (Mc. 16,3: “¿Quién nos removerá la piedra del sepulcro?”). Y verían, además, las vendas del cadáver desaparecido esparcidas por el suelo (Lc. 24,3; Jn. 20,7).

El joven, quizás alardeando de la hazaña en la que había participado, tranquilizó a las asustadas mujeres, anunciándoles:

No os asustéis. Si buscáis a Jesús el nazareno, el que fue colgado en el madero, ha sido levantado y ya no está aquí. Mirad el lugar en el que lo habían depositado” (Mc. 16,6).

Y ellas salieron huyendo del sepulcro, porque sentían gran terror y espanto. Y a nadie dijeron nada, debido al susto que tenían” (Mc. 16,8).

En este versículo acabó el relato del evangelista Marcos, el que había hecho la crónica del episodio, informado por el único testigo del “levantamiento” de Jesús el Nazoreo o Coronado (arameo Kelil), cuyo cuerpo fallecido, apropiado por José de Arimatea (Mc. 15,45) fue llevado por éste, en secreto, a su finca de Gamla (gr. Arimatea), después de rendirle homenaje “hombres piadosos”) (Hech. 8,2), en la intimidad, por temor a los judíos.

Idas las mujeres, despavoridas y silentes, no dispuestas a relatar nada en aquel momento de angustia y zozobra, el muchacho del Evangelio de Marcos interrumpido, quedó allí pensativo, rememorando los incidentes de los últimos días, en los que él había participado, particularmente el relatado por el evangelista así:

Mc. 14, 51-52 “Todos los discípulos abandonándole, huyeron. Pero un mancebo le seguía, cubierto con una sábana blanca sobre el cuerpo desnudo, y otros mancebos le prendieron. Pero él, dejando la sabana, huyó de ellos desnudo”.

Ni en este pasaje, ni en Mc. 16,5 se dice que este joven fuera el “discípulo amado” de Jesús. Tampoco se dice su nombre, ni se deduce su parentesco con personajes señalados por el evangelista. El mayor silencio se hizo sobre el único testigo anónimamente mencionado del fenómeno de “la resurrección”, que luego sería transformado en el artículo fundamental de la fe cristiana.

En los versículos canónicos, añadidos al Evangelio de Marcos, se agregan dos supuestos reproches hechos por Jesús:

. Mc 16,14: “Finalmente se apareció a los once mismos, estando sentados a la mesa, y censurándoles su incredulidad y dureza de corazón por no haber creído a los que le habían visto resucitado”,

. Mc 16,15-16: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvado; pero el que no crea, será condenado” (Jesús nunca condenó a nadie: Jn. 8,15;12,47-48; Lc. 12,14).

Y después añade:

. Mc. 16,19: “Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y sentóse a la derecha de Dios”. No hay escena de la Ascensión.

Recibido arriba por Dios, y sentado a su derecha”, nunca significó para los primitivos cristianos una segunda muerte o abandono terrenal de Jesús, después de sus apariciones corpóreas. Más bien significó, una  separación doctrinal respecto de la fe macabaica y farisea de los judíos de la época, abriéndose paso un espiritualismo en la línea helenística, que había de ser la concepción dominante de la más primitiva comunidad del movimiento samaritano o gentil de Jesús.

Esta comunidad se afincó, alejada de Jerusalén, en tierra efraimita o samaritana, a donde se desplazó el apóstol y diácono Felipe, el discípulo de “Coronado”, y a donde también llegaron Pedro y Pablo, acogidos en Cesarea, y actuantes en Jope, Gaza, Azoto… Gamla o Arimatea, Emaus, Efraím, Lidda…, y que avanzó hasta Antioquia, por la costa mediterránea, donde los creyentes se denominaron crestianos (Hech. 11,26, Codex Mediceus).

Esta era la tierra de los discípulos “secretos” u  “ocultos” (Jn. 7,50; 19,38), los que siguieron a Jesús y su doctrina inspirada en el “reino espiritual de Dios”, que ellos defendieron frente al fariseísmo temporalista que esperaba un Mesías davídico: primero “temporal” frente al imperio de Roma; después, “apocalíptico”, enfrentado al paganismo. Movimiento sionista que se constituyó en mesianismo cristiano.

En la comunidad jesuática, la más primitiva y espiritual, apoyada por el helenismo samaritano-antioqueno-alejandrino, con FILON, FELIPE, BERNABÉ, NATANAEL, PABLO DE TARSO,                                                      APOLO DE ALEJANDRIA,BERNABÉ, MARCOS, SIMON MAGO…, estuvo el “discípulo amado”, así nominado por el evangelista Juan. Éste nunca dijo su nombre. La comunidad por él fundada, siempre lo ocultó, hasta que en el año 418 se descubrió el monumento funerario de la Finca de Gamaliel, en Kafar Gamala. Allí yacía, junto a Coronado (Kelil), Nicodemo y Gamaliel, el hijo del Nasi, Abibo, “el predilecto”.

Entonces se supo que Abibo era el joven testigo del levantamiento” de Jesús, el discípulo amado, que siguiendo la línea del fariseo converso Nicodemo, su tío, inauguró la fe espiritualista que en Antioquia recibió el nombre colectivo de “crestianos”.

Abibo fundó la “comunidad del discípulo amado”, junto a Felipe, con el apoyo de Gamaliel y Nicodemo, en Gamala o Arimatea. Allí lo conoció el evangelista Juan.

La base doctrinal de este espiritualismo está en palabras de Jesús y de Pablo, relacionadas con la resurrección espiritual:

Jesús le dijo a Nicodemo: “De cierto te digo que el que no nace desde arriba no puede ver el reino de Dios… Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu es espíritu…” (Jn. 3-7). Tesis espiritualista que confirma Pablo: “Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne; pero los que viven conforme al Espíritu, están en las cosas del Espíritu… Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y es paz…” (Rom. 8,5-7).

Y en Cor 15,44: “Se siembra cuerpo animal, lo que resucita es cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo animal, también hay un cuerpo espiritual”.

Lo que Pablo trasladó después a Jesús en 2Cor 5,16: “Aunque hemos conocido a Cresto según la carne, ya no lo conocemos así”.

El conocimiento espiritual de Jesús Cresto, conocimiento de fe, que supera al Jesús histórico, “muerto y sepultado”, carne o cuerpo natural que “ya no conocemos”, porque ha sido resucitado por Dios (Hech. 2,32), nos debe situar en el conocimiento de las cosas de arriba, si queremos resucitar con él: “Si habéis de resucitar con Cresto, buscad las cosas de arriba, donde está Cresto, sentado a la derecha de Dios” (Col. 3,1-3).

El razonamiento de Pablo, de carácter espiritualista, en la línea helenista de cuerpo-alma separables (cuerpo etéreo-alma espiritual), que se encontró frente a frente con el judaísmo (macabeismo, fariseísmo), y que persiste hoy superando el judeo-mesianismo y el Apocalipsis, malamente atribuido a Juan, reivindica el testimonio de Abibo y del fariseo converso Nicodemo y José Gamaliel de Arimatea, creyentes en el “reino de Dios” (Mc. 15,43; Lc. 23,51). Ellos dieron sepultura al “Coronado” muerto, y con él comparten la Estefanía espiritual del “cuerpo glorioso”.

Abibo, que significa “el predilecto”, “la alegría del padre”, estuvo convencido de que él había participado en el levantamiento natural del Jesús sepultado, tal como se refiere en el Evangelio de Marcos, en ausencia de Pedro. Pero Juan testifica que luego “el creyó” en la resurrección espiritual de Jesús: “Entonces, también entró el otro discípulo, el que había venido primeramente al sepulcro; y vió y creyó” (Jn. 20,8).

Hay un lapso entre el conocimiento de “lo de abajo” y la creencia en “las cosas de arriba”, entre lo natural y lo espiritual. Abibo que conoció al Jesús histórico, luego lo amó hasta creer en su divinidad, cuando fue Coronado por Dios.

 

Porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén (Lc. 13,33).

Lucas incluye esta frase de Jesús en el contexto en el que unos fariseos, posiblemente amigos suyos, se le acercan para advertir al profeta de Galilea que el tetrarca Herodes quería matarlo.

Era Herodes Antipas el mismo que acababa de ordenar la muerte de Juan El Bautista, primo de Jesús, en Maqueronte. Era hermano del que 26 años antes, buscando a Juan, recién nacido, por envidia del trono, increpó a su padre el sacerdote y profeta Zacarias, ordenándole: “Di la verdad, ¿dónde se haya tu hijo? Porque bien sabes que tu sangre se encuentra bajo el poder de mi mano”. Y Zacarias exclamó: “Seré mártir de Dios, si viertes mi sangre…, porque sangre inocente es la que quieres derramar en el vestíbulo del templo del Señor” … “Y, a punto de amanecer, Zacarias fue muerto, y los hijos de Israel ignoraban qué era lo que hubiese sucedido” (Proto-Evangelio de Santiago 23,2-3).

Corría el año 4 del Siglo I de nuestra Era. Herodes Arquelao, heredero de Herodes el Grande, que había muerto el año 4 a.C. (el mismo año en que nacieron Juan y Jesús Nezereo), gobernaba como tetrarca en Judá, Samaria e Idumea, regiones de la Judea romana.

Zacarias, sacerdote de la “clase de Abias”, era un hombre “justo”, con su mujer Elisabeth, “delante de Dios, obrando con rectitud en todos los mandatos y ordenanzas del Señor” (Lc. 1,5-6). Su conducta era excepcional frente a la de los sumos sacerdotes y secuaces saduceos del Templo que encabezaban la corrupción económica y política y pugnaban en el apoyo de Antipas o su hermano Arquelao en la herencia unificada del reino de Israel, a la muerte de Herodes el Grande, con olvido y exclusión de Herodes Filipo, el tercer heredero, casado con Salomé. Este, según el historiador Flavio Josefo, fue un gobernante muy justo. Y Salomé profetizó ante Jesús: “Quiero postrarme ante él porque un gran rey ha nacido para Israel (Proto-Evangelio Santiago 20,4). Esta misma era la idea que Herodes tenía de Juan, hijo de Zacarias (Idem, 23,2: “Y dijo Herodes: Su hijo debe un día reinar sobre Israel”). Y este fue el motivo por el que ordenó la muerte de Zacarias, consiguiéndolo con la ayuda del sacerdocio de Jerusalén. Y más tarde, su hermano Antipas persiguió al huido Juan, establecido en el desierto, lo encarceló y ordenó su asesinato (Mc. 6,17-29; Mt. 14,3-12. F. Josefo, Ant. XVIII, 5,2).

Y Antipas, cuando supo de la fama de Jesús, de sus milagros e intenciones, dijo a sus seguidores (los herodianos): “Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él las fuerzas milagrosas” (Mt. 14, 1-2; Mc. 6,14-16; Lc. 9, 7-9).

Lucas añade, en boca de Herodes Antipas: ¿“Quién es éste de quien oigo tales cosas? Y buscaba verle” (Lc. 9,9).

Y surgió la gran confabulación contra el sucesor de Juan, “que debía reinar en Israel. Jesús se añadía, desde entonces a las victimas perseguidas en el complot hurdido por los Herodes, con la connivencia de los sacerdotes corruptos de Jerusalén y de los saduceos y fariseos “herodianos”, que llevaron al profeta de Galilea a su muerte como víctima propiciatoria, en expresión de José Caifás (Jn. 11, 49-52: profetizó que Jesús moriría por la nación judía: “un hombre debe morir por el pueblo y no el pueblo a causa de un hombre”).

En el evangelio de Marcos se plantea: “en cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver como eliminarle” (Mc. 3,6)… “Y envían hasta él algunos fariseos herodianos para cazarle en algunas palabras” (Mc. 12,13. V. par. Mt. 22,16). Y Lucas también da cuenta de la trama: “En ese momento llegaron unos fariseos diciéndole: Sal de aquí, vete, porque Herodes te quiere matar. Y él les dijo: Id y decidle a ese zorro: Yo expulso demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día habré cumplido mi propósito. Tengo que seguir mi camino, hoy, mañana y pasado mañana. Porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén (Lc. 13, 31-33). Y añadió: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!...

Dicho quedaba el “porqué” o propósito firme de Jesús: subir a Jerusalén, y allí morir. Se trataba de un plan trazado previamente, y que estaba motivado por la cadena de acontecimientos anteriores, enlazados con la saga de su familia, la estirpe nazorea, activa en el siglo I, formada por  miembros profetas: el Justo Zacarias, tío de Jesús; Juan el Bautista, su primo, y Él mismo.

Sobre este plan concreto del Jesús existencial, el converso Pablo, líder de los Nazoreos o crestianos, montó un plan soteriológico, de salvación teológica:

·        Hebr. 5,9: “Y habiendo sido perfecto vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen

·        Hebr. 2,10: “Porque convenía que aquel para quien son todas las cosas y por quien son, llevando a la gloria muchos hijos, hiciera perfecto, por medio de los padecimientos, al autor de la salvación de ellos”.

·        Hebr. 7,28: “porque la ley designa sumos sacerdotes a hombres débiles, pero la palabra del juramento, que vino después de la ley, designa al Hijo, hecho perfecto para siempre”.

 

Jesús subió hacia Jerusalén con gran decisión, en cumplimiento de una misión que se había propuesto realizar, afirma Lucas: Cuando se cumplió el tiempo en el que él debía ser recibido arriba, se afirmó su rostro para dirigirse a Jerusalén. Venia del episodio de la transfiguración, momento en el que, mientras oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra (Lc. 5,29), y los dos hombres que hablaban con él, Moisés y Elías, apareciendo en gloria, hablaban de la partida de Jesús, que él estaba preparando para cumplir en Jerusalén (Lc. 9,31).

En el camino a Jerusalén, se le acercó un fariseo invitándole a comer con él, en compañía de otros fariseos intérpretes de la ley. Fue entonces cuando se enfrentó a los legalistas y puritanos de estas formaciones, muchos de ellos componentes del concilio o Sanedrín, junto a los sacerdotes, y pertenecientes, por ello al sector político y al generacional que, en su momento, persiguió al sacerdocio minoritario que, en tiempo de Zacarias luchó, con el Justo, en su defensa y para la reforma de las costumbres del Templo.

Zacarias y su clase sacerdotal, el “turno de Abias”, tomó partido acerca del problema de la corrupción política y económica que, a la muerte de Herodes el Grande, confrontaba a los grupos de intereses en Sion. Los de Abias, secundando a su maestro, hacían una oposición terminante a la casta sacerdotal que, con los herodianos, desviaban la naturaleza de lo sagrado y la tradición profética de Jerusalén como lugar de oración. Zacarias, Maestro Justo, predicaba el restablecimiento legal de la justicia profética, que incluía el culto a Dios con Verdad y las sanas costumbres del Templo. Su mentalidad de hombre recto chocó frontalmente con el mercadeo templario. Esta actitud provocó recelo y malestar entre los sacerdotes de la casta dominante. Y el turno de Abias cayo en descrédito, y fue objeto de persecución en la cabeza de Zacarias, siendo azuzado el sumo sacerdote, entonces Joshua Ben Sie, por el tetrarca Arquelao y sus pretensiones dinásticas.

Fue, con la intención puesta en este contexto histórico, y sus consecuencias aún existentes en la coetánea generación; allí, ante la clase conservadora de la ley y las tradiciones, cuando Jesús, recriminó a los presentes en la comida del fariseo importante:

“¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas, y fueron vuestros padres los que los mataron. Habéis sido testigos y, aprobáis las acciones de vuestros padres; porque ellos mataron a los profetas, y vosotros edificasteis sus sepulcros. Por eso, la sabiduría de Dios también dijo: Les enviare profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y perseguirán a otros, para que la sangre de todos los profetas, derramada desde la fundación del mundo, le sea cargada a esta generación: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarias, que pereció entre el altar y la casa de Dios. Sí, os repito, que le será cargada a esta generación” (Lc. 11, 48-52). Y añadía, dirigiéndose a ellos, como intérpretes y ejecutores de la ley: “¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley, porque habéis retirado la llave del conocimiento; vosotros mismos no entrásteis, y a los que estaban entrando se lo impedísteis!”

Este pasaje de Lucas tiene el mismo contenido e intención que el mismo autor manifiesta en el Discurso de Esteban, Hech. 7,51-54:

“¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo! Como fueron vuestros padres, así también sois vosotros ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo: aquel a quien vosotros habéis traicionado y asesinado…”

En ambos casos, Jesús “Coronado” señala al mismo Mártir: “Zacarias” y “el Justo. Y hace la misma denuncia: “al que vosotros habéis traicionado y asesinado”; “Zacarias, que pereció entre el altar y el Templo”. Y demanda responsabilidad a los presentes: “será cargada a esta generación”; “vosotros, que recibisteis la ley y no lo habéis guardado” (Hech. 7,53).

 Hay testimonio del mismo discurso en Mateo 23,31-37.

Jesús había llegado a Jerusalén impelido humanamente por el recuerdo y el dolor de sucesos sangrientos que afectaban a la entraña misma de su linaje. Y hablaba desde ese resentimiento. Pero, además, tenía memoria histórica de lo recogido en la Biblia por los Profetas. En el primer siglo circulaba una colección de obras con el título “La vida de los Profetas”, considerándolos “mártires”, osea, testigos del requerimiento de la Alianza (T. GARCIA- HUIDOBRO).

Uno de los grandes profetas fue Jeremías, de Anatot (tribu de Benjamín), sacerdote amenazado de muerte por los sumos sacerdotes de Jerusalén, y murió en Tafne (Egipto) apedreado por el pueblo (+h.585 a.C.). Jeremías, prefiguración de Jesús, quizás de su linaje, se quejaba:

Vuestra espada ha devorado a vuestros profetas como león destructor” (Jer. 2,30-34). “Y los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías decir estas palabras en la casa del Señor. Cuando Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había mandado que dijera al pueblo, lo apresaron los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, diciendo: “De cierto morirás” (Jer. 26,7-8).

El motivo último, y primero en la intención de justicia que tuvo Jesús para ir contra Jerusalén fue el mismo que había causado la muerte de Zacarias, y de muchos profetas: la conversión del Templo en casa de idolatría. Y Jerusalén, en mercado de latrocinio.

Ya lo había dicho Miqueas: “Oíd, jefes de la casa de Jacob y gobernantes de la casa de Israel, que aborrecéis la justicia y torcéis todo lo recto, que edificáis a Sion con sangre, y a Jerusalén con iniquidad. Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes enseñan por precio, sus profetas adivinan por dinero, y se apoyan en el Señor, diciendo: ¿No está el señor en medio de nosotros?” (Miq. 3, 9-11).

A lo que añadía Jeremías: “No confiéis en palabras que engañan diciendo: Este es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor”. (Jer. 7,4-11” … Todos codician ganancias; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el engaño” (Jer. 6, 13). “Porque tanto el profeta como el sacerdote están corrompidos; hasta en mi casa he hallado su maldad-declara el Señor”) (Jer. 23,11).

Zacarias El Justo se había enfrentado, abierta y decididamente, al sacerdocio corrupto de Jerusalén; Y los sacerdotes, con su Sanedrín y en complot con los herodianos, le acusaron de blasfemia y le asesinaron. Él fue el Proto-Mártir de Jerusalén, hacia el año 4 de nuestra Era.

Jesús “Coronado”, al igual que el hijo de Zacarias, Juan el Bautista se implicó tesoneramente en la causa promovida por Zacarias, de regeneración del templo de Sion. Y se dirigió, comprometidamente a Jerusalén, “donde mueren los profetas” a enfrentarse “a muerte” a los asesinos de Zacarias, “que murió entre el templo y el altar”.

El meollo de la causa de Zacarias, de Juan el Bautista y de Jesús “Coronado” era, en definitiva, que la “casa de Dios” se había convertido en “casa de corrupción,: en palabras de Jesús -siguiendo al profeta Isaías, en “cueva de ladrones” (Is. 56,7), abundando en la idea de que: “No podéis servir a Dios y a Mammon” (las riquezas)” (Mt. 6,24), y abandonando el rito de los sacrificios sangrientos, concepción extendida filosóficamente en el s.I, en la que coincidían Hillel, Filón, Séneca, Apolonio de Tiana, etc.

Las corrupciones del templo, llevarían a Jesús a su intento de “purificación”, derribando las mesas mercantiles que sustituían los altares de oración (Mt. 21,12; Mc. 11,15); Lc. 19,45; Jn. 2,15-16).

En Hechos, Lucas cita, en boca de “Coronado” a Isaías: “Dios no vive en templos que fueron hechos por manos de hombre, como el profeta dice: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde está la casa que me queréis edificar, donde el lugar de mi estancia” (Is. 66,1-2).

Razones por las que Lucas, en su Evangelio, plantea la predicción: “Días vendrán en los que no quedara piedra sobre piedra que no sea derribada” (Lc. 21,5-6).

Y esta es la predicción que en Hechos se constituyen en el objeto de acusación por parte de los “falsos testigos”:

Hemos oído a este Jesús Nazoreo decir que destruirá este lugar y cambiará las costumbres que Moisés nos legó (Hech. 6,14).

Testimonio que repite el del testigo anterior (6,13) y concuerda con el mismo, según lo previsto en la legislación judía (V. Deuteronomio 19,15; Mt. 26,60; Mc. 14, 56,59).

Lo sorprendente es que en el Tercer Evangelio no se alude a prueba testifical alguna ante el Sanedrín (Lc. 22,66-71), y por ello no hay mención de “falsos testigos”. Pero el testimonio se deduce de su proclama:

De ahora en adelante, el Hijo del Hombre, estará sentado a la diestra del Poder de Dios (Lc. 22,69; par. Hech. 7,56. Mt. 26,64, con añadido apocalíptico: “…viniendo sobre las nubes del cielo).

Jesús proclamaba LA RELIGIÓN DEL HOMBRE JUNTO A DIOS. Proclamación de fe que le valió, ante el Sanedrin, la acusación de blasfemia, y la condena a muerte.

Dios no había permitido que David le construyera un templo (1Re 7,51;8,19), y la razón era porque la conducta del Rey no fue nada ejemplar sino impura e injusta, por ser sanguinario y violento: había derramado mucha sangre (1Cr 22,8; 28,3) lo que el propio David, según el escriba, había reconocido.

Jesús Coronado rechazaba su proclamación como Mesías davídico (“Hijo de David”), del cual los Salmos de Salomón alaban su poder de guerra, cuya justicia consistía en el dominio de los pueblos de la tierra a su servicio (17,28-32). El Mesías auténtico no podía ser el Hijo de un hombre injusto, por violento. Salomón, construido el templo, se arrepintió de su obra (1Re 8, 27; 2 Cr 2,6;6,18).

Este era el nudo del discurso de Coronado en Hech. 7,49-52: “¿Cuál es el lugar de mi reposo?, dice el Señor. ¿No ha hecho mi mano todas las cosas? Vosotros… resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres hicieron, así hacéis vosotros ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaron la venida del Justo, y de este vosotros sois traidores y asesinos”.

Entonces: “…arremetieron todos a una contra él. Y echándolo fuera de la ciudad comenzaron a apedrearle(Hech. 7, 57-58).

 

Esta es una reconstrucción de la historia más primitiva sobre la “passio” de JesúsCoronado”, según Lucas. Es el relato sucinto, humano, existencial de un suceso que el autor de Hechos recogió de la tradición samaritano-helenista, conservada por los nazoreos (shomerin). Y, a la vista de esta fuente originaria se redactó el Tercer Evangelio, “según Lucas”, luego revisado por la iglesia oficial. 

 

 

 

 

 

 

 

JESÚS SE IDENTIFICA CON ESTEBAN

EL MÁRTIR APEDREADO Y COLGADO

EN JERUSALÉN

 

PRESENTACIÓN DOCUMENTAL DE LA PRUEBA DEFINITIVA

 

 

Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

Stephano (“Coronado”) es el nombre titular de Jesús que se corresponde con su nominación de “El Nezereo. El Protomártir Esteban fue el mismo Jesús, muerto en Jerusalén en el año 32.

Las disyunción personal, hasta ahora mantenida, de ambas figuras históricas, intentaba diferenciarlas, no solo en razón de nombres y dataciones cronológicas separadas, sino por razón de sus misiones y, particularmente, por el modo de su muerte: el uno crucificado por los romanos; el otro, apedreado por los sanedritas de Jerusalén.

Se apela, para justificar la distinción, a fuentes documentales diferentes, Los Evangelios y los Hechos apostólicos, como relatos independientes, referidos a historias separadas y sucesivas. Se afirma que Jesús, el Nezereo, vivió entre los años 30 y 33 d.C., siendo el ultimo el año de su muerte; y que Esteban fue discípulo de Jesús y que murió hacia el año 36, siendo aún prefecto de Judea Poncio Pilato.

Se data la escritura de Hechos hacia principios de los años 60, sin desprender de su relato el episodio, manifiestamente independiente y anterior a los acontecimientos del texto, de Esteban. Y la narración primitiva de los Evangelios precede, según este criterio, a la exposición de los Praxeis ton Apostolon, aunque se acepta la redacción canónica de ambos documentos bastantes años después. Pero en este planteamiento de distinciones y correlatos se eluden o se olvidan, quizás interesadamente, muchas cuestiones. Entre otras:

1)      Que ambos relatos de fe, con fondo histórico, conllevan una coincidencia de autoría en el caso de Hechos y el Tercero de los Evangelios, “según Lucas”. Se supone a éste, autor de ambos relatos, aunque no se citan posibles fuentes documentales primitivas, precedentes de las narraciones oficiales. Pero este autor, Lucas, expone la “passio” de Esteban y de Jesús con enunciados que la asimilan en un solo y mismo proceso.

 

2)      Que, de lo anterior se deduce que hubo un solo sujeto histórico, Jesús Coronado. Personaje que, como sujeto judicial, fue llevado a audiencia judicial en dos ocasiones, por los mismos hechos y consecuencias diferentes:

a.      El Prefecto romano Poncio Pilato lo declaró “inocente” en sentencia firme, que tuvo lugar necesariamente en Cesarea del Mar, de Samaria, sede del gobernador y del Pretorio, en el que el prefecto, actuando en el Palacio de Herodes, asistido por el Consejo de 71 miembros jueces, cuando le fue llevado el reo Jesús, llamado Bar Abbas, huido, lo encarceló, con acusaciones del sanedrín judío (sacerdotes, ancianos y escribas de Jerusalén), que le imputaba “sedición” contra Roma e “impostura” mesiánica. En este caso, declarada su inocencia, fue “soltado” por Poncio Pilato.

b.      El sanedrín judío,  una vez que el gobernador ordenó la liberación de Barrabás (nombre que significa “Hijo del Padre”, y que Jesús se daba a si mismo), diciendo Pilato a los judíos: “Juzgadle Vosotros”… “vosotros veréis lo  que hacéis” (Mt. 27,24); llegado el Nezereo (Coronado) a Jerusalén, donde fue aclamado como rey, el sanedrín del Templo,  presidido por Caifás, le acusó de “blasfemo contra el Templo de Dios y contra la  Ley” (Mt. 26,65; Lc. 22,71-Hech 7,57), y ordenó que se le aplicase la ley judía, que preveía para los blasfemos la “lapidación” y el “colgamiento” (Deuteronomio).

 

3)      Que, efectivamente, Jesús-Esteban no fue crucificado por los romanos, “a la romana”, o sea, con muerte en cruz patibular, sino que fue “colgado de un madero” (xýlon), según la costumbre judía, después de cumplida la ley de “apedreamiento”, prevista en Deuteronomio 21, 22-23; 13,6-10 Levítico 24,14-16). Los judíos habían dicho al gobernador: “Nosotros tenemos nuestra ley, y de acuerdo con la ley debe morir, porque se hizo hijo de Dios” (Jn. 19,7). “Y Pilato les entregó a Jesús para que le colgaran, y ellos se lo llevaron” (Lc. 23,25; Jn. 19,16). Y le crucificaron a su modo, “colgándolo” (Staurosan).

 

4)      Que Jesús fue apedreado por los judíos tiene testificaciones varias. Era su modo habitual de ejecución, de acuerdo con su aplicación del Pentateuco. Hay constancia de que apedrearon a Pablo (Hech. 14,19); Y lo hicieron con Santiago el Menor, hasta la muerte: Vacante el gobierno de Judea, a la muerte de Festo,  y antes de que llegara el sucesor, Albino, “el Sumo sacerdote Anano, reunido con su sanedrín, habiendo formulado acusación contra él (“el hermano de Jesús”) y otros seguidores, como infractores de la ley, los entregó para ser apedreados” (F. Josefo, Antigüedades 20, 200). Y lo hacían frecuentemente contra los profetas y quienes les eran “enviados”, según denuncia del mismo Jesús-Esteban (Mt. 23,37; Lc. 13,34-Hech. 7,52).

El mismo Jesús les pregunto: “¿Por qué me apedreáis?” Jn. 10,32. Y ellos le contestaron: “Te apedreamos no por obra buena, sino por blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn. 10,33). La blasfemia, confirmada por el reo o testificada en juicio, convertía al infractor de la ley en merecedor de la muerte (Mt. 26,65).

5)      Que el procedimiento de colgamiento del ejecutado: crucifixión simple o “suspensión de un madero” (xýlon), distinta de la crucifixión patibular (“a la romana”=dos maderos o leños cruzados) y de la cruz conmissa (en forma de T) (V.J. LIPSIO, De Cruce Libri Tres, 1594), es lo que constata la tradición en el caso de Jesús. Y así se expresa, entre otras citas, en Hech. 10,39: “Y nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo (Jesús el nazoreo) en la tierra de los judíos y en Jerusalén. Y también que le dieron muerte, colgándole de un madero” (V.t.Hech. 2,23; Gal. 3,13).

El reo era suspendido en un árbol o leño (staurós) con las manos atadas directamente sobre la cabeza o extendidas en ramas laterales. Es la forma de ejecución que usaron en la Antigüedad los persas, los fenicios, los asirios, los hebreos y, incluso los romanos cuando se trataba de ejecuciones masivas (Tito Livio Guerras civiles, 1.120). En los Rollos del Mar Muerto (S. I) se cita a Deut. 21,22-23, en referencia al “colgamiento” practicado por los asmoneos y, posteriormente, por los romanos (MQT: Deut. 64: 6-13; Deut. 3-4; 1-11).

La más antigua representación de Jesús crucificado “a la romana” (en cruz patibular) se encuentra en la colección “Marfiles Maskell”, en el Museo Británico, datada entre 420-430 d.C. De igual fecha es la Crucifixión de la Puerta de la Basílica de Santa Sabina.

En todos los Evangelios se emplea el vocablo staurós para referirse al instrumento en el que fue ejecutado Jesús: Mt. 27,40; Mc. 15,30; Lc. 23,26. En versiones antiguas de Lc. 23,21 se lee: “¡Cuélgale! ¡Cuélgale! ¡Al madero! ¡Al madero!”.

Justino mártir (148-160 d.C.), muy conocedor del crestianismo de los nazoreos samaritanos y de las Acta Pilati originales, describe una singular forma de “colgamiento en cruz”, la sufrida por Jesús, cuando expresa: “Cuando alzamos nuestros brazos hacia arriba formamos la figura de la cruz” (I Apol. 55). En este caso, la cruz adquiere la forma de y griega (Y): la de un tronco arbóreo ramificado en dos maderos laterales con forma de V: el signo victorioso de Cresto, “Bonus Víctor”.

El signo de la cruz “visto” por Constantino en forma de Chi (X), que le condujo a la victoria (“In Hoc Signo Vinces”), y ser valedor de la fe cristiana de Nicea era la letra inicial de Xresto (gr.), y nada tenía que ver con la “cruz romana” como instrumento de ejecución.

 

Por todo lo cual, y a pesar de las muchas manipulaciones que el documento de Praxeis ton Apostolon sufrió, según su comentarista A. LOISY, en el siglo II, se conservan memoriales en el texto que permiten verificaciones al alcance de los expertos, aunque éstos, por prejuicios, las suelen ignorar. Uno de los más significativos registros es el que nos facilita la aportación de la presente PRUEBA DOCUMENTAL DE LA IDENTIFICACIÓN DE JESÚS Y ESTEBAN. Está contenido en los versículos de Hechos 6,13 y 6,14. Y reza así:

 

6,13: “Y pusieron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de decir palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley”.

6,14; “A este (hombre), Jesús el nezereo, le hemos oído decir que destruirá este lugar santo y cambiará las costumbres que Moisés nos dio”.

 

Traslación en la que los versículos 13 y 14 son reiterativos: repiten el mismo enunciado; y en el versículo 14 aparece, con aposición de señalamiento personal del sujeto presente, Jesús el Nazoreo, el nombre de “este hombre”, al que se acusa de decir “que destruirá este lugar santo”. Superando posibles distorsiones sintácticas.

Tratándose de una imputación testimonial contra el acusado en el proceso judicial, no tendría sentido interpretar que el sujeto presente, que está siendo acusado ante el tribunal, no es el autor del delito imputado, sino que lo es otro, ausente y, por lo tanto, inimputable.

Este hombre, Jesús-Esteban, “el nezereo” es el que había de ser aludido en el pasaje de Mc. 16,6, tras “la resurrección” por “el joven sentado en el sepulcro”: “Si buscáis a Jesús Nezereo, el que fue colgado, no está aquí, ha sido levantado (egerthe)”.

El es el Hombre levantado por hombres, que después seria “levantado por Dios” (anesthesen) y puesto “a su derecha” (Hech. 7,55-56; Lc. 22, 67-69).

 

Pretendo que esta es la traducción más correcta del texto de Hech. 6,13-14, desde los puntos de vista semántico-gramatical y procesal contextual. Es la que vengo postulando en mis investigaciones sobre el Jesús histórico, desde que en el año 2000 publiqué Coronado-Nazoreo. La identidad de Esteban y Jesús,; y más tarde, con el Proyecto Nezereo: La Búsqueda del Jesús Samaritano, en 2012.

Estos trabajos han sido recibidos por los teólogos de la Asamblea oficial con recelo, desabrimiento, pasmo, hosquedad, silencio…

Sin embargo, algunas figuras eminentes de la exégesis y la crítica, como son Xabier PIkaza y Antonio Piñero, consultados acerca de la traducción ofrecida, me han atendido con lucidez y simpatía, admitiéndola técnicamente. Su firma reconocida y la fiabilidad que me ofrecen, me son suficientes como acicates en el sostenimiento de la hipótesis presentada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 JESÚS,

TAL COMO LO CONOCIÓ Y LO JUZGÓ

SAN PONCIO PILATO 

 

En un momento crucial de la historia del mundo, como el presente, de enorme violencia, con raíces religiosas, el encuentro en Egipto del Papa Francisco, católico, con el Papa Teodoro II de la Iglesia Copta, con ánimo de reconciliación en la creencia de Jesús, tiene significación de paz alegórica, recordando que el cristianismo copto, al igual que el etíope, mantienen en sus altares y adoran como santo a Poncio Pilato. Lo que para muchos católicos resulta escandaloso.

En los adentros del cristianismo devoto y ortodoxo se considera a Pilato, junto con Judas, como las dos figuras de “entrega maldita”, en la Pasión del Mártir Nezereo, y cuyos actos de enorme perfidia: “lavarse las manos” para desentenderse y “poner la mano” para cobrar la traición, causaron el asesinato sagrado más horrendo de la historia.

Una ideología creyente, comprensiva de la necesidad de la Redención, puso freno a un juicio condenatorio absoluto, considerando a uno y otro personajes como meros instrumentos útiles de un plan de Providencia Divina para la Salvación: Ellos “salvaron al Salvador” que había sido tentado para el poder por el gran Enemigo. Así se libraron de culpa individual; pero la fe ciega y fanática de muchos los condenan como personajes evangélicos “autores del deicidio”.

Dentro de esta tradición intolerante resultó una contradicción inadmisible que asambleas cristianas se atrevieran a declarar “santos” a Poncio Pilato y a su mujer Claudia Prócula. Así lo hicieron las iglesias Ortodoxa griega, la etíope monofisita y la copta de Egipto. La decisión emprendida por estas tradiciones no es meramente devota sino que se aportan fundamentos que la justifican.

El Padre de la Iglesia primitiva, originario de Siquem, en Samaria, y mártir en Roma, Justino Mártir, conocedor de las fuentes administrativas del proceso de Jesús en los archivos históricos de Cesarea del Mar y de Roma, en su Apología, dirigida al Emperador Antonino Pio, en defensa del cristianismo, escrita hacia 150 d.C., decía al emperador: “Lo que verdaderamente sucedió podéis comprobarlo en vuestros archivos; están en las actas de los acontecimientos sucedidos bajo el prefecto Poncio Pilato” (I, 35; V.t. 48,8).

El también Padre de la iglesia, Tertuliano, natural de Cartago, en el norte de África, en su Apologético, a finales del S. II, escribía: “Pilato, que en su conciencia ya era cristiano, comunicó todos los hechos referentes a Cristo al entonces emperador Tiberio…” (Apol. V,2).

También hay alusiones a las Acta Pilati en otras fuentes del primer cristianismo, como San Jerónimo, Eusebio de Cesarea y Orosio.

Sobre la intervención de Claudia Prócula, la esposa de Pilato, en el proceso de Jesús, el evangelista Mateo nos ofrece una prueba, dirigiéndose al prefecto: “No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido en sueños por su causa” (Mt. 27,19).

A favor de la base histórica y jurídica de los Informes administrativos dirigidos por Poncio Pilato a Tiberio se han pronunciado criterios muy válidos por historiadores de reconocido prestigio hoy, como son los de Lidia Staroni, Marta Sordi, J.P. Waltzing, G. Ricciotti, Blinzler, etc… Se considera que en el caso de Jesús-Esteban (“Nezereo”-“Coronado”), el gobernador hubo necesariamente de informar de la ilegalidad cometida por el Sanedrín, presidido por José Caifás, en la ejecución del declarado, en sentencia firme, “Inocente”, de Pilato. Véase Mc. 15,44, pasaje en el que Poncio Pilato muestra extrañeza por la “pronta muerte” de Jesús, después de advertir a los sacerdotes y ancianos, que le habían amenazado: “Lleváoslo y juzgazle vosotros según vuestra ley” (Jn. 21,1).

Después de que a Pilato, prefecto en Cesarea, con audiencia en el Pretorio del Palacio de Herodes de esa capital, que albergaba también el consejo de 71 Consejeros-Jueces, los sanedritas judíos le llevaron, acusándole de criminal, alborotador y blasfemo a Jesús, que se hacía llamar “Hijo del Padre” (gr. Barrabás); “Hijo de Dios” en boca de los judíos (Mt. 26,63), el prefecto, que le conocía como el profeta mesiánico samaritano (Taheb) huido, después de convocar a una multitud en el Monte Garizim, creyendo él que se trataba de una insurrección, mandó reprimirla con violencia, ajusticiando después a los principales de la revuelta.

Pero el profeta Galileo-samaritano, escapado con ayuda de los suyos, “siguió su camino, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc. 13,33).

Y en Jerusalén murió el Nazoreo, apedreado y colgado, según él profetizaba: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!” (Lc. 13,34).

El suceso tuvo lugar en la primavera del año 32, cuando Tiberio envió a Oriente (Siria) al gobernador o legado Lucio Vitelio, cuando en Roma tenía lugar la depuración por la conspiración de Elio Sejano, y Pilato era también reclamado por el senado de Samaria, tras la represión multitudinaria de los samaritanos convocados por el Profeta (F. Josefo), tras la muerte ilegal del mismo.

Presentado Vitelio en Cesarea Marítima, destituyó a Poncio Pilato, ordenándole presentarse en Roma, ante la reclamación de Tiberio.

Presentado después en Jerusalén, Vitelio ordenó el cese del Sumo Sacerdote José Caifás, reemplazándolo por su cuñado Jonatás.

Poncio Pilato se libró de la depuración inmediata por la supuesta participación en la intriga que llevó a cabo Sejano. Y se libró por su parentesco con Tiberio, ya que su mujer, Claudia Prócula, era nieta de Tiberio. A Pilato se le castigó con el destierro en Egipto, donde tenía familiares que le cuidaban y vigilaban. Uno de ellos, cónsul en el año 37, tras la muerte de Tiberio, llamado Petronio Poncio Nigrino, permitió su vuelta a Roma.

El credo cristiano de Nicea incorpora la tradición: “Padeció bajo el poder de Poncio Pilato…”, en la que no se afirma la autoría de Pilato: “bajo el poder” significa “durante el tiempo de su mandato”. Cuando Poncio fue destituido por el Gobernador de Oriente, Vitelio, y en el momento de interim, de vacancia administrativa de la justicia romana, el sanedrín judío aprovechó, antes de la llegada del enviado sustituto, Marcelo, la “entrega” del prefecto, que les había dicho: “Juzgazle vosotros de acuerdo con vuestra ley”. Esa coyuntura de aprovechamiento del “cese legal” se dio también en el caso de la ejecución, también por apedreamiento de Santiago, “el hermano de Jesús”, cuando los judíos consideraron que tenían una oportunidad favorable: “Festo había muerto y Albino se encontraba aún en camino” (F. JOSEFO, Antigüedades XX, 200,3).

En su destierro de Alejandría, Poncio Pilato mantuvo correspondencia con el emperador Tiberio, ante el cual tenía interés de informarle, justificándose, de sus actividades administrativas. Dentro de esta correspondencia destacan unas cartas memoriales, recogidas en los Evangelios apócrifos con el título “Cartas de Pilato al Cesar” o “Relación de Pilato” (Anaphora). En ella, el converso Poncio hace una descripción de Jesús, tal como le conoció, por informes y por entrevista o interrogatorio en su magisterio judicial de Cesarea, dentro del proceso. Y entre otras cosas dice:

El (Jesús) obró muchas curaciones… devolvió la vista a los ciegos, y la facultad de andar a los cojos; resucitó a los muertos; limpió a los leprosos; curó a los paralíticos…; dándoles fuerzas para andar y correr, y extirpaba la enfermedad con sólo su palabra… Obró, además, otros milagros, mayores que éstos, de manera que he llegado a pensar que los portentos suyos son mayores que los que hacen los dioses venerados por nosotros”.

Este es, pues, a quien… los judíos me entregaron en connivencia con todo el pueblo, haciéndome mucha fuerza para que lo juzgara. Y así, aun sin haber encontrado en él causa alguna de delitos o malas acciones, permití que le crucificaran, después de someterle a flagelación” …

“Así, pues… he hecho a vuestra excelencia la relación escrita de lo que mis ojos vieron en aquellos momentos y, poniendo además en orden lo que hicieron los judíos contra Jesús, lo he remitido a vuestra divinidad, oh Cesar” (Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por A.D Santos Otero. BAC, Madrid, 1991, pp. 471ss.).

Testimonio este que forma parte de los Hechos contenidos en el “Ciclo de Pilato”, sometidos a múltiples vaivenes históricos. Aunque se pone en duda su autenticidad, se palpa un fondo de veracidad por su contexto y protagonistas. Nunca un extraño al cristianismo testificó con tanto fervor. Ello favoreció la consagrada santidad de Poncio Pilato, que hicieron algunas iglesias de Oriente, salvando su figura de contrarias difamaciones.

Sin embargo, el emperador romano Maximino Daza, destacado en Oriente entre 308-313 d.C., perseguidor implacable del cristianismo, intentó desacreditar su fe, publicando un Informe, que fue exhibido en todos los lugares y escuelas provinciales de su administración del Imperio, atribuyéndolo a Poncio Pilato (V. EUSEBIO, Hist. Ecles. Lib. IX, cap.  5). Dicho documento sería luego censurado por la Gran Iglesia que culminó en el Concilio de Nicea, primer Ecuménico de la Iglesia Católica, convocado en 325 d.C. por Constantino, quien había legalizado el cristianismo en su Edicto de Milán de 313.

Perdido el documento original publicitado por Maximino, surgieron remedos del mismo en los que Pilato se mostraba como un prefecto romano detractor de Jesús y de su movimiento. Uno de ellos, ofrecido entre otras fuentes historiográficas que lo difundieron, en “Cath. Bi Q” 9 (1947) 436-41, ha sido recogido, entre otros en Los Evangelios Apócrifos, de A. DE SANTOS OTERO, como “Sentencia de Pilato” (Bac, 1991, págs. 526 ss. Lo resumimos así:

YO, Poncio Pilatos, aquí Presidente Romano dentro del Palacio de la Archipresidencia, Juzgo: Condeno y sentencio a muerte a Jesús, llamado por la Plebe Cristo Nazareno, de patria Galileo, hombre sedicioso de la Ley Moysena, contrario al gran emperador Tiberio Cesar. Y determino, y pronuncio por ésta, que su muerte sea en Cruz, y fijado con clavos a usanza de reos, porque aquí congregando, y juntando muchos hombres ricos y pobres, no ha cesado de mover tumultos por toda la Judea, haciéndose Hijo de Dios y Rey de Jerusalén, con amenazas de ruina de esta ciudad, y de su Sacro Templo, negando el Tributo al Cesar. Y habiendo aun tenido el atrevimiento de entrar con ramos y triunfo, y con parte de la plebe dentro de la ciudad de Jerusalén, y en el Sacro Templo. Y mando a mi primer Centurión Quinto Cornelio que lleve públicamente por la ciudad a Jesús Cristo, atado, azotado, vestido de purpura, y coronado de espinas, llevando la cruz en los hombros para que sea ejemplo para todos los malhechores. Y con él, quiero que sean llevados dos Ladrones homicidas, y que salgan por la Puerta sagrada, ahora Antoniana y que lleve a Jesús al monte público de Justicia llamado Calvario, donde será crucificado, y muerto, y su cuerpo quede en la Cruz, como espectáculo de todos los malvados; y que sobre la Cruz sea puesto el Titulo en tres lenguas (Hebrea, Griega y Latina), que diga “JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS”.

Poncio Pilato, indudablemente, sentenció con firmeza la INOCENCIA de Jesús. Una corriente de simpatía hacia el Prefecto Romano discurre por los cuatro evangelios, cuando, en definitiva, tratan de descargar toda la responsabilidad de la muerte de Jesús en las autoridades judías. El pasaje que se refiere a Prócula es muy significativo: su visión nocturna y el sentimiento de disculpa que ella manifestó a su esposo fue el resorte que conmovió a éste en su interior para que se mostrara confeso discípulo del “Hijo del Padre” (Bar Abbas, gr. Barrabás), al que los judíos acusaban de blasfemo por “hacerse Hijo de Dios” (Jn. 10,31), declarándose a sí mismo Dios al decirse Hijo de Dios: (“No te apedreamos porque hagas obra buena, sino por blasfemo; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” Jn. 10,30-36).

En el Evangelio de Pedro (Fragm. de Akhmim, encontrado en la antigua Pasópolis (Alto Egipto), donde se glorificaba a Poncio Pilato, a éste se le confiere un trato de especial respeto, liberándole de toda responsabilidad, y se pone en su boca: “Yo estoy limpio de la sangre del Hijo de Dios; fuisteis vosotros los que decidisteis darle muerte” (XI, 46) … “Pues es preferible ser reo del mayor crimen en la presencia de Dios, que caer en manos de los judíos y ser apedreado” (XI, 48).

Los redactores de este Evangelio, defensores de Pilato y execradores de los judíos, señalan el momento en el que Herodes (Antipas), en connivencia con las autoridades judías: no queriendo éstos lavarse las manos”, ordena la ejecución de Jesús: “Pero de entre los judíos nadie se lavó las manos: ni Herodes ni ninguno de sus jueces”… “Entonces, el Rey Herodes manda que se hagan cargo del Señor, diciéndoles: Ejecutad cuanto os acabo de mandar que hagáis con él” (I, 1-2).

Y continúa: “Se encontraba allí a la sazón José, el amigo de Pilato y del Señor, y sabiendo que ellos iban a colgarle (stauriskeim), se allegó a Pilato en demanda del cuerpo del Señor para su sepultura” (II,3).

El obispo de Antioquia, Serapion (190-211), comprobó que “la mayor parte del contenido (de este evangelio) está conforme con la recta doctrina del Salvador”, aunque admitía en él cierto docetismo, de lo que también se tilda al Evangelio de Felipe.

Teodoro Cirense (+h. 460), pone a los nazoreos en relación con el Evangelio de Pedro: “Los nazoreos -dice- son judeos que veneran a Chresto como el hombre justo y se sirven del evangelio denominado `según Pedro´ ” (Haeret. Fabularum comp. II,2).

En su reciente visita y encuentro religioso en Egipto, el Papa Francisco rezó en la Catedral copta de San Marcos en El Cairo, junto al Patriarca copto Teodoro II. Allí, en una Misa Ecuménica, tuvo ocasión de contemplar y admirar múltiples efigies del Santoral copto, más amplio y universal que el católico, y que incluye, entre otras, las figuras de: San Marcos, San Bernabé, San Cirilo de Alejandría, San Clemente de Alejandría, San Lucas el Evangelista, San Anastasio, San Agustín, San Pacomio, San Dídimo el Ciego, San Moisés el Moro, San Gamaliel, San Nicodemo, San Pacomio, San Panteno, San Pablo de Tebas, San Antonio Abad, San Abdel Makai, San Abu-Arah, Santa Thais, Santa Verena, Santa Prócula…, San Poncio Pilato… .

Francisco oró y dialogó, mirando a Santa María de la Paz, por el acercamiento, el respeto, la integración tolerante de todas las tradiciones cristianas, sus tendencias y sus miembros, aunados en la fe del Dios de Todos. Y le hizo un guiño a San Poncio Pilato, allí venerado.

 

 

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 HILLEL EL SABIO

 

MAESTRO DE JESÚS STÉFANO

POR JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

 

1 EL NASI HILLEL, EL SABIO

Hillel Ha-Zaken (“El Viejo”), apellidado también “El Sabio”, llevó el título de Nasi (“Príncipe”) porque llegó a ser “El principal” o “Jefe” de la Ley en Israel, cuando gobernaba Palestina (Judá, Jericó, Idumea, Galilea y Samaria) como rey, Herodes el Grande (años 37 a.C. y 4 d.C.).

Nació hacia el año 70 a.C. en Babilonia, según el Talmud, cuando sus padres, de la tribu de Manasés, viajaron como emigrantes a aquella nación. Su padre se llamaba Gamaliel, como el antepasado epónimo de la tribu israelita, de la que fue su jefe, como se dice en Núm. 1,10. El mismo nombre llevó su nieto, José Gamaliel de Ramáh (Arimatea), también Nasi, y discípulo suyo.

Siendo la familia de Hillel de condición social modesta, en Babilonia ejerció como artesano y también se dedicó intensamente al estudio de las leyes. A los cuarenta años de edad, hacia el 30 a.C., volvió a Palestina, siendo doctor de la ley en Jerusalén y ejerciendo como Nasi o Presidente del Sanedrín de los Setenta (Gran Sanedrín), que en el año 6 d.C. se trasladó a Cesarea del Mar, junto al Pretorio de Herodes, estando anexa la Escuela de Jurisprudencia, que se dice fue fundada por Hillel, y luego dirigida por su nieto el Rabban Gamaliel.

Hillel fue cabeza espiritual de Israel hasta su muerte, que tuvo lugar en el año 10, cuando Judea ya era provincia romana, con sede de su capital en Cesarea de Samaria.

Hillel el Nasi dictó normas relativas a la justicia social con el fin de conseguir “un orden justo para la mejora del mundo” (Gi IV,3). Entre estas normas estaba su decreto denominado Prosbul, que aseguraba el reembolso del préstamo (Sheb.), protegiendo al acreedor contra la pérdida de su propiedad, a pesar de la ley escrita relacionada con el Año Jubilar (Deut 15,1ss.), o a la venta de sus casas (Lev 20,30; Ar 9). Además introdujo la acción judicial en la reforma de la legitimidad de algunos alejandrinos discriminados por su nacimiento, interpretando a su favor el documento matrimonial (“Ketubba”) de su madre (Tosef Ket I, v,9; Bm 104 a).

Un dicho de Hillel introdujo la célebre Regla de Oro: “Lo que es odioso para ti no lo practiques con tu prójimo. Esto es toda la ley; lo demás es mero comentario”. Así, reconocía como el principio fundamental de toda norma moral el amor a todos los humanos, sin discriminación, dándole a la palabra “prójimo” valor universal de semejante, por ser el género humano “semejante a Dios”, superando la interpretación restrictiva y tribal de Lev 19,18: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo (“vecino” de tribu o nación) como a ti mismo”. Esta interpretación restricta y excluyente era la que hacían los rabinos del judaísmo ortodoxo de la Escuela de Shammai, dándole sentido literal, según la letra de la Escritura.

El sentido “según el espíritu”, dotado de sentido común, dado por Hillel, fue el formulado luego por Jesús, discípulo de Hillel, señalado ya por RENAN, y que se encuentra explícito en Mt. 22,39; Mc. 12,31; Lc. 10,27; y luego en Gal. 5,14 de Pablo.

La tumba de Hillel se encuentra en Merón, lugar de la Alta Galilea, del reino del Norte.

 

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ESTEBAN

EL PROTO-EVANGELIO DE

JESÚS EL NEZEREO

 

"Y dijo: Contemplo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios".

 (Act 7,55-56;Lc 22,67-69)

 

 

Hubo un hombre, en la Palestina del siglo I (la Judea romana), llamado Esteban (arameo, Kelil; gr Stephanos). Nació y vivió en el Reino del Norte (Galilea y Samaria). Era del linaje “de José”, el patriarca que fue Virrey de Egipto, y Príncipe (Nezer) de las tribus de Jacob (Israel). Del mismo linaje fueron Zacarías el Justo, padre del Bautista Juan, el que fundó la secta de los nazoreos, que más tarde se llamaron mandeos, desterrados en Irak, junto al Éufrates.

Esteban, que es título, significa “Coronado”, como referencia a la diadema del “Príncipe” de Israel, concedida a José por Jacob. La línea Josefina tuvo entre sus preclaros a Josué, Gedeón, Samuel, Jeremías… Hillel, Gamaliel, Zacarías y Juan.

Zacarías el Justo, sacerdote del grupo de Abias, en Jerusalén, al morir asesinado, lo mismo que su hijo Juan, cedió su hijo Abibas a la custodia del Gran Rabban Gamaliel, que le adoptó como hijo junto a Simeón.

Esteban, conocido también como “Jesús el Nezereo” (de Nether, “Corona”), tomó como causa la defensa de su parentela, siendo primo de Juan y sobrino de Zacarías, ambos profetas predicadores de la Justicia de un Reino nuevo (el “Reino de Dios”), frente a los autores de su asesinato, los sacerdotes y ancianos de Sion, en Judá.

Las disputas que Esteban tuvo con los escribas, fariseos y sacerdotes del templo de Jerusalén, le llevaron a la muerte. Él fue el Mártir de los nazoreos (notzrim) a manos de los judíos, por lapidación y colgamiento de un madero, lo que dio lugar a la secta de los cristianos en el tercer decenio del siglo I en Jerusalén.

Esteban predicó la religión del Hijo del Hombre, el que proclama la justicia como realización de la dignidad y los derechos del hombre de la calle: los humildes, los pobres y pecadores, frente a la religión del templo, la que practicaban los puros y poderosos, convertida por los judíos en mercado en nombre de Yahvé.

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ABIBO

EL ENIGMA DESVELADO

 DEL “DISCIPULO AMADO”

Por José Luis Suárez Rodríguez

 

 

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Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, cubierto con un largo lienzo blanco” (Mc. 16,5).

 

Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y las escribió. Y sabemos que su testimonio fue verdadero” (Jn. 21,24).

 

 

El motivo por el que Juan, el autor del Cuarto Evangelio, ocultó el nombre del “discípulo amado”, es el mismo por el que él y los demás evangelistas nominaron con seudónimo al hombre prominente que enterró a Jesús Nazoreo. Juan añade, junto a José de Arimatea, a Nicodemo.

El hilo conductor que lleva a desentrañar el misterio del “discípulo amado” se encuentra a la entrada del sepulcro de Jesús, en el momento en que se realizó el fenómeno de la resurrección, clave de la religión cristiano-nazorea.

Cuando Jesús, colgado en un madero (Mc. 16,6) como Jesús Nazoreo (Jn. 18,18), apedreado como Coronado (Hech. 7,59), fue enterrado “por gente piadosa”, al tercer día, el primer día de la semana, su amiga María Magdalena, fue, muy de mañana, a visitar la tumba, y observó “que la piedra había sido retirada del sepulcro” (Jn. 20,1 ss).

Corriendo, la Magdalena fue a contarlo a Simón Pedro y también “al otro discípulo al que Jesús amaba”, diciendo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron, pues, Pedro y el otro discípulo, y se dirigieron al sepulcro”.

El discípulo amado” -al que Juan no nombra-, corriendo más rápidamente que Pedro, llegó antes. Se asomó al sepulcro, “aunque no entró”. Llegado Pedro, “entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo” …

Aquí surge una pregunta nada inoportuna: ¿Por qué “el discípulo amado” no entró antes que Pedro, en aquel momento? ¿Quizás porque él había entrado ya antes? Al entrar con Pedro, “vio y confirmó (episteusen)”… ¿lo que ya había visto? (Jn. 20,8).

Para avalar la hipótesis de que aquel joven pudo haber retirado la piedra del sepulcro y entrar en él antes que nadie y, acaso, remover el cadáver de Jesús enterrado, acudimos a la lectura del relato evangélico considerado más primitivo entre los sinópticos, que es el de Marcos 16:

1. Cuando pasó el sábado de la gran fiesta de la Pascua, María Magdalena, con María la madre de Jacobo y Salomé, había comprado aromas para llegar a ungirle. 2. Y muy de mañana, el primer día después del sábado, se acercaron al sepulcro, a la salida del sol. Y decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra que hay a la entrada del sepulcro? 3. A la llegada, les sorprendió que, al mirar, vieron que la piedra, muy grande, ya había sido removida. 4. Y al entrar en el sepulcro, se encontraron a un joven, sentado a la mano derecha, cubierto con un largo lienzo blanco, y se espantaron. 5. Pero el joven les dijo: No tengáis miedo. Si buscáis a Jesús Nezereo, a quien colgaron del madero, ya no está aquí, ha sido levantado (egerthe); he aquí el lugar donde le pusieron.

Esta es, quizás, la clave evangélica de la resurrección. El testigo, el anunciador (evangelista) del levantamiento de Jesús (egerthe, voz pasiva), corroboraba ante las “piadosas mujeres” el hecho.

¿Fue un hecho físico o fue un acto sobrenatural? A la fe y a la ciencia histórica les corresponde la palabra.

En el Evangelio de Mateo, Cap. 28, “el joven” resulta transformado en “ángel descendido del cielo”:

Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena, y la otra María, vinieron a visitar el sepulcro. Y he aquí que se produjo un gran terremoto, porque un ángel del señor, descendiendo del cielo, y acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. Y, ante él, los guardias temblaron y se quedaron como muertos. Y hablando el ángel, dijo a las mujeres: vosotras no temáis. Yo sé que buscáis a Jesús, el que fue levantado (egerthe) ya no está aquí, porque ha resucitado, tal como dijo. Venid y ved el lugar donde estuvo”.

En este caso, egerthe, “fue levantado”, adquiere carácter de potencialidad sobrenatural. Carácter teológico que se mantuvo como creencia doctrinal y plasmó en el credo oficial de la iglesia cristiana.

En ningún evangelio aparece que Jesús “fue levantado por Dios”, expresión que sólo aparece en Hechos 2, 23-24, con el verbo activo anestesen: “a este… a quien Dios resucitó (lo levantó)”.

¿Quién era el joven mensajero que en el Evangelio de Marcos anunciaba la resurrección, como “levantamiento”, con significación natural o física, y que de forma triunfante, se mantenía “sentado a la derecha” ¿Estaba quizás proclamando el hecho como obra propia?

Si restamos sobrenaturalismo al relato, ese joven del evangelio de Marcos, hubo de ser protagonista o uno de los partícipes de un plan perfectamente urdido, tras el entierro digno de un héroe respetado, cuyo cadáver no habría de pudrirse en la fosa común de los malvados, apedreados y colgados, según establecía la ley y la costumbre religiosa de los judíos, como destino de los “malditos de Dios”.

Ese “discípulo amado” de Juan, que corría con Pedro hacia el sepulcro, y que se adelantó (no se dice por cuanto tiempo) era, a lo mejor, un hijo de José el “de Arimatea”, que, junto con Nicodemo, preparó la sepultura de Jesús, habiendo pedido, aquel “hombre prestigioso del Sanedrín”, el cuerpo a Pilato, y que luego le dio sepultura en una tumba de su propiedad.

Si la tumba estaba vigilada por “guardias” (Mt. 28,4), solo alguien con acreditación suficiente, como fuera el hijo del dueño de la tumba, pudo acceder a ella y, con añagaza, convencer a los vigilantes.

El “discípulo amado” aparece, como tal, únicamente en el Evangelio de Juan, sin desvelarse su nombre, y estaba muy cercano a Jesús en vísperas de su muerte y en el momento supremo: en la Última Cena estaba recostado sobre el pecho de Jesús (Jn. 13, 21-26); acompañó a Pedro a casa del Sumo Sacerdote Anás, cuando tuvo lugar el interrogatorio (Jn. 18,15); aparece al pie del madero, acompañando a la madre de Jesús (Jn. 19, 26-27); además de correr con Pedro hacia la tumba vacía (Jn. 20, 1-10), está junto a éste en la aparición del Jesús resucitado a los discípulos (Jn. 21, 20-22); él fue el primero en reconocer a Jesús resucitado en el mar de Tiberias de Galilea (Jn. 21, 1-7).

Este “discípulo incognito” quizás haya de identificarse con el joven que seguía desnudo a Jesús en la noche, cuando éste fue detenido (Mc. 14, 51-52: Mc. 16,5).

Él era “el discípulo a quien Jesús amaba”…, “que ha escrito estas cosas” (Jn. 21): “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y las escribió. Y sabemos que su testimonio fue verdadero” (Jn. 21,24).

De la afirmación anterior del Evangelio de Juan se deduce que “el discípulo amado” escribió un evangelio desconocido, cuyo “testimonio verdadero”, conocido por Juan, que formaba parte de una comunidad primitiva (el “circulo de Juan”) sirvió para que este escribiera el Cuarto Evangelio.

Ciertamente, alrededor del discípulo amado, el anunciador de la resurrección, se formó una Comunidad cristiana, que según R. E. BROWN, se diferenció netamente de la de Jerusalén, presidida por Santiago, y que se significó por una “cristología más elevada” que la del Judeocristianismo.

Esta comunidad se estableció en la comarca que abarcaba las tribus de Benjamín (con capital en Lida hoy, Lod, en el A.T. Lud, 1 Cro 8, 12) y en Efraín (Samaria), tierra de Samuel (1 Sam 1) y del jefe de la tribu de Manasés, Gamaliel (Num 1,10), con capital en Arimatea (antigua Ramáh, hoy Rentis). Desde Lida, Pedro apóstol se acercó a Jope para resucitar a Tabita. De esta comunidad formaron parte inicialmente, “los Siete” del Evangelio de Juan (Jn. 21): donde los “otros dos discípulos” han de ser los “discípulos ocultos”, Nicodemo y el Joven Abbibas.

El discípulo amado fue, quizás, el promotor y mantenedor de la “Comunidad de Lida”. Fue un amigo y discípulo de Jesús, persona importante. Los investigadores del mensaje de Juan están cada vez más convencidos de su presencialidad histórica, de su realidad concreta.

¿Quién fue el discípulo amado? ¿Quién pudo ser el autor del “levantamiento” del Jesús muerto, y por qué lo hizo? La respuesta a estas cuestiones permanecieron indecisas durante siglos, aunque los miembros de la comunidad conocedores del “discípulo oculto” no eran ignorantes de la realidad del personaje y de los hechos que protagonizara, hasta que el testimonio quedo difuminado en la memoria colectiva.

Pero la ausencia de noticia histórica daría lugar al surgimiento de la leyenda, hasta que los Evangelios –el mensaje de Jesús- fundaran una religión universal con un credo institucionalizado.

La respuesta definitiva a los interrogantes sobre el discípulo amado llegó en el Siglo V, hacia el año 415 d.C, cuando unos estudiosos de la Escritura y de la historia de la primitiva comunidad de aquella región palestina, mediante investigación, llegaron a obtener pruebas de un hecho muy importante que sucedía en aquel lugar: el complejo de Lod, Ramla, Kafargamala. El sacerdote del sitio, un tal Luciano, y un monje de la comarca llamado Migecio, hombres eruditos, descubrieron, mediante “revelación” en sueño nocturno, el depósito de un mausoleo perteneciente al antiguo dueño de la villa, que resultó ser Gamaliel el Viejo, el Nasi que presidio en el s. I el consejo Supremo del Sanedrín de los 70 sabios y magistrados que, en Cesarea del Mar, junto al Prefecto de Roma, decidía las cuestiones de justicia penal presentadas por los sanedrines regionales de 23 miembros, de la subprovincia de Siria, Judea. El Rabbam Gamaliel participó como miembro eminente también en el Sanedrín de Jerusalén.

El Nasi Gamaliel, nieto de Hillel el Sabio y presidente de la Escuela rabínica liberal, que se oponía a la de signo rigorista y purista, encabezada por el Rabí Sammai, tuvo dos hijos: Shimon y Abbibas. Shimon Ben Gamaliel I sucedió a su padre como líder en la Escuela rabínica y era presidente del Sanedrín de Jerusalén cuando sucedió la derrota judía del año 70, tras la muerte de su padre en el año 50 d.C. Según FLAVIO JOSEFO, murió asesinado por los zelotes durante la rebelión del 66-70 d.C. Como su madre, practicó fielmente la religión judía toda su vida. Su tumba, separada de la de su padre, se mantiene como lugar de peregrinación hoy, después de casi 2000 años, en Kafar Kanna (Caná de Galilea).

El hallazgo de la tumba de Gamaliel el Viejo dio lugar al episodio histórico que se denominó la “Invención de San Esteban”. Lo sorprendente fue que el descubrimiento tuvo lugar a consecuencia de unas “visiones nocturnas”, que ambos personajes tuvieron, y en las que Gamaliel el Viejo les anunciaba que en la sepultura y junto a él yacían su hijo Abibas y los cuerpos del Mártir Esteban y de Nicodemo. El nombre de Esteban estaba escrito en arameo con la palabra Kelil, que se traduce “Coronado” o “Nezereo”.

Ese monumento había sido olvidado por la tradición judía de los primeros siglos, olvido achacable a la supuesta y escandalosa conversión. Aunque el Talmud judío reconoce la gran figura del Rabban Gamaliel como autora del mejor criterio de interpretación legal de la Halaká de la Escritura, nada recoge de su pensamiento religioso, paralelo al de su abuelo Hillel, y que tiene cita en el libro de Los Hechos de los Apóstoles. Pensamiento religioso que iba en la línea de Hillel, de una religión ética a favor del Hombre, que Jesús aprendió de Gamaliel, su maestro, junto a Abibas y Saulo.

La supuesta traición de Gamaliel el Viejo fue subsanada por un sucesor suyo, de su descendencia, Shimon Ben Gamaliel II, que dictó las Dieciocho bendiciones, en las que la 12 condena a los nazoreos (notzrim). La tradición judía nunca nombra al segundo hijo de Gamaliel, Abibas.

Una tradición cristiano-nazorea sostiene que tanto el Rabban Gamaliel (de nombre José), como su segundo hijo, Abibas (gr. Abibon), se convirtieron al cristianismo y fueron después canonizados como santos: San Gamaliel y San Abibas. Los Santos José de Arimatea y Gamaliel son identificables.

En este libro exponemos la aventura de Abibo, el discípulo amado y anunciador de la Resurrección, considerándola como levantamiento del Jesús muerto, el cual, según la tradición nazoreo-samaritana, sería Esteban (Coronado). 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El uso de la sexualidad como estilo y modo de vida, conocido como “cultura gay”, con disposición de un grupo de presión empeñado en el adueñamiento de las estructuras eclesiales, es el fenómeno más grave al que se enfrenta hoy la religión.

El “lobby gay” es público y notorio en su objetivo y en su misión de apoderarse del Vaticano, mediante el uso sutil y manipulativo de las pasiones desordenadas de la sensualidad y la riqueza, como demonios de poder.

Se trata de una conspiración que intenta subvertir el modo moral de  vida religiosa institucional establecido, queriendo introducir prácticas sediciosas que buscan la corrupción mediante el estímulo de impulsos y pasiones primitivos, socialmente superados y culturalmente detestados.

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 KALILO 

EL LEVANTAMIENTO DEL JESÚS ENTERRADO 

Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

 

 Según Lucas, autor de Hechos de los Apóstoles, cuando murió, apedreado y colgado, Stephano («Coronado»), «unos hombres piadosos lo enterraron e hicieron gran duelo sobre él» (Act. 8,2). 

Pasaron siglos, hasta que se supo quiénes eran los «hombres piadosos» que dieron sepultura al Protomártir. En el año 415, en Kafar Gamala, lugar cuyo significado es «Villa de Gamaliel», situado en Palestina, veinte millas al norte de Jerusalén, aparecieron los restos de un monumento sepulcral con las reliquias, en cuatro tumbas, de personajes importantes del s. I: en una de ellas se leía Kalilo, arameo correspondiente a Sthephanos; las otras designaban a Gamaliel, a Nicodemo y a Abibas. 

Gamaliel fue, en la Antigüedad hebrea, un príncipe de Israel, jefe de la tribu de Manasés (Núm 1,10), cuyo nombre epónimo dio apellido a una progenie que se afincó en Ramáh o Ramataín (luego Ramla o Gamla) (1Sam 1; Mt 2,18), con el significado de «lugar alto», y que se tradujo al griego «Arimatea». 

 

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ALEGATO CONTRA EL FANATISMO RELIGIOSO
Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ


El autor de este libro realiza un intento muy serio para desenredar la urdimbre, amañada y de raíces ancestrales, que encubre un misterio falaz: la Alianza del dios Elohim con el «padre de muchos pueblos», Abraham de Ur de Caldea, descendiente de Sem y fundador de la muy antigua religión semita del Levante mediterráneo, que dio origen a la cultura de la Gente del Libro, asumida por hebreos, islamistas y judeo-cristianos...

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El profeta Zacarías, padre de Juan el Bautista y tío de Jesús el Nézer, aparece luciendo túnica sacerdotal blanca, de inocencia ensangrentada. Él fue el protomártir del Nuevo Testamento, y Juan y Jesús fueron testigos generacionales de su inmolación por causa del linaje josefino-samaritano, perseguido por Herodes y Jerusalén. El testimonio de Jesús es fehaciente; dirigiéndose a los principales de los Judíos, dijo: «…para que se demande a esta generación sobre la sangre de todos los profetas…: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo» (Lc. 11, 50-51). El suceso martirial fue recogido por el apócrifo del s. II Protoevangelio de Santiago (Caps. XXIII Y XXIV), donde se expone el asesinato de Zacarías, a manos de «Herodes», con la innegable connivencia del Sumo Sacerdote de Sión, temerosos de que Juan «hubiera de gobernar un día sobre Israel». Y su sangre fue derramada «en el vestíbulo del templo del Señor, y todas las tribus del pueblo lo supieron, y lo lloraron, y se lamentaron durante tres días y tres noches». Zacarías había protegido a su hijo Juan, huyendo con él al desierto de la Araba, en las cercanías de Betania transjordana. 

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DESCUBRIMIENTO SORPRENDENTE:

 

 

LOS NAZOREOS:

UN MOVIMIENTO SOCIAL Y SOTERIOLOGICO DEL SIGLO I EN PALESTINA

 

Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

 

EL MOVIMIENTO NAZOREO, AL QUE PERTENECIERON COMO LIDERES JUAN EL BAUTISTA Y JESÚS DE NEZERETH, Y QUE EN LA PALESTINA DEL SIGLO PRIMERO PROVOCÓ UNA REVOLUCIÓN SOCIAL Y RELIGIOSA, TUVO COMO ACONTECIMIENTO DESENCADENANTE LA MUERTE VIOLENTA DEL PROFETA ZACARIAS, PADRE DEL BAUTISTA, HECHO CRIMINAL DEMANDADO POR JESÚS A LOS DIRIGENTES DE JERUSALÉN (LC. 11,51).

 

ESTA TESIS FIGURA COMO PROEMIO DEL LIBRO DE JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ, ESTUDIOSO DE LA VIDA DE JESÚS. SU TESIS SUPONE UN NUEVO ENCUADRE DEL JESÚS HISTORICO, REVELANDONOS SU PERTENENCIA AL NAZOREISMO, QUE EN SAMARIA IMPULSÓ LA “ERA DEL CONOCIMIENTO” (GNOSIS), CUYO “NUEVO EVANGELIO” PUSO EN JUEGO LA “RELIGIÓN DEL HOMBRE”, CON ATAQUE AL TEOCENTRISMO MERCENARIO DE LOS SABIOS Y SACERDOTES DE JERUSALÉN.


JUAN, JESÚS Y EL CONVERSO PABLO, “LIDER DE LOS NAZOREOS”, MURIERON MARTIRES DE LA REVOLUCIÓN NAZOREA, QUE EN ANTIOQUIA RECIBIO EL NOMBRE GENTIL DE “CRESTIANOS” Y SE ENFRENTÓ AL JUDAISMO DE LA IGLESIA PRIMITIVA DE JERUSALEN, PROMOTORA DE UN MESIANISMO NACIONALISTA Y APOCALIPTICO.

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 NOVEDAD:

 

 

Con EPÍLOGO de XABIER PIKAZA

CÍRCULO DE TEOLOGÍA DEL SENTIDO COMÚN

MADRID 2014

 

 

EL REY JESÚS

CUNA, REINO Y RELIGIÓN

Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ

 

Jesús Nezereo fue, indudablemente, un hombre singular, representante genuino del “Hombre que está junto a Dios”. Y como “Enviado de Dios”, Salvador de los hombres en un momento de la historia, hubo de obtener de la divinidad el don más alto de la aristocracia salvadora, el de “Rey por la gracia de Dios”, con poder de salud material y espiritual. Y así se constituyó en Rey Pastor, mesías “Salvador del mundo”.

 

Que Jesús fue Rey lo afirmó él mismo en el momento más crucial de su existencia, ante Pilato. Cuando el prefecto que le juzgaba, le preguntó: “¿Tú eres Rey?”, el Nezereo le respondió: “Soy Rey”.

 

El hecho de ser Rey como “conductor de hombres”, ostentado titularmente por Jesús, en un sentido político viene confirmado por los nombramientos y elecciones cualificadas de su entorno: Juan el Bautista lo señaló como el Elegido de Dios; Natanael, sabio y prohombre de Galilea, declaró: “Tú eres el Rey de Israel”. Pedro, representante de la asamblea de discípulos, lo confirmó como el “Ungido de Dios Viviente”. La multitud de una población de Iturea, rescatada de la miseria y agradecida, manifestó su voluntad democrática de hacerlo “su Rey”. Una muchedumbre de peregrinos en Jerusalén lo aclamó como “el Rey de Israel”.

Porque el Nezereo fue el hombre que más luchó por las necesidades del hombre de la calle, y por sus derechos y libertades. El fundó la Religión del Hombre.                                     

Llevado a juicio, acusado por los judíos de “hacerse rey”, Jesús mostraba conciencia de “ser Rey”. Aunque él no fijaba su condición regia en el poder de David, sino en el servicio del Siervo.

En el siglo II, cuando se fijaban los textos de la redacción definitiva de los evangelios, y surgieron muchos (luego distinguidos entre “canónicos” y “apócrifos”), la tradición recogida por Tertuliano en su Apologético (V, 2), testificó el reconocimiento por Tiberio de la realeza de Jesús, mediante un edicto de su consagración en el “culto de los héroes”, lo que legitimaba su religión. Pero la propuesta fue rechazada por un Senadoconsulto.

La misma tradición referida al emperador, derivada de su admiración por Jesús, por sus contactos con Pilato, fue recogida por Justino, apologeta samaritano, conocedor en Cesarea de las Actas de Pilato, y vertida en el Evangelio de los Doce Apóstoles, que mencionó Orígenes, pues circulaba en el siglo II, haciéndose eco de un proyecto de Tiberio, según el cual, dada la situación altamente conflictiva que se vivía en la provincia de Judea en la primera mitad del Siglo I, por enfrentamientos entre las tetrarquías de Galilea, gobernadas principalmente por Herodes Antipas y Filipo, el emperador, valorando la trayectoria nazorea de Jesús, como conductor salvífico de masas, decidió nombrarle como Rey de Judea, guía pacificador de la región.

El egiptólogo REVILLOUT, especialista en copto y demótico, recogió en 1907, una colección descubierta en el Alto Egipto, titulándola Evangelio de los Doce Apóstoles, con atinados comentarios sobre dicha tradición.

El testimonio histórico del real o proyectado Reino temporal de Jesús Nezereo, es objeto de la presente obra, elaborando una reconstrucción contextual de las estructuras orgánicas y geopolíticas que caracterizaron la Realeza de Jesús, como “Reino de Dios”, “realizándose ya” en la Tierra del Israel Norte, en la que se le reconoció como Rey y Salvador del mundo.

Este libro, del autor de “Proyecto Nezereo”: La Búsqueda del Jesús Samaritano, es una visión inédita y esclarecedora del Jesús histórico, presta a suscitar polémica constructiva entre los críticos, o expuesta a levantar amarguras en la fe débil de muchas autoridades de la exégesis tradicional. Éstos lo silenciarán, lo tacharán de arriesgado o lo condenarán por heterodoxo. Pero no podrán oponerse seriamente a la verdad “apócrifa”, escondida y velada, de un Jesús hasta ahora desconocido, el nazoreo que predicó el “reino de Dios” como “reino interior”, desde una existencia cotidiana, vivida con los humildes, que “andaban como ovejas sin pastor”, y le proclamaron su Rey.


XAVIER PIKAZA, teólogo y exégeta de prestigio mundial y autor significado de una gran Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella, 2013) en el EPÍLOGO ABIERTO que escribe al final de este libro, hace entre otras, las siguientes valoraciones:

. “J.L. Suárez es el promotor de un “Proyecto Nezereo”, en el que viene trabajando desde hace varias décadas, asumiendo y superando los presupuestos de la Third Quest, “Tercera Etapa” en la investigación del Jesús histórico. Acepta y emplea los métodos de la historia de las formas, y pone de relieve la raigambre israelita de Jesús, pero le separa de un tipo de judaísmo nacionalista y sagrado, que se centra en el culto del templo de Jerusalén. En esa línea, de forma provocadora, él ha destacado, con argumentos y razones de plausibilidad histórica, los principios y tareas de su Búsqueda Samaritana de Jesús”.

. “…. J. L. Suárez puede recuperar, y recupera, casi todo el mensaje de Jesús, tal como está contenido en el Sermón de la Montaña (Mt. 5-7; Lc.6,20-49), entendido en forma “sapiencial”, como expresión de una sabiduría cosmopolita, centrada en el desprendimiento personal, en el perdón y la solidaridad que se expresa en forma de amor… de esta manera, J.L. Suárez concibe a Jesús como el gran humanista de Occidente, aquel donde pudieron unirse y fecundarse las tradiciones de Israel y de Grecia, el prototipo del hombre universal”.

. “J.L. Suárez ha sido y sigue siendo un pedagogo en el sentido socrático del término, un hombre que intenta llegar a la raíz del proyecto que Jesús proclamó e inició en un contexto muy concreto, muy determinado, pero con valor universal, sin necesidad de una “iglesia”, entendida de alguna forma en clave de poder…; ha querido contar de nuevo la historia fundante de Jesús, su origen, su reino, su religión, de manera que nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI podamos empalmar con el principio de su movimiento”.

. “De modo sorprendente, esta obra de J.L. Suárez puede y debe ponerse en comparación con algunas de las obras histórico-teológicas más significativas de los últimos decenios…”

 

Para pedidos, contactar con:

 

apisediciones@hotmail.com. - Tfno.: 91 562 38 51 – 679 49 42 25

 

 

 

El apóstol TOMAS “puso el dedo…”, señalando el hecho (EvTom.61). La Profesora Karen L. KING aportó una prueba (EvEsposa Jesús), produciendo un clamor. Pero nadie había explicado por qué: Por qué se casó Jesús el Nezereo.

El portavoz del Círculo de Teología del Sentido Común, JOSE LUIS SUAREZ RODRIGUEZ, historiador crítico tenaz y audaz, da respuesta concienzuda a la gran pregunta.

 

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 Presentación en el BLOG X.PICAZA

DE "PERIODISTA DIGITAL"

(26.11.12)

 

 

Presenté el otro pasado domingo (Fiesta de Cristo Rey: 2l 11 12) una postal sobre el INRI (Jesús Nazoreo, Rey de los Judíos). Sobre ese tema, que resulta esencial para el conocimiento de Cristo, ha escrito mi amigo J. L. Suárez Rodríguez (véanse apéndices) un libro extra-ordinario (fuera de lo ordinario) titulado Proyecto Nezereo. Él prefiere llamar a Jesús “nezereo” (del término hebreo nezer), yo prefiero llamarle “nazoreo” (según la transliteración griega del mismo nombre).

Para el caso es lo mismo: A Jesús le llamaron nazoreo (nezereo), un título de gran interés social y religioso. A partir de ese título ha “montado” J. L. Suárez una intensa visión de conjunto del proyecto y sentido de Jesús, y la ha desarrollado en el libro que aparece en la imagen.

A petición de Suárez, tengo el honor de haber escrito el prólogo del libro, presentando mi visión del tema, que no concuerda totalmente con la suya, pero que, con gran generosidad, él ha querido poner al principio de su texto. Por la importante del tema, y por hallarnos en la semana final de la liturgia (fiesta de Cristo Rey, culminación del proyecto de Jesús Nazoreo) he querido ofrecer a los lectores de mi blog el texto de ese prólogo, en tres “postales”:

1. (Hoy) El proyecto Nezereo. Presento los ocho momentos de ese “proyecto” de J. L. Suárez, ofreciendo, a modo de complemento, algunos datos sobre el autor y el sentido de su propuesta.

2. (Mañana). Trataré de los aspectos básicos de la visión de Jesús como Nazoreo, desde una perspectiva histórica, literaria y teológica. Sobre Jesús se escriben mil banalidades; su visión como "nazoreo" ilumina un elemento básico de la historia y proyecto cristiabno.

3. El ultimo día ofreceré una visión crítica del sentido de Jesús como Nazareo (no como como nazireo), definiendo así el sentido del cristianismo, desde el título de la Cruz

 

Introducción

Sobre la cruz solía ponerse el título o causa de la condena, que, según la opinión más extendida de los estudiosos, debieron atar al cuello de Jesús mientras iba de camino hacia el patíbulo, y clavaron después en o al lado de la misma cruz, por orden de Poncio Pilato, Gobernador Romano: Jesús Nazoreo, Rey de los Judíos (con las siglas latinas INRI; cf. Jn 19, 19). Éste Jesús fue un profeta y pretendiente mesiánico de Galilea, que subió a Jerusalén para instaurar el Reino de Dios, pero Pilato le condenó a morir en cruz, porque su pretensión era contraria al derecho de Roma, con un INRI, para aviso de posibles seguidores o amigos (el 30 dC).

El título de nazoreo (del griego nadsoraios) aparece así en Jn 19, 19, aunque las traducciones normales suelen tomarse la libertad desafortunada de poner “nazareno” en vez de “nazoreo”, interpretando de un modo parcial ese término. Sólo el evangelio de Juan incluye ese título en el letrero de los cruz, que paralelos sinópticos omiten diciendo sólo “Rey de los judíos” (Mc 15, 26 y Lc 23, 38) o “Jesús, rey de los judíos” (Mt 27, 37).

Ese título (nazoreo) que aparece en otros pasajes centrales del NT (cf. Mt 2, 23) nos lleva a plantear uno de los mayores enigmas de la vida de Jesús, como ha visto y destacado José Luis Suárez Rodríguez en este libro extra-ordinario (es decir, fuera de lo ordinario), en el que recoge y sintetiza sus largos años de estudio sobre el tema, de un modo riguroso y atrevido. Este título (en hebreo notzri) se puede evocar en castellano de dos formas.

-- a) Desde la raíz hebrea nezer se puede decir “nezereo”, como hace J. L. Suárez.

-- O se puede partir de la “transliteración” griega, que aparece en el NT (nadsoraios), poniendo así en castellano Nazoreo, como yo hago.

El libro de J. L. Suárez se define por dos términos: Deseo de rigor en el desarrollo de los temas, y atrevimiento al formularlos, en una línea que no es anticristiana, sino al contrario (quiere ser fundadora de un cristianismo más hondo), siendo contraria a la interpretación normal de las iglesias y de las escuelas universitarias del momento actual, empezando por el hecho de la crucifixión en Jerusalén por condena de Poncio Pilato (cosa que él niego o, al menos, matiza). Así lo seguiré indicando, primero de un modo general (presentando las líneas de fuerza de su obra) y después de una manera presentando, en diálogo con él, mi visión del tema.

1. J. L. Suárez. Su visión de Jesús. Ocho rasgos para discutir

Quiero llamarlas hipótesis en el sentido estricto (científico) del término, es decir, perspectivas que permiten una nueva y más honda lectura e interpretación de los hechos, tanto en un plano de física y química como de historia y de comprensión de la cultura social o religiosa. Éstas son, a mi entender, la hipótesis fundamentales que J. L. Suárez ha descubierto y presentado en el fondo de la historia de Jesús:

1. Jesús, el Nezer. Según el texto griego, yo he preferido llamarle el “nazoreo” (nadsoraios); pero, queriendo ser más fiel al hebreo (nezer), J. L. Suárez ha querido llamarle con toda razón el “nezereo”, es decir, hombre del nezer o corona (que eso significa el término). Desde ese fondo han de entenderse las restantes hipótesis del libro, que nos presentan a un Jesús mesiánico, pero no en el sentido sacerdotal, judeo-rabínico, de Jerusalén, sino en un sentido israelita más amplio, vinculado a las tradiciones de Samaría y Galilea.

2. Jesús galileo. Habiendo estado un tiempo con Juan Bautista, en la zona de Perea (de gran influjo nezereo y bnóstico), Jesús habría vuelto al entorno de su nacimiento, en la zona de Genezaret (tierra del Nezer o corona) en Galilea, promoviendo allí (y en las regiones del entorno: Fenicia, Siria, Decápolis…) su doctrina de mesianismo universal. Allí actuó como “nezereo”, hombre del Nezer (no como nazareno, pues Nazaret aún no existía, ha sido una creación posterior de los cristianos), para presentarse después en Cesarea de Felipe (en Iturea) como rey de los judeos, es decir “de todos los israelitas”, en un sentido espiritual, no político, creando así una religión de la interioridad y de la conversión, abierta a todos los pueblos.

3. Jesús gnóstico, helenista. Galilea y Samaría eran en aquellos tiempos un hervidero de ideas y tendencias religiosas, donde venían a juntarse y vincularse elementos israelitas ancestrales (vinculados a la unidad de Dios) con otros helenistas, propios de la espiritualidad más humanista de Grecia que se habían extendido (o se estaban extendiendo) por todo el oriente. Este Jesús, galileo y samaritano gnóstico (sapiencial), desarrolló una doctrina universalista, de hondo carácter místico y ético, uniendo de forma ejemplar el amor de Dios y el amor al prójimo, de un modo abierto a todas las naciones.

3. Jesús, Taheb samaritano. J. Suárez supone que Jesús fue judeo (de la Judía romana, que se extendía a toda la tierra antigua de Israel), en el sentido amplio del término, pero no judío en el sentido más estricto, pues no estaba vinculado directamente con el judaísmo del templo de Jerusalén, con las tradiciones que después (siglos II-III d. C. desembocarán en el judaísmo rabínico posterior). Jesús habría asumido las tradiciones del “gran Israel”, pero desde una perspectiva más bien “samaritana”, que era dominante en Galilea. Más aún, Jesús habría sido el famoso “samaritano mesiánico” que, en torno al año 32 d. C., según Flavio Josefo, habría intentado retomar e implantar las tradiciones mesiánicas sobre el Monte Garizím, presentándose el Taheb, “aquel que ha de venir”, es decir, con el delegado último de Dios.

5. Jesús juzgado y absuelto por Pilato en Cesarea del Mar. La aparición de Jesús como Taheb suscitó un gran revuelo, de forma que Pilato tuvo que mandar parte de su ejército para sofocarlo. En ese momento, el líder Jesús, ya bien conocido en oriente, fue acusado por otros grupos de “judeos” (entre ellos por los judíos vinculados a Jerusalén), que le llevaron ante el Pretorio de Pilato, gobernador romano, a Cesarea, la gran capital, que estaba más cerca de la tierra de los samaritanos. Jesús se presentó en el juicio como Bar-Abba (Barrabás), es decir, como Hijo-del-Abba (de Dios Padre), un título de tipo samaritano y gnóstico, que él vinculaba con a todos los hombres y mujeres (que son también hijos de Dios). Siendo Bar-Abba (Hijo del Padre Dios), Jesús era, al mismo tiempo (así se presentaba) un Bar-Nasha, es de decir, un Hijo de Hombre, esto es, un ser humano. Como buen juez romano, Pilato supo descubrir que el movimiento de Jesús tenía un carácter religioso, que no chocaba con los intereses de Roma, y así absolvió a Jesús Bar-Abba.

6. Jesús entregado en manos de los judíos de Jerusalén. Pilato absolvió a Jesús (en cuanto Bar-Abba, Hijo de la Divinidad), pero los enviados de los sacerdotes de Jerusalén le presionaron, diciendo que Jesús se presentaba también como Rey de los Judíos, en una línea davídica, contraria a los intereses de su templo, que no tuvo más remedio que “entregarle”, para que ellos le juzgaran según su ley, en Jerusalén. De esa forma, siendo trasladado a Jerusalén, y presentándose allí como enemigo del templo y de su culto nacional cerrado, es decir, como “rey de todos los judeos”, en sentido espiritual y universal, Jesús fue condenado a muerte, sin verdadero juicio, y murió lapidado, siendo después colgado según ley sobre un madero.

7. Jesús fue el mismo Esteban. Jesús se había presentado en Jerusalén (donde le condenaron como presunto rey) como el hombre del verdadero Nezer, portador de la corona del Reino de Dios (que es reino de todos los hombres), es decir como Stephanos o Esteban (que en griego significa corona). Jesús no fue Cristo (mesías nacional de los judíos de Jerusalén), sino Nezer o Stephanos, el hombre de la corona de Dios (el coronado), portador de la gloria del verdadero hombre mesiánico, abierto a todos los pueblos, por encima de un judaísmo sacrificial (nacional) judío. Fue el hombre de la doctrina universal, el Rey humano (Nezer, Stephanos), el Bar-Abba (Hijo de Dios), siendo hijo de los hombres. Por eso, parte de sus seguidores le presentaron como Esteban y reescribieron su muerte, por lapidación, tal como aparece en Hch 6-7.

8. Los partidarios de Jesús se dividieron tras su muerte. Algunos siguieron fieles a su mensaje y a su ejemplo, y así desarrollaron un tipo de “cristianismo gnóstico”, poniendo de relieve los aspectos más espirituales de su doctrina, viéndole como el “chrestós”, es decir, como el hombre bueno y bondadoso, signo del amor universal de Dios, tal como se expresa en su doctrina de la superación de los sacrificios, del perdón a los enemigos y del descubrimiento y despliegue de los valores más profundos y divinos de la vida humana. Otros vincularon su movimiento a las tradiciones más nacionalistas de Jerusalén, tomándole así como un Cristo judío, en la línea de David (del reino de Jerusalén), no en la línea abierta de Josué, de Moisés y de los grandes videntes de la historia israelita, centrada en Siquem (Samaría) más que en Jerusalén. De esta segunda perspectiva han nacido los evangelios actuales, aunque ellos conservan muchos elementos verdaderos del Jesús Nezer y Bar-Abba, del Jesús Hijo de Hombre y “Chresto”, la bondad de Dios personificada.

Éstas son algunas de las hipótesis fundamentales de esta obra, que es, al mismo tiempo,rigurosa y atrevida:

(a) Rigurosa y rica por la cantidad de elementos históricos y literarios que vincula, recreando la historia de Jesús, con rasgos más samaritanos y judíos que galileos, recuperando tradiciones del Monte Garizím, más abiertas al auténtico helenismo.
(b) Es, al mismo tiempo, una obra muy atrevida, pues se eleva no sólo en contra del consenso mayoritario de los cristianos posteriores (hasta el día de hoy), sino también en contra de la mayoría de las investigaciones exegéticas a históricas del momento actual, que siguen situando a Jesús en un contexto más judío, con un mesianismo davídico centrado en Jerusalén y vinculado de alguna forma al culto del templo.

Personalmente, pienso que las hipótesis del libro de J. L. Suárez, que sólo podrá conocer del todo quien lea detenidamente el libro, son muy sugerentes y deben estudiarse con atención, aunque (por ahora) no me han convencido del todo, como es normal entre estudiosos. Pero no son hipótesis que puedan despacharse de un plumazo desdeñoso, como acostumbra hacer un tipo de pretendida ciencia bíblica y religiosa; por eso he creído necesario ofrecer un estudio introductorio en el que presento mi propia visión del tema, para que el lector pueda compararla con la de J. L. Suárez, obteniendo así una visión más completa del tema.

El libro de J. L. Suárez presenta elementos que deben estudiarse con finura crítica y hondura humana, partiendo de la “conexión samaritana”. Así puedo resumirlas.

(a) Las fronteras físicas y religiosas de Samaría se encuentran a dos pasos de lo que hoy es Nazaret (patria de Jesús). Es muy probable que hayan influido en la experiencia de Jesús, directamente o a través de Juan Bautista, que también pudo ser nezereo.

(b) La exégesis y teología tradicional no ha logrado explicar la presentación de Jesús nazoreo (o nezereo), dejando así un hueco y enigma pendiente en la investigación, que J. L. Suárez ha querido resolver.

(c) A la exégesis tradicional le cuesta entender el enfrentamiento de Jesús con Jerusalén, su condena del templo, su forma de oponerse al mesianismo davídico tradicional…

Esos y otros temas quedan más claros en la hipótesis de J. L. Suárez, y por eso me parece muy importante que publique y presente este libro, no sólo para un grupo de académicos especializados (que en este caso no suelen ser muy abiertos), sino también para el gran público interesado en los temas religiosos. Simplemente les pido a esos lectores que no busquen en el libro un ejemplo más de fácil sincretismo (Egipto y Grecia, Samaria y Jerusalén…), de gnosis espiritualista, donde todo da lo mismo, o de simple evasión. J. L. Suárez no ha optado por la fácil sino, en algún sentido, por lo más difícil, buscando y rastreando en la vida de Jesús unas vetas y veneros que en general los estudiosos y los menos estudiosos no valoran.

Apéndice 1. Autor y proyecto nazareo

http://circuloteologiasentidocomun.com/el-autor-curriculum.html

Introducción:

El Proyecto Nezereo, emprendido por el autor hace veinte años, está en la línea investigadora de “búsqueda del Jesús histórico”. Intenta una separación brusca del Cristo judaizado que se quiso definir con énfasis en la etapa “Third Quest”, y que se caracterizó vinculado con el rabinismo y el fariseísmo de la época y muy cercano a las prácticas religiosas de las comunidades judías de la Galilea del siglo I.

El Jesús aquí presentado tiene raigambre hebrea israelita, pero se encuadra en la órbita helenista del mundo samaritano, enfrentado al mundo judío de Jerusalén. He aquí la Búsqueda Samaritana de Jesús.

Ahora se pone de manifiesto que los testimonios evangélicos que enmarcaban los enfrentamientos habituales entre Jesús de Nezereth y los intelectuales judíos de su tiempo no se debieron simplemente a disparidades habidas entre sectas judías del lugar sino que reflejan sustanciales diferencias político-religiosas en las relaciones vecinales de rivalidad tribal entre judíos y samaritanos.

Jesús se oponía frontalmente a los sectarios de Jerusalén porque su condición humana, su tradición cultural y su fe religiosa discrepaban radicalmente de las costumbres legales y los usos tradicionales del judaísmo de la época.

La reconstrucción existencial de la figura de Jesús reclama una revisión crítica no sólo del momento histórico sino también del análisis sociológico e ideológico de la envolvente coyuntural que causó su muerte como acontecimiento fundador de una nueva fe.

Este Proyecto, de reconocimiento de un Jesús histórico hasta ahora no historiado, oculto en las profundidades de lecturas interesadas y tergiversadas de su evangelion, que favorecieron exégesis y dogmas equivocados, se funda en una metodología que intenta estar presidida por criterios de rigor y coherencia expositivos; de honestidad intelectual y objetividad en la recuperación de datos fiables; de innovación creativa y atrevimiento en las conclusiones originales y novedosas. Particularmente, se pone en práctica el que ha dado en llamarse “criterio de desemejanza” en el examen de un Jesús “no judío”, opuesto al paradigma judaico de los últimos tiempos de la Jesus Quest11 Véanse, entre otros: M BARRIOLA, “Consideraciones, acerca del “Jesús judío” y las investigaciones de la “Third Quest”. En “Soleriana” XXVI (2001-2) 193-249; J.J. BARTOLOMÉ, “La búsqueda de Jesús histórico: Una crónica”. En “Estudios Bíblicos” 59 (2001) 179-242; F. BERMEJO RUBIO, “Historiografía. Exégesis e ideología. La ficción contemporánea en las “tres búsquedas” del Jesús histórico” (I) y (II). En “Rev. Catalana de Teología” XXX/2 (2005) 349-406; XXXI/1 (2006) 53-114..

Los trazos de la trama argumental del Nezereo se describen a través de las siguientes líneas articulares:

1. Jesús de Nezereth fue judeo, pero no era “de religión judía”. Judeos eran, en su tiempo, no sólo los de la región de Judea (Jerusalén) sino todos los palestinos de Samaria, de Galilea, de Perea, de Idumea, de Batanea…. Todos ellos israelitas, hebreros, semitas de la raza de Abraham. Los judíos, “judeos” de Jerusalén y su comarca, añadían a su hebraísmo, la religiosidad judía, exclusiva y sectaria, que trataban de difundir mediante proselitismo. Los no proselitistas de la religión judía, cuya sede era el Templo de Sión, eran tenidos por ellos como goyim, “extranjeros”, “gentiles”. Entre éstos estaban los notzrim, “nazoreos” o “samaritanos”. Jesús, como galileo “nazoreo”, era samaritano. Que era “samaritano” lo reconocieron los fariseos judíos (Jn. 8, 48).

2. La religión de Jesús era la de más prístina tradición israelita, la del Israel del norte (Samaria), cuyos habitantes se tenían como los conservadores de mayor abolengo: la palabra hebrea shomrim, “samaritano” y la raíz verbal de notzrim, “nazoreo”, apuntan a igual etimología: “conservadores o guardianes de la más antigua tradición religiosa”. Los nazoreos eran esenios bautistas, como los terapeutas egipcios del lago Moeris. Jesús, en su primera juventud, vivió en Egipto, donde aprendió la terapia de enfermos y las técnicas del exorcismo.

3. Jesús, “hijo de José”, que era “hijo de Jacob” (Mt. 1, 16) perteneció a la “tribu de José”. La heredad de esta tribu, o “descendientes de José” y “de Efrain”, tuvo su sede territorial en torno al Lago Kinneret o Gennezereth, con el significado de “Jardín del Príncipe”. El término, por aféresis, se convirtió en Nezereth, “Principado”, “Corona”.

La familia de Jesús, el portador del nézer, era natural de Nezereth, poblado de la comarca de Genesaret o Tiberiades, cercano a Cafarnaúm, donde, llegado de Egipto, se estableció como terapeuta y exorcista. Eventualmente, había nacido en Belén de Zabulón, el pueblo del juez Ibsan del antiguo Israel, descendiente de Josué. Josué, mismo nombre que Jesús, “hijo de Nun”, “Salvador” de Israel, estaba entre los ascendientes de Jesús en la genealogía de Lucas.

4. En el tiempo de Jesús, tanto los judíos como los samaritanos estaban expectantes de “el que había de venir” como libertador de Israel, llamado por los judíos Mesiaj (gr. Christo) y por los samaritanos Taheb o “Salvador del mundo”. Al Cristo se le esperaba como descendiente de la “Casa de David” y era llamado “el Hijo de David”, aunque había división genealógica, creyéndole unos proveniente de la “rama de Salomón”; otros, de la “rama de Natán”; en todo caso, de la tribu de Judá.

El “Salvador” samaritano era esperado como miembro de la progenie y “Casa de José”, conocido como el “Elegido” de Jacob-Israel, y en cuyo linaje estaban Efraín, Moisés, Josué y algunos Jueces del antiguo Israel, todos ellos “elegidos”, no “nacidos”. Juan Bautista y Jesús de Nezereth, proclamados por el pueblo, dijeron que ellos no eran el Mesías de Judá, “hijo de David”.

5. Tanto Jesús como Juan Bautista formaron parte activa de un movimiento moral de revolución de espíritus, practicante del bautismo, que predicaba el establecimiento legal de la justicia y el descubrimiento de un Dios interior, oponiéndose al culto sacrificial en los “templos de piedra”. Esta secta palestinense se relacionaba con otros movimientos filosóficos helenísticos del momento, cuyos líderes (FILÓN DE ALEJANDRÍA, APOLONIO DE TIANA, SÉNECA) también se manifestaban antitemplarios. Esta corriente de pensamiento fue asumida por la gnosis samaritana, de carácter soteriológico, que tenía por fundadores a los contemporáneos SIMÓN DE GUITÓN, “el Mago”, DOSITEO Y MENANDRO.

El movimiento bautista siro-helenístico, de reivindicación profética en Palestina, tuvo una fuerte oposición por parte del fariseísmo davídico de Jerusalén y de los herodianos. El Bautista y el Nezereo fueron víctimas de la “envidia” de Herodes Antipas y los dirigentes del Templo mercantilizado de Sión.

6. Jesús Nezereo, Príncipe electo de Israel, heredero espiritual del Bautista, proclamado Rey en Cesárea de Filipo y en Betsaida y Salvador o Taheb en Samaria, confirmó su elección popular curando a muchos enfermos, liberando a muchos endemoniados, guiando y dando de comer a multitudes marginales, que “andaban sin pastor” (Mt. 9, 36). Y luego, se presentó proféticamente en Jerusalén, donde el pueblo y los peregrinos, llegados de otros confines del país, le aclamaron como “el rey de Israel”.

En su visita única a Jerusalén se enfrentó, junto al templo a los dirigentes de la tribu de Judá, que mantenía conflicto permanente con las tribus del norte (José, Efraín, Manasés…) por cuestiones de tradición y dinásticas, confrontándose el Mesías “hijo de David” y el Príncipe “hijo de José”. El núcleo de las disputas tribales entre samaritanos y judíos apuntaban a cuestiones de “adoración a Dios” (en Garizim o en Sión); de proyecto mesiánico, por medio de liberación temporal con la restauración del imperio davídico (Salmos de Salomón) o de salvación moral y espiritual (Oración de José); de purismo e integrismo étnico-legal (fariseísmo jerosolimitano) o aperturismo a nuevos conocimientos y filosofías de vida (fariseísmo del Pozo de Jacob); de rigorismo de la Torá sacralizada por el judaísmo particularista o de mosaísmo remozado del samaritanismo. Los samaritanos practicaban formas morales impregnadas de la paideia griega y la humanitas latina, con respeto y valoración de la dignidad, la justicia, la libertad y los derechos, y favorecimiento de las virtudes de convivencia: fraternidad, tolerancia, hospitalidad, perdón, reconciliación, solidaridad, misericordia…

7. El antijudaísmo de Jesús se manifiesta nítidamente en los Evangelios, a pesar de las segundas lecturas y tergiversaciones, y trasluce en las constantes disputas y querellas contra los escribas y los fariseos de Jerusalén, en relación con la ley positiva y el templo, la pureza ritual y el exclusivismo étnico, el culto externo y la búsqueda del Dios interior, la pobreza y el pecado, la equidad y la discriminación social…

En el afán de judaizar la figura de Jesús, se ha insistido por parte de los representantes del judeo-cristianismo en intentos de demostrar que el Nezereo profesó juiciosamente la tradición judía y nunca se apartó de su fe: respetaba las normas de la Torá de su época, tenía conocimiento rabínico de las Escrituras, asistía a la sinagoga y participaba en el Templo, comulgaba con el mesianismo davídico, del que se consideraba máximo representante… “El fue el Cristo”, es afirmación que se pone incluso en boca del historiador FLAVIO JOSEFO. Pero, según el testimonio evangélico, Jesús rechazó el título de Mesías judaíco y lo puso en duda en relación con David (Mt. 16, 20; Mc. 8, 30).

8. Jesús, más bien, se afirmó explícitamente como el “Salvador del mundo”, conocido como Taheb por los samaritanos: “Ese soy yo”, le dijo a la mujer samaritana, que expresaba su esperanza en “el que había de venir” (Jn. 4, 26). Este Mesías “ben José” era un Mesías Sufriente, identificable con el “Siervo” de Isaías 53, “llamado a morir”, que los judíos siempre rechazaron, porque su Ungido había de ser un Mesías triunfante.

Los judíos se arrogaban el exclusivismo de la Salvación: “La salvación viene de los judíos”, se decía (Jn. 4, 22), y rechazaban a los goyim samaritanos, promotores de la secta de los notzrim, los nezereos: “No vayáis por tierras de gentiles, no entréis en las ciudades de los samaritanos”, le hacen decir a Jesús (Mt. 10, 5). Especies como éstas resultaron ser añadidos redaccionales y tergiversaciones interesadas, que vinculaban la doctrina de Jesús a la fe judía, fomentando la rivalidad étnica por mor del proselitismo, que Jesús rechazaba (Mt. 23, 15).

9. El Nezereo, como representante de la tradición samaritana en la persona de Coronado, relato helenista tergiversado (Hech. 6-7), fue objeto en Jerusalén de la más cruel persecución y afrentosa muerte, en el tiempo de Poncio Pilato, aplicándole los judíos la ley deutoronómica según su Torá. A Stephano (“el Nezereo”, que invocaba a “Josué” en su Discurso ante el Sanedrín), lo apedrearon y lo alzaron en un madero a las afueras de Jerusalén, en el año 32, acusándole de blasfemia.

10. Jesús había sido imputado ante las autoridades romanas de sedición contra el imperio y de impostor de su Rey-Mesías davídico. De todas las causas presentadas ante Pilato en la prefectura de Cesárea del Mar, el prefecto-juez lo declaró “inocente”, absolviéndole de toda culpa y soltándole como el sedicioso Bar Abbas, al que también los judíos acusaban de llamarse “Hijo del Padre”, identificándose –decían- con Dios.

Liberado como Barrabás, los dirigentes judíos presionaron políticamente a Pilato, envuelto éste en el escándalo del “motín y matanza de los samaritanos” (F. JOSEFO, Ant. XVIII, 4, 1-2), y el prefecto romano, amenazado, se lo entregó para que lo juzgaran y condenaran según su ley (Lc. 23, 25; Jn. 19, 6-7).

Y los judíos cumplieron “su voluntad”, colgándolo, después de haberlo apedreado. Sucedió en Jerusalén en el año 32.

Y Saulo estaba allí, entre los que condenaron y mataron a Coronado, “el Nezereo”. Pero, convertido, se convirtió en el “líder de los nezereos”, expulsados de Judea, a los que perseguía. Y Pablo fundó en Antioquía el cristianismo gentil, secta que allí recibió el nombre de “crestianos” (Hech. 11, 26).

ÍNDICE DEL LIBRO
LIBRO I

NEZEREO

LA VISIÓN OCULTA DE JESÚS DE NEZERETH

PREÁMBULO: REVISIÓN CRÍTICA DE UN MOMENTO HISTÓRICO

DECISIVO

1. JESÚS DE GENEZERET

2. JESÚS EL NEZEREO

3. JESÚS, «HIJO DE JOSÉ»

4. JESÚS, «EL PROFETA GALILEO»

5. JESÚS, EL SAMARITANO «TAHEB»

6. EL SAMARITANISMO DE JESÚS

7. JESÚS, NO JUDÍO

8. JESÚS, «BAR ABBA»

9. JESÚS, «REY DE LOS JUDEOS»

10. JESÚS «CORONADO»

EXCURSOS

A. IDENTIFICACIÓN DE EL NEZEREO Y EL CORONADO

B. EL «NÉZER» Y EL MOVIMIENTO BAUTISTA DE JUAN

C. CHRESTO Y LOS CRESTIANOS

LIBRO II

PROCESO Y MUERTE DE JESÚS

EL «HIJO DEL PADRE» (BARRABÁS)

PRE-TEXTO: ACTA PILATI

INTROITO: BARRABÁS

Págs.

ESTUDIO PRELIMINAR: JESÚS NEZEREO / NAZOREO, por
XABIER PIKAZA

INTRODUCCIÓN: EL PROYECTO «NEZEREO»

1. EN EL TIEMPO DE PONCIO PILATO

2. PERSONALIDAD FÍSICA Y MORAL DEL SUJETO JURÍDICO

JESÚS EL NEZEREO

3. EL SUJETO JUDICIAL: «EL HIJO DEL PADRE»

4. LAS CAUSAS DEL PROCESO DE JESÚS

5. EL PROCESO ACUSATORIO ANTE EL SANEDRÍN JUDÍO.

6. EL JUEZ ROMANO DEL PROCESO: PONCIO PILATO

7. JESÚS BARRABÁS ANTE EL PRETORIO DE PILATO

8. LA SENTENCIA DE ROMA: «INOCENTE»

9. LA CONDENA DE JERUSALÉN: «CULPABLE»

10. EJECUCIÓN Y MUERTE DEL «HIJO DEL PADRE»

 

CONTRA-TEXTO: «HIJO DE…»

 

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fanatismo religioso